THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Ni mártir, ni pendeja

«De cara al próximo año está en juego la puesta en práctica de una forma de gobernar que lo arriesga todo al servicio de la voluntad de poder de Sánchez»

Opinión
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Ni mártir, ni pendeja

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

Las paredes eran delgadas en el hotel de Villahermosa, y desde primera hora Marta y yo percibimos el peligro de no dormir, después del largo viaje desde Madrid, al escuchar las primeras palabras de una pareja que venía a celebrar su noche de bodas en el cuarto de al lado. La gozosa visita al parque olmeca estaba en peligro. Al principio fueron las expresiones de pasión que cabía esperar, pero después de cierto sueño compartido de un lado y otro del muro, volvió el ruido, esta vez producto de una discusión que fue subiendo de tono, con él imponiendo sus gritos durante horas. Terminó de forma inesperada. Antes de irse dando un portazo, ella se limitó a pronunciar unas palabras: «No soy ni mártir, ni pendeja». En la recepción nos confirmaron que se trataba de recién casados y que cada uno se había marchado por su lado.

En apariencia, el episodio se encuentra a años luz de las peripecias políticas en la España de hoy, pero la realidad es que vuelve a mi mente cada vez que Pedro Sánchez nos favorece con la interminable serie de sus ocurrencias, desde los tiempos del covid a las actuales rebajas de enero para el independentismo catalán. No se trata solo del contenido discutible de cada una de sus iniciativas y decisiones, esto a veces resulta secundario, pueden ser la ley trans, cambios de relumbrón mal hechos en defensa de las mujeres que acaban beneficiando a los violadores, o la entrega sin reservas a los dictados de Rufián. Para el espectador lo que cuenta es la cascada de supuestas innovaciones, nunca explicadas más allá de las falsas evidencias, aderezadas siempre con la misma salsa indigesta de que los socialistas proponen, los de UP quieren ir más allá, con vehemencia, y al final todo encuentra solución por el bien del progresismo.

El resultado, y esto es la que cuenta como balance, es que el contenido real de la legislación, incluso en la de mayor relevancia, desaparece tapado por el ruido generado por el Gobierno y respondido en los mismos términos por la oposición, singularmente en tiempos de Casado. Cuando el debate va poniéndose caliente, lejos de nosotros la nefasta pretensión de argumentar. Los ciudadanos tal vez podrán verse amenazados por la duda si unas opiniones o unas ideas se confrontan abiertamente. Para eliminar dicho peligro, tal vez el hoy desaparecido Ivan Redondo o un asesor anónimo, o la propia prepotencia de Sánchez, pronto fue encontrado el bálsamo universal: el Partido Popular carecía de sentido del Estado y por ello se oponía a la propuesta del Gobierno. Podía tratarse de cuestiones económicas, políticas o de moral social. Daba lo mismo. Descalificación sumaria y patada a seguir, en lenguaje del rugby.

«Lo importante es que ningún ciudadano pueda atender a las críticas de la perversa oposición»

El asesor de marketing entra entonces en escena para designar al vocero de la descalificación. En cuestiones importantes, no comprometidas para el presidente, este toma el papel de introductor; caso del estupendo «pagan justos por pecadores» que a costa del «justo» Griñán llevó magistralmente a la opinión pública lejos de los EREs. Luego los subalternos del Gobierno y el circo de medios afines completan la faena. Si el compromiso presidencial es en apariencia inevitable, toca en todo caso eludirlo: la primera fila era asignada al ministro cuyo ramo es más próximo a la cuestión problemática, mientras en el Congreso soltaba a Adriana Lastra para poner en su sitio a los opositores. Fue una maestra en la descalificación, ahora imitada con éxito por María Jesús Montero desde los aledaños de presidencia. Lo importante es que ningún ciudadano pueda atender, si no siendo estúpido o de mala fe, a las críticas de la perversa oposición, cuya identidad resulta adaptada al contenido de la polémica: «reaccionarios», «extrema derecha», ahora «extrema derecha de PP y Vox».

