THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El Reino Unido ante el abismo

«El nuevo Gobierno británico ha reconocido la dureza de la coyuntura: alta inflación, deuda pública creciente y caída del poder adquisitivo de los ciudadanos»

Opinión
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El Reino Unido ante el abismo

Ilustración de Erich Gordon.

El Brexit se vendió, desde las élites de la City, como un programa de crecimiento económico. Bruselas simbolizaba todos los males de la esclerosis europea: burocracia y reglamentarismo, por un lado, y pérdida de soberanía, por el otro. La renacionalización permitiría recuperar soberanía, flexibilidad e incluso unas cuantas libras que se perdían en el entramado funcionarial de la Unión. Había algo de ingenuidad (y de mala baba demagógica) en un discurso que culpabilizaba a su principal socio desde hacía medio siglo y que vendía a cambio un edén idealizado. Pero no todo era populismo entre los partidarios de la ruptura; no al menos entre aquellos que ofrecían una lectura más sofisticada de los beneficios del retorno al Estado-Nación.

De Pierre Manent y su crítica al proyecto europeo (partiendo de la insuficiencia del modelo político actual de la Unión para sustituir las antiguas soberanías nacionales) hemos hablado en alguna ocasión en este mismo periódico y también de las razones económicas que movían a las elites británicas. El futuro pasaba por reconfigurar la posición atlántica del Reino Unido para convertirlo en una especie de Singapur europeo: una plataforma comercial hacia sus dos vertientes –occidental y oriental– y un polo de inversiones tecnológicas y científicas, amparándose en la universalidad del inglés, la fiabilidad de su rule of law, una fiscalidad minúscula y el prestigio académico de sus universidades. Y en que Londres es una de las pocas capitales realmente globales del planeta, muy por encima de cualquier otra ciudad del continente (París, Ámsterdam y Berlín incluidas). La decisión pudo ser acertada, pero de lo que no cabe duda es que el resultado no ha sido el previsto. No, desde luego, a corto plazo y ya veremos a medio y a largo. La política británica empieza a recordar, por su inestabilidad, a la italiana. Y su economía –más allá de los esteroides previos al Covid– sufre una situación de crisis continua que enlaza una década perdida con otra.

El nuevo Gobierno británico ha reconocido la dureza de la coyuntura al presentar sus presupuestos la semana pasada. Para Jeremy Hunt, ministro de Finanzas, los números son inapelables y sólo presagian más nubarrones: una inflación disparada, una deuda pública creciente y la caída masiva del poder adquisitivo de los ciudadanos. A ello se suma la necesidad de subir impuestos –se habla del mayor incremento de las contribuciones desde la II Guerra Mundial– y la austeridad fiscal, a pesar de los bonos de ayuda energética y de la urgente actualización del salario mínimo y las pensiones. ¡Un plan completamente opuesto al de hace apenas unos meses!

«Es probable que, en otras circunstancias, la estrategia británica hubiera sido viable»

Llegados a este punto, la pregunta por el Brexit empieza ya a ser ociosa. A finales de los años noventa y principios del nuevo siglo, Rodrigo Rato hablaba del círculo virtuoso que alentaba el crecimiento de la economía española. Ahora habría que referirse a los círculos viciosos que desatan las bajas presiones acumuladas durante décadas en todos aquellos países –como España, como el Reino Unido– que dieron la espalda a la industria para centrarse sobre todo en el sector financiero. ¿Tiene que ver la salida de la Unión con el crac económico de la vieja Albión? ¿Ha sido consecuencia de una coyuntura en la que han confluido la pandemia, la guerra de Ucrania y el shock inflacionario? Supongo que ha sido un poco de todo, como sucede casi siempre. Es probable que, en otro momento y en otras circunstancias, la estrategia británica hubiera sido viable e incluso exitosa. Y, tal vez, ningún otro país estuviera mejor preparado que el Reino Unido para asumir estos riesgos. Pero no ahora, en medio de tanta inestabilidad.

Los tories miran con temor las próximas elecciones, en las que concurre un Partido Laborista falto también de respuestas. Los efectos perversos de la globalización han empezado a irrumpir con fuerza en un mundo sin ejes claros. Asistimos a un doble impacto: la revolución tecnológica y el ascenso – ¿imparable?– de China. Y ningún poder permanece incólume ante este tipo de procesos. No lo ha conseguido España ni los demás países de la cuenca mediterránea. Y no parece que Londres vaya a salir mejor parada del envite.

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