Los infalibles
«Todo mortal es falible y hasta el mejor escriba echa un borrón. El «fuste torcido de la humanidad», en expresión de Kant, nos convierte en escopetas de feria»
La cosa tendría gracia si no fuese tan grave. Doscientos violadores con reducción de pena y no hay, hasta la
fecha, más disculpa que las extrañas explicaciones de la secretaria de Estado Ángela Rodríguez Pam a cuento de su no menos extraña chanza. ¿Tan difícil es reconocer los errores? Los mismos que hace diez años explicaban
que «dimitir no es un nombre ruso» se pasan el día restañando las manchas de las manos, como Lady Macbeth tras el asesinato del rey Duncan: «¡Fuera de aquí, maldita mancha!».
Todo mortal es falible y hasta el mejor escribano echa un borrón. El «fuste torcido de la humanidad», en
expresión de Kant, nos convierte en escopetas de feria. A todos, naturalmente, salvo a los políticos de Podemos. Propongo que concurran a las próximas elecciones con el nombre de Los infalibles. ¿Excarcelación de violadores? Conspiración machista. ¿Rebajas de pena? Jueces reaccionarios. Quien esté libre de pecado puede tirar la primera piedra…
Los políticos de Podemos van por la vida empeñados en mostrarse libres de pecado, como en tiempos
hacían los pelagianos. Pecado, por cierto, viene de peccatum, pecco, tropezar, y estos chicos no se tropiezan nunca. Curioso, cuando menos, es que quienes no reconocen culpa alguna hagan a los demás culpables de todo: el socio de gobierno, la brunete mediática, una ultraderecha convertida en flatus vocis… ¿No será ese reparto de culpas una estrategia de amedrentamiento?
Uno se acuerda de aquel siervo del Decamerón que era pillado en la cama con la reina, sin saberse descubierto por el rey. El monarca se colaba después en la estancia donde la servidumbre descansaba, en medio de la penumbra; tocaba el pecho a los que allí dormían y, al notar el del culpable, que latía con vigor, le tonsuraba la cabeza con vistas a descubrirlo a la mañana siguiente. ¿Hace falta decir qué hacía a renglón seguido el siervo, en cuanto el rey volvía a sus aposentos? Pues tonsurar a los demás. Culpa de todos, culpa de nadie.
«Los políticos de Podemos van por la vida empeñados en mostrarse libres de pecado, como en tiempos idos hacían los pelagianos»
Qué todos vayamos tonsurados y con la marca de Caín en la frente es, en efecto, la pretensión de quienes atizan la culpa colectiva. Como dice el viejo refrán, achaques al odre, que sabe a pez. Alude a aquellos a los que, si les sale el vino avinagrado o directamente picado, echan la culpa al envase. Hacer política no es tanto cabalgar contradicciones, como, al parecer, sortear responsabilidades.
¿Toca hacer autocrítica? Tal era la frase mágica de Iglesias Turrión cuando venían mal dadas. En la jerga
militar, que algo «toque» solo tiene sentido para la tropa: tocar diana, tocar a rebato, tocar retreta… Lógicamente, si el capitán dice que toca hacer autocrítica es que va a cargar el mochuelo a los cadetes. Y si un políticos de Podemos dice amenazar con hacer autocrítica es que va a escurrir el bulto y se lo va a cargar a la cúpula judicial, al poder mediático y al súrsum corda.
Paradójicamente, la admisión de culpa es condición sine qua non para la admisión en un grupo cerrado. Recuérdese el lamentable artículo de Pablo Echenique en que reconocía su pasado «neoliberal» y hacía acto
de contrición por su militancia en Ciudadanos. Pero esa culpa desaparece al entrar y toda disculpa se convierte en admisión de culpa. La militancia se vuelve entonces un interminable ciclo de abluciones y lavatorios hasta la definitiva esterilización del pensamiento. En una fortaleza sitiada -decía Ignacio de Loyola y gustaba de repetir Fidel Castro-, toda disidencia es traición.
Si el historial de Podemos es pródigo en purgas, la última de ellas es la más inocua. La purga de Benito era la
sustancia que, en el imaginario popular, curaba las dolencias con solo ver el frasco. Los Infalibles solucionan
todos los problemas con solo pronunciar su bello nombre. ¿Arrogancia? Sirva de estrambote una antigua
moraleja, a cargo de Pítaco de Mitilene: el poder no corrompe, tan sólo desenmascara. La entraña lobuna aflora al poco de ocupar su trono; también la naturaleza noble y pastueña del buen gobernador. El poderoso a nadie engaña.