Hay más cosas de las que existen
«Lo malo de apilar y manipular la realidad cual si fuera un túmulo es que termina por valer lo que valen sus ladrillos»
Hay tonterías que solo pueden surgir de la academia. Dice un respetado profesor de economía, a cuento de la muerte de Ratzinger: «No sé cómo se puede ser un excelente teólogo. ¿Ser experto en compaginar las distintas opiniones? Porque conocimiento, no hay ninguno en la teología. Todo es invención.»
¿Puede el ojo mirarlo todo? Todo, salvo a sí mismo. Ese punto, que para muchos es ciego, es más bien un punto de penumbra. Sólo se accede a él desde esos inventos que tan poco agradan al profesor de economía. ¡Qué le vamos a hacer!
En un célebre artículo publicado a finales del XIX, Gottlob Frege estableció la diferencia entre sentido y referencia. Si sentido es la forma de referirnos a algo, la referencia es ese algo como tal. Si yo hablo de mi hermana y mi madre habla de su hija, ambos nos referimos a la misma persona.
A raíz de esta distinción, muchos cargaron las tintas contra aquellos discursos cuya referencia era difusa o incontrastable, blandiendo el concepto de referencia para acusar al adversario de emitir juicios vacíos. ¿Cuál es la referencia de la teología? ¿Dios? Como diría el viejo del meme: dónde está eso, a ver, que yo lo vea. Defendían que si algo no existe -si no hay referencia, diría Frege- nada de lo que se pueda predicar de ese algo tendrá sentido.
Se equivocaban. El lenguaje de cosas exactas es exacto. Pero un lenguaje que trate de cosas inexactas ha de ser por fuerza inexacto.
Agustín García Calvo llamaba «existencia» a todo lo susceptible de ser cuantificado y manipulado por el poder. Existe lo que interesa. Sin embargo, hay una serie de cosas que quedan en el subsuelo de lo dominado, ajenas a toda cuantificación, resistiéndose a ser objetivadas. Hay más cosas de las que existen.
«El lenguaje de cosas exactas es exacto. Pero un lenguaje que trate de cosas inexactas ha de ser por fuerza inexacto»
No cabe duda de que hay gente con ángel, aunque nos traiga sin cuidado dónde reside su referencia. ¿Debo llevar al laboratorio una pluma de sus alas? Si visito un restaurante con alma, ¿la guardo en un frasco y la analizo?
Misterio, según Dilthey, es lo que resulta comprensible pero no explicable. La naturaleza, en cambio, se expresa en fenómenos y se explica con leyes. Por eso es más fácil conquistar el espacio exterior que la vida interior.
Sucede en ocasiones que, cuanto más inasible es una referencia, más sentido tiene. Heidegger reivindicaba esa inasibilidad es un texto tardío, Gelassenheit, «Desasimiento». Lo que hay nunca puede ser totalizado, reducido o cosificado del todo.
O, por decirlo con el tedioso lenguaje de Frege: hay un mundo de referencias sin sentido, que es el mundo que objetiva las ciencias de la naturaleza. Y hay también un mundo de sentido sin referencias, que es el mundo que conciben las ciencias del espíritu.
Para Heidegger la metafísica occidental es la historia de la cimentación y erección de un gran sepulcro. Lo malo de apilar y manipular la realidad cual si fuera un túmulo es que termina por valer lo que valen sus ladrillos. Las pirámides tienen hoy de sacro lo que comerciantes y turistas extraigan de ellas. No deja de ser significativo que el complejo donde se inhumaba a los faraones egipcios fuese denominado Ta Iset Maat, que significa «lugar de la verdad». ¿Acaso queremos embalsamar y enterrar la verdad? ¿No será mejor que corra un poquito el aire?