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Maldita polarización: una respuesta a Sergio del Molino

«En sociedades muy polarizadas, el debate es casi imposible. Hay cuestiones que se sacralizan y se vuelven intocables. Por eso la polarización daña la democracia»

Opinión

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  • Periodista y miembro de la redacción de ‘Letras Libres’ y autor de ‘Mi padre alemán’ (Libros del Asteroide, 2023).

En una columna reciente en El País, el escritor Sergio del Molino cita una encuesta de la agencia de relaciones públicas Edelman sobre polarización. España sale mal parada y en el ránking de los países más polarizados. Lo interesante es qué países están en la lista de los menos polarizados. Son los menos democráticos, como Arabia Saudí o China. Es comprensible. Son países sin libertad de expresión. Del Molino ironiza: «El mejor remedio contra la polarización es dejar que el Gobierno opine en solitario mientras los súbditos asienten».

La polarización, por lo tanto, es un fenómeno de democracias. Pero, que esto sea así, ¿la convierte en algo bueno? ¿Desear que no exista polarización nos convierte, de alguna manera, en antidemócratas? Del Molino dice que «ningún demócrata debería ver el conflicto y la discusión como un problema. Ni siquiera cuando son broncas, de mal gusto y navajeras (verbalmente navajeras). El único peligro para una democracia es que quienes discuten se convenzan de que hay una forma de convivir mejor que la discusión perpetua y empiecen a soñar con paraísos de paz y unanimidad como Arabia Saudí o China».

Creo que el enfoque es equivocado. El autor asocia polarización con disenso o discrepancia, pero no son lo mismo. La diversidad (no solo identitaria sino de ideas) es algo intrínseco a las sociedades. El conflicto es inevitable. A lo que aspira la democracia liberal es a crear un espacio de representación pacífica de esa diversidad y ese conflicto. La polarización, en cambio, no cree en el disenso o la discrepancia. En sociedades muy polarizadas, el debate es casi imposible. Hay cuestiones que se sacralizan y se vuelven intocables. Por eso la polarización daña la democracia, cuyo centro de gravedad es el respeto a la pluralidad. ¿Es mejor una sociedad sin nada de polarización, como las dictaduras que menciona el informe? Obviamente no (y es un enfoque un poco tramposo «medir» la polarización de sociedades autoritarias; me recuerda al chiste soviético: «¿Cómo es tu vida en la URSS?». «No me puedo quejar». «Ah, entonces bien». «No, no, es que no me puedo quejar»). Pero lo contrario de la polarización no es la unanimidad forzada o la autocracia.

«En sociedades polarizadas, la ideología se convierte en identidad»

Como dice el informe de Edelman, en sociedades polarizadas, la ideología se convierte en identidad. «Una abrumadora mayoría de los que se sienten firmemente identificados con un tema se niega a vivir cerca o incluso a echar una mano a personas con las que no están de acuerdo. El impacto es tangible en el lugar de trabajo: solo el 20% de los encuestados afirma estar dispuesto a trabajar junto a una persona que discrepa profundamente de su punto de vista. A medida que las opiniones divididas se afianzan, no se confía en ninguna institución; sólo el 27% de las personas con una mentalidad polarizada confía en el Gobierno, y solo el 34% confía en los medios de comunicación, lo que conduce a un ciclo de disfunción». Hay discrepancias, pero no hay debate. Y, sobre todo, no hay un intento de convivir con esas discrepancias.

A menudo los críticos de la polarización son tibios o idealistas. Son nostálgicos de algo que nunca ha existido: una esfera pública racional, sin mentiras, un ágora ilustrado. Si el debate público hoy está más polarizado, en cierto modo es porque se ha democratizado. Ya no hablan solo los cuatro de siempre. Como dice Santiago Gerchunoff en su libro Ironía On. Una defensa de la conversación pública de masas, «la conversación que vertebra la sociedad no es científica, no es recta, no es de unos pocos que saben, sino de muchísimos que no saben pero quieren conversar su ignorancia, en un ‘intercambio de información y de placer’». No solemos participar en el debate público para deliberar, sino para exponer nuestros afectos, para buscar a los nuestros y denunciar a los otros. ¿Es esto la conversación pública de masas? Quizá sí. ¿Significa eso que tenemos que conformarnos con su estado actual? Creo que no.

Es obvio que es mejor vivir en una sociedad con polarización «afectiva» que en una sociedad en la que la polarización se convierte en violencia, o donde la falta de polarización es consecuencia de una ausencia de libertades. Pero aceptar la polarización como algo intrínseco (e inevitable) a la democracia liberal es también peligroso.

8 comentarios
  1. Psilvia

    «la conversación que vertebra la sociedad no es científica, no es recta, no es de unos pocos que saben, sino de muchísimos que no saben pero quieren conversar su ignorancia, en un ‘intercambio de información y de placer’».
    Pue sí, Ricardo, eso viene a ser la comunicación de masas en la que todos participamos de algún modo. Lo de «exponer nuestro afectos, buscar a los nuestros y denunciar a los otros», no siempre tiene que ser así, aunque reconforta encontrarte con personas, grupos, relatos o ideas con las que te sientes identificado. Lo que anima a reforzar, aplaudir o a contribuir ese relato con un nuevo trazo que lo haga prevalecer sobre otros. En la polarización política y social ir a muerte con «los nuestros» sin necesidad de argumentos, es directamente proporcional a la intolerancia que mostramos con los otros.

  2. garciadeleon48

    Excelente respuesta a Sergio del Molino: también a mí me resultó muy chocante su columna. Porque ¿qué necesidad hay de dar por bueno esa falta de respeto que manifiesta y genera tanta crispación? Aunque sea menos malo que la falta de discrepancia. ¿»Derecho a ofender»? No. Como no sea que esa «ofensa» simplemente sea resultado de una susceptibilidad enfermiza, quizá dictatorial

  3. Casandro

    Se debería ilegalizar al PSOE por fascista y antidemocratico, no hay otra solución democratica

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