THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

El bulo machista y la bula feminista

«En el uso del fenómeno de la violencia de género se da una de las más refinadas y perniciosas manifestaciones de la conocida como ‘falacia moralista’»

Opinión
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El bulo machista y la bula feminista

La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez 'Pam'. | Europa Press

El podcast lleva por título Feminismo para todo el mundo y su presentación y moderación corre a cargo de Ángela Rodríguez, más conocida como Pam, secretaria de Estado de Igualdad. El pasado mes de noviembre, en un arranque de sinceridad, señalaba a propósito de la nutrida agenda legislativa que impulsaba su ministerio, que sufrían de «diarrea legislativa» pues no sabían cuánto tiempo más durarían en el cargo. El programa cuenta con una serie de expertas invitadas, algunas de ellas asesoras del Ministerio de Igualdad que son presentadas como las muñidoras y autoras («madres») de las leyes y de las políticas públicas feministas, señaladamente la llamada ley de sólo sí es sí. Se trata de María Naredo y de Bárbara Tardón quienes, de acuerdo con la respuesta dada por el Portal de Transparencia a Newtral en septiembre de 2020, tenían un sueldo anual de casi 52.000 euros. Pam se acerca a los 100.000 euros anuales.

El podcast dura algo más de una hora y casi ha logrado opacar al despecho musical de Shakira por un fragmento en el que Pam bromea sobre la exagerada repercusión que en los medios de comunicación se da a las cifras de agresores sexuales que han visto rebajada su condena, una desmesura que correría en paralelo al bulo según el cual desde que se aprobara la ley del sólo sí es sí se va a necesitar un «contrato para follar» o al de la facilidad con la que se podrá modificar la mención del sexo en el Registro Civil una vez que sea aprobada la ley trans. Todos ellos son bulos machistas. 

Hay varios momentos en el coloquio en los que se insiste en que los números no son «lo más importante», que constituyen solo la punta del iceberg; que lo importante de la(s) violencia(s) machista(s) son sus raíces, que no constituye una «novedad» que, sean muchas o pocas, las mujeres sean asesinadas y violadas. La violencia de género, señalan las expertas, no es una lacra, ni un volcán como el de la Palma, ni los agresores machistas unos seres alienígenas sino cualquiera de nosotros, hombres, cualquier «Juan Antonio» de Plasencia – nombre del arquetipo de machista-cuñado que ha parido la fértil imaginación de Pam. Todos los hombres, por el mero hecho de serlo, somos uno de esos «Juan Antonios», es decir, violadores y agresores latentes, «hijos sanos del patriarcado». «Todos los hombres sois machistas», afirma la asesora Tardón. «Desde que nacen» –añade- «están socializados en el machismo». Más allá del oxímoron que implica «nacer socializado», de ser tomada esta tesis en serio, no sé a qué se espera para instalarnos a todos un brazalete como medida de prevención y que, además de tenernos siempre geolocalizados, incluya algún mecanismo de contención ante cualquier aviso de una potencial víctima. 

«A la pregunta ¿cuál es la causa de la violencia que despliegan los hombres contra las mujeres? se responde: ‘el machismo’»

Pero lo más relevante del podcast mismo no es la punta del iceberg de las chanzas de Pam, un tono jocoso para el que nadie más que ella, su corte y su «espacio político» tienen bula. No: lo más crucial es lo que se exuda a lo largo de esa mesa redonda, que, por otro lado, no es ninguna novedad.

En el año 2017, cuando gobernaba el Partido Popular, el Ministerio del Interior comenzó a elaborar un informe sobre las causas de la violencia de género del que dio cuenta El País en su edición de 10 de julio bajo el titular: ¿Por qué los hombres matan a las mujeres? Uno pensaría que todo esfuerzo por intentar comprender mejor esa particular forma de violencia da sentido al feminismo como pretendida «teoría social», también y primordialmente a su lucha emancipatoria pues contribuiría a su mayor y mejor prevención y erradicación. Tal vez la metodología era torpe, mal seleccionados los expertos, pobre el diseño y escasos los recursos destinados. No: la enmienda era a la totalidad y en esa negación a la mayor se concitaba buena parte del espectro del feminismo. El diario Público anunciaba en su titular que con ese estudio se pretendía «desvirtuar la violencia machista»; el PSOE solicitaba la comparecencia urgente del ministro del Interior para dar explicaciones; la conocida e influyente colaboradora de eldiario.es que firmaba con el elocuente seudónimo Barbijaputa, tildaba de machistas a los investigadores, a la Policía Nacional y a la Guardia civil que suministrarían los datos, y al periódico El País mismo, y, con menos ruido y furia, pero con parecida vocación de denuncia airada, la entonces diputada de la Asamblea de Madrid por Podemos, la filósofa y activista feminista Clara Serra, señalaba, también en un tuit, que: «Para contestar a esta pregunta» – la pregunta sobre las causas de la violencia de género- «no hacen falta  experimentos de criminólogos de CSI, hace falta feminismo».

En el uso del fenómeno de la violencia de género se da una de las más refinadas y perniciosas manifestaciones de la conocida como falacia moralista: puesto que debe ser que la violencia contra las mujeres es una manifestación de la discriminación ancestral y estructural de los hombres contra las mujeres, las agresiones que sufren las mujeres a manos de sus parejas o exparejas son machistas, su causa es el machismo, esto es, en el fondo no hay ninguna otra causa que estudiar, ni investigación que hacer ni estadísticas que comparar. La circularidad podrá ser explícita o implícita, pero en todo caso es viciosa: a la pregunta ¿cuál es la causa de la violencia que despliegan los hombres contra las mujeres? se responde: el machismo. Y cuándo uno pregunta en qué circunstancias se ha tenido una actitud o comportamiento machista, se responde que cuando una mujer ha sido agredida por su marido o exmarido. Fíjense, además, en que de ese ulterior «recorte del fenómeno» no se puede hablar en términos de «violencia marital» o «violencia doméstica». Tampoco se incluyó en su día, al momento de promulgarse la ley de violencia de género en 2003, la forma más intuitivamente candidata a engrosar esa categoría de violencia machista: la agresión sexual.  

