Del aborto y Vox
«Son ingenieros sociales de derechas, torpes y autoritarios. Por eso reivindican a Orbán, que ha destruido el sistema de contrapesos de una democracia liberal»
A estas alturas nadie con juicio cae en la trampa de la sobreactuación sanchista con la cuestión del aborto en Castilla y León. El truco está tan visto que no merece la pena ni comentarlo. El asunto, sin embargo, deja al descubierto otra cosa: el carácter de ingenieros sociales que tiene la derecha populista en España. Me refiero, claro está, a Vox.
No teníamos suficiente con unas izquierdas empeñadas en meterse en la vida pública y privada de la gente, en nuestras creencias y costumbres, en las prácticas y omisiones, en querer reglamentar todo, que ahora aparece esta derecha con la misma obsesión. El mecanismo mental de unos y otros es el mismo: usar el Estado para moldear al individuo y a la sociedad a su gusto.
Es normal. Estamos en una crisis política, y en esta situación es recurrente la aparición de mesías que señalan la decadencia del presente y predicen el futuro apocalipsis, como Podemos o el PSOE, pero también Vox, y que vienen a salvarnos. ¿La solución? Seguir sus mandamientos. El resto somos unos pobres desgraciados sin criterio, conocimiento ni voluntad, que vemos arder Roma y tocamos la lira.
«El propósito de Vox es el conflicto, no solucionar los problemas»
En su misión salvífica Vox usa la guerra cultural, sí, pero como una fórmula de marketing electoral. No es que no crean los voxistas en la necesidad del debate, sino que la búsqueda de votos marca los temas que sacan y el momento en el que lo hacen. Su propósito es el conflicto, no solucionar los problemas. Por eso siempre sale beneficiado Pedro Sánchez, al que ayudan a distraer sus tropelías. Son su media naranja.
En la formación de Abascal hay tres tipos de guerreros culturales. Primero están los clérigos, esos que dictan doctrina y dan empaque intelectual a la ideología nacionalpopulista. Tienen autoridad pero carecen de poder. Publican libros y artículos, dan conferencias, les aplauden los suyos, y poco más. No pintan nada. Son la coartada del segundo tipo.
Luego están los marketinianos, que usan las ideas de los clérigos para sus campañas electorales. Buscan el momento, como por ejemplo la convocatoria de mayo de 2023, y piensan en llenar portadas y marcar debate. No tienen porqué ser inteligentes, como ha demostrado la chifladura de García-Gallardo con el aborto en Castilla y León, sino oportunistas. Les da igual todo. Solo quieren el impacto social y que se hable de Vox porque consideran que el olvido es lo peor para un partido.
Por último está el fanático. Emil Cioran describió muy bien a este tipo de persona. Voy a abusar de su Breviario de podredumbre. El fanático, decía el filósofo, tiene un enorme complejo de superioridad que convierte sus ideas en un decálogo de salvación. No tiene dudas, sino certezas, por lo que desprecia al que no piensa igual en una mezcla indecente de banalidad y apocalipsis.
«Vox se alimenta de esos moralistas que ansían tener el Estado en su mano para coaccionar a todos»
Vox se alimenta de esos fanáticos para su guerra cultural, de ese ejército de salvadores, de correctores del pensamiento y del comportamiento, de moralistas que ansían tener el Estado en su mano para coaccionar a todos. Esos fanáticos son la tropa de los marketinianos, que estudian la cartografía electoral y sacan temas como en un juego de naipes.
Si el propósito del tema del aborto era marcar diferencias con el PP, lo han conseguido con creces, aunque para mal. No solo García-Gallardo, ilustre desconocido, se ha saltado un acuerdo de Gobierno de ayuda a la maternidad, sino que luego, en la rueda de prensa y entrevistas, no sabía explicar qué había querido decir ni cómo se iba a articular. Solo le importaba el ruido, no las soluciones. Ni conocimiento médico, ni sociológico ni jurídico. Nada de nada. No es que esté aquí reivindicando un gobierno de técnicos, es que no merecemos uno de memos, ni de izquierdas ni de derechas.
Son ingenieros sociales de derechas, torpes y autoritarios. Por eso reivindican a Viktor Orbán, que sacrifica la libertad de los otros para conseguir su proyecto de comunidad perfecta, que ha destruido el sistema de contrapesos propio de una democracia liberal. Es la misma esencia que el socialismo: la construcción de un Estado moral. ¿Quiénes se creen estos políticos para convertirse en la conciencia moral de todos? Qué hartazgo.