República bananera
«Si la disfuncionalidad actual del sistema político americano persiste, si el ejemplo de Estados Unidos se evapora, sus enemigos triunfarán y todas las democracias estaremos en peligro»
En los años sesenta y setenta del siglo pasado era habitual en Estados Unidos referirse como «repúblicas bananeras» a los países de centro y suramérica, dominados por la corrupción y el desgobierno. La descalificación servía, además, para resaltar la fortaleza democrática de la gran nación del norte, guardián y modelo de la región. Tiempo después, las cosas sólo han mejorado muy levemente en la América latina, pero han empeorado notablemente en Estados Unidos, que hoy ostenta méritos sobrados para cargar con la misma etiqueta humillante que en su día atribuía a sus vecinos.
En pocas semanas hemos visto varios signos inquietantes sobre la decadencia de la democracia más poderosa del mundo. Los republicanos necesitaron 15 votaciones para elegir un presidente de la Cámara de Representantes, lo que se consiguió sólo después de satisfacer las demandas más extravagantes de la extrema derecha incrustada en el partido de Lincoln. Con la excusa de limpiar el sistema y cumplir la voluntad del pueblo, esa corriente populista marca el ritmo de la política norteamericana.
No sorprende, por tanto, que las primeras y disparatadas iniciativas de la nueva mayoría republicana fueran las de prohibir el infanticidio (como llaman al aborto), aunque, por supuesto, el infanticidio es ilegal desde el primer día de existencia del país, o retirar los fondos supuestamente destinados a contratar 87.000 inspectores de Hacienda, plan que nunca ha existido. Como dice el columnista de The Washington Post Dana Milbank, los republicanos «van a gobernar desde la fantasía y legislar sobre la base de la ficción».
«Se suponía que Estados Unidos era una reserva democrática a salvo de la zafiedad y los disparates que se ven en otros lugares»
Está muy de moda esto de legislar por capricho, por espejismo o con absoluto desprecio del pasado, sin que esa legislación responda a las necesidades reales o se atenga a los normas requeridas en el proceso legislativo. Lo hemos visto con frecuencia en España últimamente. Pero se suponía que Estados Unidos era una reserva democrática a salvo de la zafiedad y los disparates que se ven en otros lugares.
Desde la victoria de Donald Trump sabemos que no es así, pero lo más grave es que el sistema se sigue deteriorando con el paso del tiempo y ni siquiera la presencia de un demócrata en la Casa Blanca ha sido capaz de frenar esa erosión. Poco después de confirmarse que las leyes de Estados Unidos están en manos de un Congreso en el que una tercera parte cree que se ha cometido un fraude en las últimas elecciones, descubrimos que ese demócrata en el que habíamos depositado tantas esperanzas cometió el mismo error o abuso de Trump de guardar documentos reservados en el garaje de su casa. La estabilidad de la primera potencia mundial depende ahora de una investigación que puede acabar en el tercer impeachment de un presidente en el plazo de cuatro años. Recordemos que en toda la historia anterior sólo había habido dos.
El desbarajuste político va unido a un clima de polarización en la sociedad cuyo único precedente es el de la Guerra Civil y al deterioro de otras instituciones sagradas que fueron pilares de la grandeza de ese país, como son las universidades, hoy socavadas por el avance del movimiento woke, que reescribe la historia e impone disciplina al estilo de la Revolución Cultural china.
Nadie vislumbra un liderazgo capaz de recuperar el vigor de ese país y devolverlo a la senda de la razón. El cáncer populista en el Partido Republicano está ya demasiado extendido. Incluso si Trump no es reelegido, la temeridad de la extrema derecha será determinante en el futuro de esa organización. Por su parte, la ideología del Partido Demócrata parece reducida a la defensa de la causa trans, para desgracia de millones de familias que se ven obligadas a explicar a sus hijos en casa que no es cierto eso que les dicen en la escuela pública de que existen 18 géneros diferentes.
La pérdida de vitalidad de Estados Unidos se refleja en asuntos menos comentados, como la crisis que sacude a California y que ha arruinado por completo las expectativas económicas y culturales que un día simbolizó ese territorio, y en otros de mayor envergadura, como el abandono de la defensa de los derechos humanos y la democracia en puntos como Venezuela, Irán o Afganistán.
El ejemplo de la democracia americana fue esencial para la expansión de ese modelo en muchos países desde mitad del siglo pasado. En buena medida puede decirse que la democracia ha sido hasta ahora el sistema favorito en el mundo porque ese era el sistema de la potencia dominante. Estados Unidos demostró a todos, no sólo que era preferible vivir en democracia, sino que la democracia y la libertad eran indispensables para obtener la prosperidad. Si la disfuncionalidad actual del sistema político americano persiste, si el ejemplo de Estados Unidos se evapora, sus enemigos, muchos de los cuales viven entre nosotros, triunfarán y todas las democracias estaremos en peligro.