THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Incertidumbre y complejidad. En el empleo, también

«Tres tendencias impulsarán los principales cambios en el mercado de trabajo: envejecimiento, inmigración y perfiles tanto especializados como no cualificados»

Opinión
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Incertidumbre y complejidad. En el empleo, también

Erich Gordon

Quédese tranquilo, habrá empleo en el futuro. Ni las tecnologías, ni las crisis, acabarán con él, tal y como vaticinan augures y tertulianos. La tecnología no ha destruido, hasta la fecha, empleo neto, sino que, por el contrario, lo ha creado, como lo demuestra el creciente número de empleo en un mundo cada día más digitalizado. Pero, este empleo, en gran parte, será distinto al que conocimos hasta la fecha, en un mercado de trabajo también diferente al que nos desenvolvimos hasta ahora. Tres ámbitos serán los que experimenten un cambio más acusado. Por una parte, los derivados de la economía digital, con sus novedosos y exigentes requerimientos tecnológicos. En segundo término, los atenientes a los modelos de organización del trabajo, en un mundo crecientemente complejo en el que esporádicos e inesperados desajustes complicarán la producción. Y, por último, los propios del mercado del trabajo, en el que concurre oferta y demanda de empleo, en una sociedad envejecida, con creciente necesidad de mano de obra inmigrante y competencia por el talento.

Y antes de abordarlos, una reflexión previa. Nos repiten una y otra vez que vivimos tiempos de incertidumbre. Y, sin duda, es cierto. Pero más adecuado sería utilizar el concepto de complejidad. Veamos el porqué. La incertidumbre conlleva la falta de certeza, la duda y el desconocimiento de lo porvenir, que puede resultar imprevisto e impredecible. La complejidad se refiere a sistemas en los que numerosos elementos se encuentran interrelacionados entre sí, afectando lo que le ocurre a uno a todos los demás. La complejidad remite a lo cuántico y al aleteo de la mariposa que causa una tempestad. Tras los sobresaltos, los sistemas complejos suelen autoorganizarse, cohabitando los cisnes negros con los blancos. La incertidumbre, algo menos alocada, se puede abordar desde la probabilística. Visto lo visto, si se queda más tranquilo, aceptemos que vivimos tiempos de incertidumbre y complejidad, aunque me parece más aproximada esta segunda definición.

¿Por qué? Pues porque, en verdad, conocemos gran parte de lo nos va a ocurrir, al menos en sus líneas generales. Por ejemplo –y es una certidumbre– continuaremos adentrándonos en la sociedad digital. Cualquier empresa, aunque pertenezca a un sector tradicional, como hostelería o construcción, precisará de sistemas digitales que sus trabajadores deberán conocer y usar. Por tanto, la formación digital será precisa e imprescindible a lo largo de toda la vida, desde los colegios hasta la jubilación, si no más allá. Atención especial merecen las personas en paro y en busca de empleo, para los que la capacitación tecnológica ya es una de las mejores herramientas de empleabilidad. La economía digital configurará nuevas demandas y servicios, muchos de los cuales no llegamos ni siquiera a imaginar. El principal motor de cambio en la economía y el empleo, por tanto, vendrá derivado de la segura y acelerada transformación digital de nuestra sociedad y economía, a la que tendremos que adaptarnos tanto empresas y trabajadores, como administraciones y normas laborales, en parte retrasadas en un Estatuto de los Trabajadores que ya tiene más de cuarenta años.

«La globalización, tal y como la conocimos, ha pasado a mejor vida»

Otra certidumbre evidente, la de la desglobalización parcial en la que estamos inmersos y cuyas dinámicas y efectos se extenderán por varios años, durante los que nos atormentaremos con los progresivos juegos de guerra entre China y EEUU como telón de fondo, con sus idas y venidas y distintas disputas intermedias. Primero, las comerciales y tecnológicas que ya hemos conocido, o las previsibles financieras por venir. También las de conflictos secundarios como el de Rusia y Ucrania. Esta tensión ya ha tenido una primera víctima, la globalización, que, tal y como la conocimos, ha pasado a mejor vida. EEUU decidió que sus reglas de juego beneficiaban a China, que se alzaría en pocos años con el inequívoco liderazgo mundial y decidió romper la baraja. La globalización, en sus mejores momentos, llegó a suponer un eficiente mecanismo de relojería del que se benefició el consumidor, la inflación y los países menos desarrollados. Pero se acabó ese mundo de fronteras abiertas porque hemos metido arena –aranceles, vetos, aduanas- en el mecanismo del reloj global. Y, por si fuera poco, pandemias, problemas de salud global y conflictos regionales. En la actualidad, siempre existe algún engranaje averiado. Hoy los contenedores, mañana los microchips, siempre el petróleo. Desglobalización, por tanto, equivale a desajustes. Y desajustes significa inseguridad y encarecimiento de la cadena de suministros, cambios en la programación de producción. Por tanto, no estamos ante escasez de recursos y de productos intermedios, sino más bien ante desajustes que ocasionan desabastecimientos, a veces puntuales, a veces sostenidos en el tiempo. El mercado, que hasta ahora primaba la calidad y el precio, pasará también a cotizar la garantía de suministro, estando dispuesto a pagar más a quién garantice seguridad de entrega.

