THE OBJECTIVE
Ignacio Ruiz-Jarabo

Nuestra economía se para

«Digan lo que digan el Gobierno y los medios oficiales y oficialistas, nuestra economía se está parando si es que no se ha parado ya»

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Nuestra economía se para

“Eppur si muove” es la frase atribuida a Galileo al final del proceso en el que se le juzgaba por negar la hasta entonces verdad oficial. Pasados los siglos, hoy los medios oficiales y oficialistas juzgan a diario a todos aquellos que osan -osamos- por mantener que el discurrir económico de España no sigue la marcha triunfal que se nos quiere hacer creer desde el Gobierno. Y, sin embargo, digan lo que digan, proclamen lo que proclamen, y publiciten lo que publiciten, nuestra economía se está parando si es que no se ha parado ya.

Tuvimos un aviso serio con el dato avanzado relativo al aumento del PIB del tercer trimestre, un exiguo 0,1%. La diferencia entre crecer eso y decrecer es ciertamente nimia, aunque la sonrisa de las cifras haya servido para que la oficialidad se pavonee por la inexistencia técnica de recesión en nuestro país. Esquivarla creciendo tan solo un 0,1% equivale materialmente a no haberla esquivado. Y el aviso ha tenido hace tres días una desgraciada continuidad al conocerse los datos de empleo correspondientes al mes recién terminado, en el que el comportamiento de la afiliación a la Seguridad Social -solo 12.600 nuevos afiliados- ha supuesto que sea el peor mes de diciembre de los últimos diez años.

Nada bueno aparece en el horizonte de los próximos meses por lo que el comienzo del año apunta gris oscuro tirando a negro. No parece próximo el final de la guerra de invasión que se libra en Ucrania ni, consecuentemente, el término de sus negativos efectos económicos. El planeta no acaba de dominar al covid y, por lo tanto, prosiguen sus nefastas consecuencias y sobre todo los riesgos e incertidumbres que económicamente comporta. Prosiguen los problemas estructurales de varias economías nacionales relevantes. La elevación generalizada de los tipos de interés seguirá su curso, aunque ralentice el ritmo de aumento. Con este escenario, el Fondo Monetario Internacional ya ha avisado que económicamente 2023 será un año peor que 2022. Y en el plano doméstico todas las previsiones, salvo la del Gobierno, coinciden en pronosticar un estancamiento -aumento reducido- de nuestro PIB, lo que parece lógico dado el entorno internacional antes descrito y el mal hacer del Gobierno de Sánchez.

Por si fuera poco lo expuesto hasta ahora, el doble reto electoral -mayo y diciembre- que nos espera en el año que acabamos de estrenar no augura precisamente que las decisiones económicas que se adopten a partir de ahora vayan en la senda que requiere la situación actual, sino todo lo contrario. Desgraciadamente, es más que factible que un Gobierno en claro peligro de dejar de serlo utilice todo el poder que le proporciona el BOE para intentar que no se consume su derrota electoral. Y así, no cabe más que esperar la sucesiva adopción de medidas económicas de corte electoralista que, cumplan o no su objetivo partidista, destrozarán aún más a la maltrecha economía española.

La interrogación es inevitable: ¿qué situación se encontrará el Gobierno que resulte de las próximas elecciones cuando sea conformado a principios de 2024? Unas cuentas públicas claramente alejadas de las reglas fiscales de la Unión Europea a las que tendremos que ajustarnos en un corto espacio de tiempo, por lo que la contención del déficit y la reducción de la deuda deberán ser objetivos prioritarios del nuevo Ejecutivo. Unos desequilibrios básicos que lamentablemente permanecen en la economía española, siendo el principal nuestra lacerante tasa de desempleo, aunque ahora resulte parcialmente maquillada tras quebrase la homogeneidad temporal de las estadísticas por obra y gracia de Yolanda Díaz. Unos agentes económicos a los que se les encaminado en los últimos cinco años a la cultura del subsidio, ayuda y subvención y que, por ello, tendrán dificultades para competir en una economía global. Un marco empresarial en el que el Gobierno ha aumentado los costes fiscales y laborales de las empresas, circunstancia que hará especialmente difícil el desarrollo de su actividad y la competencia internacional en un entorno inevitablemente menos asistencialista. Y a todo esto debe añadirse un clima político general nocivamente enrarecido y con una clara degradación institucional.

No cabe duda, el panorama al que se enfrentará el nuevo Gobierno requerirá un esfuerzo titánico que debe incluir acierto en el diagnóstico, acierto en la terapia, coraje para aplicarla y temple para sortear la previsible conflictividad sobrevenida. Solo así es factible que la actual situación pueda encontrar solución. Es evidente que existen dos únicas opciones post electorales posibles y, en mi opinión, una de ellas constituye parte del actual problema por lo que difícilmente puede ser la solución. Es probable que así lo vean también la mayoría de españoles en el mes de diciembre, lo que supondría que sea Núñez Feijóo el que tenga que actuar de titán. El reto es descomunal, pero tiene la ventaja de disponer de un año para planificar el inevitable auto rescate económico de España.

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