THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Fin de curso

«Hoy es el último día de un año marcado por el Gobierno más disparatado que hemos tenido desde que a los españoles se nos ocurrió volvernos europeos»

Opinión
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Fin de curso

Ilustración. | Erich Gordon

Mañana empieza un año, el 2023, que tiene mala pinta, es un número sin gracia, pero juntemos fuerzas cordiales para combatir el mal. A los malvados, ni agua. En todo caso, un comienzo siempre es bien venido, lo malo son los desarrollos.

Estas navidades Oviedo me pareció la ciudad más simpática de España. Estaban las calles repletas de gente que caminaba con calma entre luminarias nocturnas y rayos de sol mañaneros. Una vez más, el tiempo respetó las fechas navideñas y mi atento cicerone, Martín Caicoya, me mostró un par de palacios que me habían pasado inadvertidos. Rincones de piedra y musgo con aroma a coraza y horca pública. Me encontré más tarde en el parque de San Francisco con un recinto para perros y allí me pasé media hora. Un gozque chiquito y guapo daba saltos y giraba alrededor de un enorme San Bernardo y el gigante le dejaba hacer con un temple tierno, como de abuelo. Entraron también dos galgos de mirada abatida. Algunos de esos bellos animales han tenido una existencia desdichada y parecen llevar encima el recuerdo de una humillación que no pueden olvidar.

Allí vi, también y para mi sorpresa, que habían vandalizado el monumento a las víctimas de la Shoah. ¿Quién puede tener tan mala entraña como para rayar la placa que recuerda al alma dormida la matanza nazi de millones de inocentes? Seguramente un fanático religioso. Es algo realmente impropio de aquella ciudad y sus habitantes. Espero que lo reparen pronto.

«Todo conspiraba para que recordáramos a la España negra, todavía resistente en instituciones como la Renfe»

Todos los días que pasé en la vieja Vetusta fueron luminosos. El regreso, en cambio, me devolvió a la España de la incompetencia. Permitan que se lo cuente. Es instructivo. El tren de Oviedo a Madrid es, en realidad, el de Gijón a Castellón de la Plana, una diagonal chiflada que cruza toda la península y nos tiene encerrados cinco horas para un trayecto que debería durar, exagerando, tres. Como suele ser habitual, llegó de Gijón (que está a un tiro de piedra) con media hora de retraso. El vagón era una pocilga y los asientos iban de espaldas a la marcha, de modo que veíamos los soberbios picachos que van al puerto de Pasajes, una vez pasados, idos, muertos. En la cafetería no funcionaba la máquina de café, así que todo conspiraba para que recordáramos a la España negra, todavía resistente en instituciones como la Renfe.

Quedaba lo mejor. La máquina, o lo que fuera (no dan explicaciones), se escacharró y hubo que cambiar de convoy en Segovia. Seguramente el director de la compañía es un discípulo de Berlanga porque cuando llegamos a Segovia habían puesto el nuevo tren al revés. Ya pueden imaginar a cientos de pasajeros corriendo arriba y abajo del andén en busca de su asiento con maletas, baúles, bolsas, cochecitos, sillas de ruedas, patinetes y demás parafernalia, como un hormiguero atacado por avispas. Dios sabe a qué hora llegarían los de Castellón. Bien es verdad que era el día de los Santos Inocentes. Sería una humorada de esos altos cargos que ganan cientos de miles a nuestra costa. Tipos listos y con amigos.

Pero no son fechas para blasfemar, por mucho que nos lo pidan las autoridades. Hoy es el último día de un año marcado por el Gobierno más disparatado que hemos tenido desde que a los españoles se nos ocurrió volvernos europeos. Es un Gobierno que haría buen papel en Venezuela, en Argentina, en México, pero que en Europa se lo miran como a un perro verde.

El año que empieza no puede ser peor que el que acaba. Por ejemplo, en mayo pueden empezar a encenderse algunas candelas. Mientras tanto, recojámonos en nuestros cuarteles de invierno y esperemos con buenas lecturas y mejores conversaciones a que brote la vida. Que tengan ustedes una espléndida entrada de año.

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