El gradiente bélico crecerá, y con él, los desajustes. Estos harán que algunos sectores sufran mucho, pero que otros se beneficien en alto grado. La reindustrialización, por ejemplo, animará nuestro decrépito tejido industrial, automatizada, robotizada y digitalizada, eso sí, en lo que ya viene a conocerse como industria 5.0. La tendencia al autoabastecimiento, tanto energético –las energías limpias y renovables tienen aún un amplio campo de crecimiento-, como alimentario –ya veremos cómo queda la nueva PAC–, generarán economías de cercanía, mientras que otros sectores sufrirán los desajustes. Aunque 2023 pinta bastos ante la subida de tipos, la inflación y el precio de la energía, algunos sectores verán como su actividad se incrementa sensiblemente. Las fórmulas de flexibilidad laboral serán especialmente recomendadas en estos tiempos de turbulencias y cambios, en los que los modelos de negocio y los productos de muchas empresas tendrán que evolucionar al son de los tiempos. Y no olvidemos que los avatares de la geopolítica serán más determinantes a corto y medio plazo que los de la macroeconomía, políticas fiscales de los gobiernos incluidas. Los ERTEs serán un instrumento de uso frecuente, aunque los EREs, anuncio de desaceleración, o de recesión en su caso, ya llaman a nuestra puerta.

Y, por último, un breve análisis de las tendencias que impulsarán los principales cambios en el mercado de trabajo y que son tres: envejecimiento, inmigración y demanda de perfiles tanto especializados como no cualificados, en determinados sectores y zonas.

«El empleo sénior será imprescindible para mantener el sistema productivo»

Envejecemos sin reemplazo cuantitativo para las cohortes de babyboomers que aceleradamente se irán jubilando a partir de ahora. El empleo sénior será imprescindible para mantener el sistema productivo. Dispongámonos –al menos la personas con salud en los sectores proclives a ello– a trabajar hasta los 70. Y no sólo por cuestión de las pensiones, sino porque hará falta personal especializado y con experiencia en algunos sectores y posiciones que ya padecen falta crónica de trabajadores.

Nuestra sociedad, por simple cuestión de subsistencia, tendrá que integrar a un alto número de inmigrantes, guste más o menos. Y para conseguirlo debemos aprender a gestionar los flujos migratorios, facilitando la entrada legal de las personas que necesitemos. Hasta ahora, no es así. Conseguir los papeles siempre es un trámite complejo, lento y disuasorio, lo que anima a muchos a tratar de entrar ilegalmente para terminar siendo regularizados con posterioridad. Facilitar la entrada de estudiantes, por ejemplo, a los que se permita la rápida integración laboral –lo que ahora no ocurre– animaría nuestro mercado laboral, al tiempo que impulsaría al sector formativo.

Los jóvenes serán un recurso crecientemente escaso, que tenderán a trasladarse, además, a las ciudades más atractivas, como en estos momentos son, por ejemplo, Madrid o Málaga. Las zonas del interior, ya castigadas por el vaciamiento, tendrán que luchar denodadamente por poder mantener la fuerza de trabajo y el talento que precisa.

La propia evolución de nuestro mercado laboral, como acabamos de ver, introducirá más variables a la matriz de complejidad en la que tendremos que desenvolvernos. Complejidad e incertidumbre para la que tendremos que prepararnos, mentalmente, también. Es bueno que nos mentalicemos ante los seguros sobresaltos que padeceremos, de distinta índole y naturaleza. Si no llegan, pues mejor, pero si aparecen con su rugido de fiera hambrienta, que al menos nos pillen preparados. La templanza, como bien indica Pilar Llácer en su libro Te van a contratar y lo sabes (Almuzara) aparece como una de las competencias y virtudes más necesarias y requeridas para los azarosos días por venir. La serenidad en la toma de decisiones y en el afrontar crisis y conflictos será uno de los inequívocos atributos del liderazgo en estos tiempos turbulentos. La salud mental de la sociedad en general y de los trabajadores en el seno de las empresas en particular ya se resiente y es de agradecer las personas que aportan el imprescindible sosiego, benefactor y contagioso.

Tiempos de complejidad, sin duda. Pero es lo que hay, así que preparémonos para ello y aprendamos a ser felices a pesar de sus marejadas cuánticas.

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