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Pepa Gea

Un rey sin trono

«Sánchez usa al verdadero Rey unas veces de escudo humano para que le amortigüe los abucheos y otras de jarrón chino para que decore su presencia»

Opinión
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Un rey sin trono

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al rey Felipe VI. | Europa Press

Sorprende la cantidad de interpretaciones que, en un país como el nuestro, son capaces de originar tan solo cuatro palabras en los días posteriores al discurso navideño. Una de ellas podría referirse a esa suerte de muerte natural y lenta de la que adolecen las monarquías modernas cuando el pueblo solo puede justificar su existencia en un «mejor que nos represente un monarca con formación y no tengamos que elegir entre el terrible pelaje político que tenemos con lo bien que se nos da». Otra daría pie a pensar que tal titular ejecuta la simplificación de un sentimiento que por cuna no podrá hacerse realidad. Y vaya aquí la argumentación del tino. Tenemos dos reyes. Uno de derecho y otro de dominio. Del primero, ya se ocupará la historia de darle su lugar; del segundo, como no nos ocupemos nosotros vamos a tener un serio problema. Pedro Sánchez se siente el rey de los españoles usando al verdadero Rey unas veces de escudo humano para que le amortigüe los abucheos y otras de jarrón chino para que decore su presencia. En cualquiera de las utilizaciones aflora un desbordamiento de arrogancia, pero sobre todo de mala educación.

Tarde llega el lamento cuando todo hacía ver que así sería. El primer aviso fue en 2018 cuando dos meses después de aterrizar en la Moncloa llegó una hora tarde a despachar con el Rey en Marivent; el segundo, en octubre de ese mismo año cuando en la recepción real se colocó con su mujer al lado de los reyes para que la plebe le mostrara pleitesía; y el tercero, cuando, con los remiendos de su Frankenstein político aun tiernos, decidió su investidura en esos días en los que los Tres Reyes Magos entraban en las ciudades, como ahora mismo.

«Al calamitoso presidente le vino bien la pandemia para fraguar el sometimiento de la ciudadanía a su persona»

No supimos captar el mensaje de que aquí no hay más rey que yo. Ingenuamente pensamos que era torpeza, pero no, la monarquía no le inspiraba ninguna consideración ni respeto. Al calamitoso presidente le vino bien la pandemia para fraguar el sometimiento de la ciudadanía a su persona y creerse aún mas su ascendencia cuasi divina. Decidió nuestros movimientos, nuestros horarios e incluso nuestra salvación. Y claro, tampoco nos dimos cuenta de que tantos meses ejerciendo ese poder absoluto sobre nuestras vidas le había hecho mutar de rey, a emperador. Un emperador tan absurdo como el Calígula de Albert Camus, que nombró cónsul a su propio caballo. Nuestro pequeño Calígula, que no dista del histórico en su objetivo de quedarse con todo y que, afectado por la angustia vital de su propia notoriedad en contra de lo que pudiéramos pensar, no está loco sino todo lo contrario, lo que hace es aprovecharse de la locura del sistema que sostiene su figura.

Con la sospechosa autoproclamación de Sánchez en una suerte emperador, consiguió transformar al Rey en su vasallo y por ello ahora se atreve a cursar invitaciones con su nombre por delante del Monarca, a ejercer su derecho de vetarle la asistencia a ciertos actos, a obligarle a acompañarle para que le neutralice la voz discordante de la calle y así no le salpique ningún insulto, y a pasarse por los forros de su cambiante chaqueta el protocolo que dicta el respeto institucional como vimos todos los españoles este pasado 12 de octubre con los reyes en el coche esperando su aparición, o tan solo hace unos días en la inauguración del AVE a Murcia, al que no solo se subió primero sino que además, lo hizo con chulería y sin dar las buenas tardes a nadie. No caigamos en el error de considerar que todo se ciñe al dilema entre monárquicos y republicanos. Es, de momento, una cuestión de educación, de saber comportarse y de mostrar mínimos modales institucionales. La grosería nunca está justificada y menos aún por un presidente de Gobierno. Pero es que éste que tenemos ya se ha creído Trajano. Tenemos un rey sin trono. Uno, o dos.

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