Sexo y política, con redundancia
«El sexo, el género y la sexualidad son la triada con la que el llamado progresismo pretende la transformación completa de la sociedad. Y Vox ha picado el anzuelo»
Lejos de ser útil, la metedura de pata de Vox en la cuestión del aborto ha reforzado una de las trampas de la modernidad débil. La izquierda está empeñada desde la década de 1960 en que la identidad sexual sea la prioritaria del occidental. El sexo, el género y la sexualidad son la triada con la que el llamado progresismo pretende la transformación completa de la sociedad. Y Vox ha picado el anzuelo.
Los voxistas están obsesionados con el tema. Todas sus quejas sobre la modernidad se refieren a ese ámbito. Que si leyes LGTBI, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la reproducción humana, el aborto, o la transexualidad son las quejas recurrentes de este nacional populismo sobre la vida política y el sistema.
A su entender, la civilización occidental se pierde por el bajo índice de natalidad entre europeos, que, además, promocionan el aborto, y el aumento de la inmigración africana y asiática. Así, al tiempo que Estados Unidos y Europa desprecian su historia al considerarla una retahíla vergonzosa de esclavismo, machismo y desigualdad, anulan de forma preventiva el principio natural de creación de la sociedad: la familia. Ni matrimonio entre un hombre y una mujer, ni hijos.
Este sería el resultado de la hegemonía izquierdista y de los degenerados libertarios, dicen los voxistas, que se hacen eco de una parte del conservadurismo occidental. Los progresistas y los liberales inconscientes, afirman, se han dedicado a fabricar una moral nueva que permite el cambio de lo político, las bases de convivencia, y la percepción del amigo y del enemigo, quién está dentro y quién se queda fuera.
«El PP, al no hacer la guerra cultural con la izquierda, se convierte para Vox en un traidor»
En consecuencia, el PP, al no hacer la guerra cultural con la izquierda en el tema se convierte en un traidor. Es cierto que los populares no tienen opinión al respecto, y que cuando la tienen es contradictoria. Me remito a lo que les ha ocurrido con el matrimonio gay o la cuestión del aborto, cuando presentaron recursos al Tribunal Constitucional o cortaron la cabeza a Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, cuando presentó una reforma de la ley de interrupción del embarazo. Lo mismo pasó con la cuestión de la maternidad subrogada: pasaron de puntillas. En estas cuestiones, el PP no está ni se le espera.
Al otro lado, claro, se encuentran los que toman el tema –sexo, género y sexualidad- como una palanca de transformación completa de la sociedad. Pero ojo, esto va más allá de haber sustituido la lucha de clases por la lucha de sexos, e imponer la guerra entre mujeres y hombres. Esto va de sexualidad y género, de la intimidad de la persona. Han pasado de politizar lo biológico, que es el sexo, algo visible, a la politización de las costumbres y orientaciones sexuales como eje de la sociedad, a lo invisible.
Esta politización responde a su deseo de crear identidades sexuales manejables, de fácil satisfacción a través de la legislación, y que sirvan para dinamitar la sociedad tradicional. Con victimismo y arrogancia a partes iguales -véase a Irene Montero y a la cuchipanda-, se empeñan en reglamentar la intimidad y adoctrinar en la escuela y a través de los medios.
Pero no se equivoque el lector, esta politización no trata de alentar un individuo más fuerte, basado en la autonomía de su conciencia, sino colectivos más poderosos. El motivo es que un colectivo, bien jerarquizado y organizado, se puede controlar a través de la subvención y la legislación. Quieren ponerlos al servicio del Gobierno.
Esos nuevos agentes sociales son la tropa que respalda la política de cambio y su moral obligatoria, que monta ruido, escrachea y violenta, los que en nombre de sus derechos eliminan la libertad del resto. Es la utilidad del «rebaño» en manos del tirano, que escribía William Trotter.
«Si había que destruir la moral tradicional era preciso defender la violación de los tabúes»
El sexo, la sexualidad y el género constituyen así el campo de batalla entre la izquierda y estos conservadores. En España, PSOE y Podemos frente a Vox. Unos y otros discuten, legislan y protestan, se recurren mutuamente, y utilizan el miedo al enemigo para agrupar a los suyos. El tema se ha convertido en la piedra angular de los proyectos de sociedad que enfrentan, pero no desde que Irene Montero está en el ministerio, sino desde la Escuela de Frankfurt a mediados del siglo XX, y ahora es más evidente que nunca.
Si había que destruir la moral tradicional era preciso, decían aquellos filósofos y sus secuaces, defender la violación de los tabúes. Se referían al incesto, el comercio sexual, la maternidad, el matrimonio, o el sexo con menores.
Si el sexo estaba politizado antes para un orden burgués, ahora había que politizarlo para la revolución. El filósofo Michel Foucault fue uno de sus grandes impulsores, incluso en la práctica. El escritor Guy Sorman denunció que Foucault fue en los 60 un pederasta en Túnez, y que por eso acabó firmando una petición en 1977 para legalizar el sexo con niños de 13 años.
El éxito de la izquierda fue convertir lo privado en público; es decir, en política. La politización de la identidad sexual y de género destruyó el ámbito privado de la intimidad, que es el alma del individuo. Se empeñaron, como quiere también la derecha de Vox, en crear un Estado moral para forjar un Hombre Nuevo. Lo señaló claramente Wilhelm Reich: la exigencia de una «liberación sexual» es la clave para desmontar la sociedad. Esto quería decir que era preciso usar el tema para cargarse la democracia liberal e imponer una tiranía.
Piense en el cambio que ha habido a su alrededor desde su infancia en cuanto a estas cuestiones. Es el tema de nuestro tiempo, que diría Ortega, junto al ecologismo. Podemos huir de él, pero no podremos escondernos eternamente.