¿De qué vas, Yolanda?
«Díaz está esperando a las elecciones de mayo, cuando Podemos se entierre un poco más y España tenga un mapa azul. Entonces hará un guiño a Sánchez»
Muchos dicen que Yolanda Díaz es un bluf. La «princesa roja de Disney», la llamó con acierto Teodoro León Gross. Sin duda, la comunista es un producto de la prensa amiga, un montaje propagandístico. Por eso mismo es digna de estudio. No está rodeada de memos precisamente. Han construido la figura de madre protectora de los vulnerables, basada en la sentimentalidad sin ira (ni conocimientos), que no por casualidad no encaja en Podemos.
Los podemitas están que bufan. La comunista no juega a que el régimen del 78 agonice, como hizo Podemos desde el primer día. El peronismo ibérico con rostro humano de Yolanda Díaz, alejado del conflicto continuo como instrumento político, del «rodea el Congreso», de los escraches, los numeritos callejeros, los insultos y amenazas, es insoportable para los podemitas.
El yolandismo (perdón por la palabra) es ese «nuevo laborismo» que alimenta fantasías como la igualdad material. Está en la senda del ingenuo socialdemócrata que fue Norberto Bobbio, quien aseguraba que una democracia que no tendiera al igualitarismo económico no merecía tal nombre. Hablo de aquellos que están muy cómodos con un Estado que, con la excusa de la justicia social, invade la libertad negativa, la intimidad de las personas, el ejercicio verdaderamente libre de los derechos. Es la fantasía que ha permitido el camino de servidumbre en el que estamos, donde hemos rendido nuestras armas de libertad a los pies del Estado paternalista.
Es lógico que ante un crecimiento exponencial de la injerencia estatal a petición de la gente, que idolatra al Estado, tengan más opciones de llegar al poder aquellos que apuntan maneras autoritarias pero prometen bienestar.
«Su democracia totalitaria necesita de forma imperiosa hacer sentimentalismo para sobrevivir»
Es aquí donde tienen cabida personajes como Yolanda Díaz. La izquierda hoy define la democracia como Rousseau; esto es, como el «gobierno de la gente», no del Estado de Derecho, ni de los derechos individuales, ni del Gobierno limitado. Su democracia totalitaria necesita de forma imperiosa hacer sentimentalismo para sobrevivir.
Yolanda Díaz juega justamente con las claves emocionales de la política sentimental, tal y como señaló Spinoza: miedo, esperanza, ira y felicidad. No quiere saber nada de la razón y la ciencia porque limitan el debate y la lógica de la acción política. Es más rentable, como ya señaló Mouffe, la gurú filosófica del socialismo del siglo XXI, trabajar las emociones que la razón, porque construyen trincheras y ponen al capitalismo frente al tribunal de la justicia social.
Cada palabra y gesto de Yolanda Díaz van en este sentido. El miedo a la desprotección y a la derecha, la esperanza de una promesa socialista, la ira ante los que niegan dicha promesa, y la felicidad que proporciona la superioridad moral. El efecto en el electorado de la izquierda de este personaje con dicho guion es la empatía. «Es una de los nuestros», dicen. «No nos puede hacer ningún daño», señalan, a diferencia de políticos más agresivos como Pablo Iglesias o Irene Montero.
Por eso no importa que Díaz no sepa los datos en las ruedas de prensa. Conocer las cifras no supone para la izquierda ningún valor porque lo importante es la intención, que todo lo malo perezca y que el bien triunfe. Es así de sencillo. Si esto se traslada con el «discurso del consuelo», que escribió Laurent Berlant, que llena la vida pública de emociones extremas, el éxito está al alcance de la mano.
«El problema de Yolanda Díaz no es Podemos, sino que un partido propio no se improvisa»
El resto es lastre. Me refiero a los Iglesias y compañía. Es gente malencarada, agresiva, carbonizada para la política. Despiertan antipatía allí donde van. Tampoco compensan ese carácter desagradable con la autoridad del sabio o del técnico, porque han demostrado que no tienen ni puñetera idea de nada útil. La ley del solo sí es sí ha sido su tumba, la prueba de que no sirven para la gobernanza.
Yolanda Díaz escucha las amenazas e insultos de los podemitas, que la urgen a decir públicamente si va a ser candidata de la coalición. Y la presionan para que lo diga cuanto antes. Pero vamos, parecen nuevos, ¿cómo va a querer abrazarse a cadáveres políticos que solo piensan en apuñalarse mutuamente?
El problema de Yolanda Díaz no es Podemos, sino que un partido propio no se improvisa. Repetir la chapuza de Más País no le sirve. Necesita algo más grande, y el PSOE se lo ofrece. Ahora bien, ¿quién se fía de Sánchez? Es cuestión de paciencia. Yolanda Díaz está esperando a los resultados de las elecciones de mayo de este año, cuando Podemos se entierre un poco más y España tenga un mapa azul. El escenario permitirá a Díaz alentar el miedo y la esperanza, sacar su figura protectora, y entonces hará un guiño al maquiavelista Sánchez. Todo un espectáculo.