Lo malo de esa exigencia de afirmar siempre la propia verdad en el terreno político, desde un enfoque maniqueo, es que de modo inevitable el blanco contra negro conduce a practicar el silencio obligado, la manipulación, e incluso la mentira. Así hay que seguir diciendo en los medios dependientes que el PP niega la legitimidad democrática del Gobierno de Pedro Sánchez, aun cuando dos días antes Feijóo reconociera que Pedro Sánchez era un presidente legítimo, pero que hacía cosas ilegítimas. Si Jaume Asens se pasa en el ataque a los jueces que han rechazado la ley polivalente de sedición-malversación-TC, la televisión de Estado púdicamente le quita a su invectiva el término «ultras», que en cambio figura en el Telediario de las 15.00. Es todo un avance «progresista», al nivel de la supresión de la imagen de Trotski en las fotos de Lenin. Y puestos a silenciar, ahí está, dispuesta para ser comunicada a la opinión, la propia ejecutoria de Asens, líder parlamentario de UP, con su aire de ejecutor del enlace propugnado por Pablo Iglesias entre democracia y guillotina, y una finura de pensamiento, un esprit de finesse que diría Pascal, puesto de relieve en su reciente ocurrencia sobre la caza: «Es más animal el concejal del PP que el perro muerto a perdigonazos».

La trayectoria político del diputado-filósofo es aun más enriquecedora que sus palabras. El abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, cuenta en su libro Y ahí lo dejo. Crónica de un proceso, la importante colaboración de Asens en la ejecución de la huida del president, en sudefensa judicial posterior, y a ello habría que sumar la defensa personal por Asens del independentismo, congruente con el papel que se le atribuye de intermediario e impulsor para las sucesivas pretensiones de Aragonés ante el Gobierno. Dada la intensidad y frecuencia  de sus entradas en escena, su incidencia sobre las decisiones de Sánchez, conjugadas con las convergentes de Aragonès y Rufián, convierte en la cuestión catalana a nuestro gobierno Frankenstein en un gobierno Drácula.

«Es absurdo que el PSOE se transforme en enemigo de la libertad, incluso de la libertad de los suyos»

En consecuencia, de cara al próximo año y a sus decisivas elecciones, no solo está en juego una línea política, esto es, un conjunto más que complejo deshilvanado, unas veces bien dirigido, otras estrictamente demagógico, de medidas y leyes, sino la puesta en práctica de una forma de gobernar que pone todo y lo arriesga todo al servicio de la voluntad de poder de Pedro Sánchez. Esta mutación en profundidad del sistema político determina una degradación irreversible de la democracia, que de procedimiento para alcanzar decisiones en un marco legal, pasa a ser el instrumento para atender sin excepción todas las demandas de un caudillo, que cuenta con la ayuda de un  equipo de leguleyos torticeros y el asentimiento forzoso de su partido en peligro de dictadura -de soporte de dictadura- o de muerte. Más los votos de un plantel de enemigos del Estado. Acabo de escuchar la apertura de expediente a Carmen Calvo. Y es absurdo que el PSOE se transforme en enemigo de la libertad, incluso de la libertad de los suyos. No es este el papel que le corresponde en la difícil coyuntura que atraviesa España.

Nuestro hombre tiene pocas ideas, pero se ha retratado al decir que su contribución histórica habría consistido en sacar a Franco del Valle de los Caídos, al que calificó nada menos que de «gran monumento» (sic). Por vaciar la hornacina, que hubiese dicho Manuel Azaña, para ocuparla él.

Siempre dentro del cuadro constitucional, parece llegada la hora de decir basta, o volviendo al origen de este relato, al momento en que la joven malcasada mexicana supo silenciar el ruido permanente de su cónyuge, dando un portazo mientras anunciaba su voluntad de abandonarle, porque no era «ni mártir, ni pendeja».

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