«En España el número de homicidios en 2021 bajó a 290, uno de los 30 países con menor tasa de homicidios del mundo»

¿Ustedes tienen noticia de que se haya hecho algún esfuerzo para depurar las cifras, esa punta del iceberg del patriarcado, de las más de mil mujeres asesinadas desde el 2003, y así, después de un estudio sosegado, de haberse conocido los pormenores de los hechos probados en las resoluciones judiciales que condenaran a los autores, separar el trigo del machismo de la paja de otros factores que pudieran ser causalmente más contribuyentes? ¿Ustedes son capaces de saber si el número de mujeres asesinadas en España es o no alarmante en términos relativos frente a otros países? En España el número de homicidios consumados en 2020 fue de 298 y en 2021 la cifra bajó a 290 (aproximadamente el 60% de las víctimas son hombres), lo cual nos sitúa entre los 30 países con menor tasa de homicidios del mundo. En 2010 fue de más de 400 el número de homicidios en España. Esa mejora, esa posición en términos comparados ¿no arrastra también la consideración que debamos hacer sobre la violencia de género en España? ¿Sabrían calibrar si, siendo cierto que son más los hombres que matan a las mujeres que son o han sido su pareja o expareja que a la inversa, lo son en mucha o muchísima mayor proporción? ¿Lo son cada vez menos o cada vez más? ¿Para saberlo o analizarlo, solo hace falta feminismo?

La situación es entonces la siguiente: el dizque feminismo de las Pam define el fenómeno, es decir, lo estipula conceptualmente, no tanto por el rendimiento explicativo que pueda tener la estipulación sino por aquello, ya saben, de que «conceptualizar es politizar»; señorea – con perdón- sobre la dimensión del problema, no ya porque se apliquen ciertos parámetros o criterios objetivos sino en función de si se ocupa o no el poder y se maneja el presupuesto. Si, por ejemplo, aumentan las denuncias siempre será un indicio de que gracias a que el feminismo está al mando se está visibilizando la realidad y deja de estar normalizada; si disminuyen será efectivamente gracias a las políticas feministas. En otro supuesto -si no se ocupa el poder- el número de denuncias podrá jugar cualquiera de los dos papeles indiciarios: si se incrementan tendremos la señal de que el Gobierno, con sus actitudes o políticas, exhuma el patriarcado, y si disminuyen será señal de que las mujeres, alienadas de nuevo, vuelven a «ser pegadas lo normal» y ni siquiera se atreven a denunciar. Si es con barba San Antón y si no la Purísima Concepción. 

Preguntarnos: a) ¿cualquier cosa que se denuncia es computable? y/o b) ¿no habrá incentivos perversos para denunciar? Es una forma de sospecha patriarcal, de violencia machista. Reparar en si desciende el número de mujeres asesinadas, o incluso si aumenta, a pesar de disponer de la mayor partida presupuestaria de la historia implica fijarnos en la punta del iceberg.  

Pero insisto: nada de esto, más allá de la puntita risible del iceberg de Pam, es ninguna novedad. En la exposición de motivos de la Ley Integral de Violencia de Género se marca la pauta cuando, de manera apodíctica, se afirma que esa violencia es la que: «… se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión». Se trata, insiste la Exposición de Motivos de una: «… manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres». 

«Una sola mujer víctima podrá ser prueba bastante de la pervivencia del patriarcado y del machismo»

Una situación que no habrá forma de atajar pues, como ha llegado a decir en estos días la Fiscal contra la violencia de género Teresa Peramato, una sola mujer víctima es motivo de preocupación -¿qué manifestación de violencia criminal no lo es?- y eso podrá ser prueba bastante de la pervivencia del patriarcado y del machismo. ¿Qué deberíamos entonces pensar de los que, habría que convenir, son las más terribles formas de violencia entre los seres humanos, las que tienen como víctimas a los más vulnerables y desamparados, los niños? En 2021, 17 de ellos fueron asesinados en España.   

El paroxismo se alcanza, por ejemplo, en la legislación andaluza sobre violencia de género. En la Ley 7/2018 que modifica la anterior de 2007, se dispone que la Junta fomentará la realización de estudios e investigaciones que permitan conocer las causas de la VG. ¿Pero acaso no se nos había dicho ya apodícticamente (artículo 3) que la causa de violencia de género es el machismo, el patriarcado que todo lo permea? Es más: si de resultas de esas investigaciones se llegara a la más que plausible conclusión de que la causa de la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres no es siempre el afán de dominación machista, que los maltratadores no agreden a las mujeres «por el hecho de serlo», que el fenómeno es multifactorial ¿acaso fomentan las administraciones públicas el negacionismo?

Y ya saben, el negacionismo –que interesadamente se invoca no como la objeción frente a una explicación o definición, sino de los hechos mismos que nadie, ni siquiera por supuesto Vox, deja ni de repudiar ni de querer castigar severamente- es también una forma de violencia machista. Y criticar a Pam, o al Ministerio de Igualdad es precisamente indicio tanto de que el feminismo avanza en la dirección correcta –una suerte de «ladran luego cabalgamos». 

El caballo de este feminismo parece siempre ganador pero en realidad no nos conduce a ninguna parte más que al desaliento. 

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