Deslealtad en la cumbre de Sánchez
«Pedro Sánchez, como aperitivo para su futuro papel de presidente europeo, se ha empeñado en internacionalizar ‘la normalización’ de Cataluña, el todo va bien»
Certificar el fin del procés independentista en Barcelona, durante una cumbre hispano-francesa, es otra idea innecesaria, producto de mentes deseosas de dar por cerrado el temita y sacar pecho al margen de la realidad. Pedro Sánchez, como aperitivo para su futuro papel de presidente europeo, título rotatorio que impresiona a pocos, se ha empeñado en internacionalizar «la normalización» de Cataluña, el todo va bien.
Mañana, Emmanuel Macron, presidente del más centralista y jacobino de los Estados europeos, será recibido en el país más descentralizado del continente. En España. El Gobierno ha elegido como lugar de reunión la montaña barcelonesa de Montjuic, sede de la Exposición Universal de 1929 y de los Juegos del 92.
Esa elección ha sentado mal en círculos indepes. Se espera mucho público procesista en contra. Les parece humillante que los españoles den por cerrado su patriótico caminar. «Aquí no se ha acabado nada», rezan los carteles separatistas que se han repartido por la ciudad. Para ellos, la cumbre es otra oportunidad de hacerse ver. El procés ya se había exportado a España, al Congreso, a la Justicia y ahora toca el encuentro amistoso de dos países vecinos. Pas mal.
En esta cumbre chirría la actitud de Esquerra Republicana. El partido independentista que gobierna la comunidad en minoría se ha unido a la protesta convocada por las principales asociaciones parapolíticas (Omnium y la Assemblea Nacional Catalana) y a los exconvergentes expulsados de la Generalitat. ERC se manifestará contra un Gobierno socialista al que lleva apoyando toda la legislatura.
Los líderes republicanos de Catalunya, que siempre ha sido afrancesada, se proponen besarle la mano a Macron mientras le estropean la fiesta de normalización a Sánchez. Esquerra estará en la cumbre (con la presencia de Pere Aragonès) y protestará en la calle (con la de su jefe, Oriol Junqueras). La doble cara independentista siempre aparece, se les dé lo que se les dé.
«El PSOE quiere hacernos creer que ya se ha puesto un colorín colorado al cuento del ‘procés’»
Tras una maratón de anulación de delitos, cambios de penas y nuevos pasos para facilitar la rehabilitación de quienes declararon la independencia en 2017, el PSOE quiere creer y hacernos creer que ya se ha puesto un colorín colorado al cuento del procés, que vivimos un nuevo «paradigma» de normalidad democrática. Lástima que los independentistas, incluso los que aprueban sus presupuestos, se empecinen en demostrar lo contrario.
En esta fiesta barcelonesa, Aragonès solo tiene un papel, el de dar la bienvenida como máxima autoridad de la región anfitriona. Asiste a la cumbre porque, según ha justificado ante sus votantes, no puede desaprovechar la ocasión de intervenir en el encuentro franco-español para hablar de la nación catalana. Incluso ha pedido un tête a tête con Macron (y sin Sánchez). Quiere proponer la oficialidad del catalán en Europa entre una larga lista de temas que nadie le ha pedido. Olvida que es una reunión de presidentes de Estado, no de líderes autonómicos.
Pero ya puestos, Aragonès le podría exigir a Macron la inmersión educativa en corso y catalán en su país. En Cataluña no hace falta. A los niños catalanes solo se les impide estudiar en castellano. Se sigue incumpliendo la sentencia del 25% de español en la escuela pública (una sola asignatura).
Sabedor de cómo nos las gastamos por aquí, el ministro francés de Educación y un grupo de diputados presentaron el pasado año un recurso en el Consejo Constitucional para impedir que prosperara el proyecto de ley de inmersión en lenguas «regionales». Así las denominan. El objetivo del recurso, resumió Le Monde, era evitar «vivir en Francia el fenómeno catalán». El Tribunal Constitucional lo zanjó rápido: «La lengua de la República es el francés».
Carles Puigdemont, el autoexiliado presidente, verá la protesta de los suyos por la tele. Volver no vuelve. Por el momento, se trata de salir en la pantalla y aparecer por las redes para tratar de convencer a los europeos de que Cataluña vive en un permanente conflicto.
«Independencia, Països Catalans y basta de represión» es el eslogan de la cumbre indepe. Les costará a estos patriotas acercarse a Macron para exigirle que les devuelva el Rosselló, el Conflent, el Vallespir, el Capcir y el norte de la Cerdanya, territorios que el Tratado de los Pirineos, firmado en 1659, entregó a Francia.
«La ANC ha sugerido a Aragonès que saque la ‘estelada’ en la cumbre y reviente el encuentro»
La Catalunya Nord -término inventado en 1974- no existe. Y la Catalunya Sud es una autonomía española con diputados independentistas en el Congreso de España. Sus partidos gobiernan Cataluña hace décadas y manejan a su antojo miles de millones de euros.
La más osada de las propuestas escuchadas estos días fue la de la presidenta de la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC). Dolors Feliu, una señora que siempre parece estar enfadada y agita el puño en los mítines, le ha sugerido a Aragonès que saque la estelada en la cumbre y reviente el encuentro.
Sin embargo, el presidente independentista catalán se paseará por los salones de la cumbre y se fotografiará sonriente con Sánchez y Macron. Mientras, Junqueras -el líder en la sombra- se sumará a las protestas del poble. Será incongruente, pero es lo que toca para ganar elecciones.
El procés y el deseado final del mismo dan votos a unos y a otros. Por el momento, cada partido explica la realidad a su modo. Y, como es normal desde hace años, en Cataluña nada es normal. Ni las fraternales cumbres europeas. Solo la continua y, ya cansina, deslealtad independentista.