Vulgaridad
«Se ha cerrado el círculo. La universidad vuelve al antiguo modelo franquista y los alumnos son tan cerriles como nosotros cuando ansiábamos la China de Mao»
Hoy, si no me equivoco, es el día de Tomás de Aquino, aquel que impuso un primer orden renacentista al conglomerado mistérico del cristianismo, un hacinamiento de mitos y símbolos medievales. Su monumental Summa es ya un anuncio de racionalidad, un monumento con capítulos separados por columnas dóricas y alturas superiores de orden jónico que representan lo humano en tanto que divino.
Creo recordar que Tomás de Aquino fue una figura tutelar de la universidad, por lo menos cuando yo estudiaba en ella. El modelo era evidente: en la universidad se aprendía a ser sensato, a usar la palabra con discernimiento, justicia y esperanza. Y por esta razón, en la universidad franquista nos hicimos casi todos irracionales, renegamos de la función constructiva del saber y aullamos que queríamos un régimen comunista y campos de trabajos forzados en lugar de aulas. Años más tarde, cuando ya conocíamos los millones de cadáveres sobre los que se asentaba el paraíso de los trabajadores, era demasiado tarde. La universidad (las humanidades) se había convertido en una rama de la política ejecutiva, otro chiringuito del Estado.
Por eso cuando el otro día un puñado de individuos acosó a Isabel Díaz Ayuso en la Complutense, me pareció que se cerraba el círculo que habíamos abierto en los años setenta del siglo pasado. Ahora el enemigo no era una ideología generadora de torturas, destrucción, hambre y miseria, sino una mujer que se encarga de la administración madrileña. Una trabajadora a la que las turbas del fascismo de izquierdas llamaban «asesina», como si aquella gente supiera lo que ese calificativo significa.
«Un profesor justificó con gesto acobardado el abucheo y el boicot, como hacían los decanos del franquismo»
Seguí el asunto por los informativos del mediodía y en un canal particularmente sumiso al régimen entrevistaron a un profesor de la facultad de Ayuso quien justificó con gesto acobardado el abucheo y el boicot, como hacían los decanos del franquismo. Más tarde, ya no sé en qué cadena, habló el ministro de Universidades para justificar, él también, que los alumnos llamaran «asesina» a la presidenta de la comunidad. Exactamente como hubiera hecho cualquier jerarca de la universidad franquista ante sucesos de la misma índole.
Así que se ha cerrado el círculo. La universidad vuelve al antiguo modelo franquista y los alumnos son tan cerriles como nosotros cuando ansiábamos la China de Mao. Es algo bien sabido, la primera vez, cuando la policía arrojaba estudiantes por la ventana, lo vivimos como tragedia, y ahora, con estas remilgadas camaradas, lo vivimos como comedia.
Lo de Ayuso sucedía en la Facultad de Ciencias de la Información. Todavía nadie me ha explicado qué «ciencias» son esas que han sustituido a la sobria y modesta Escuela de Periodismo. Ciencias, pero ¿de la información? ¿Es eso posible? No obstante, la grandilocuencia, la ampulosidad, la pretenciosidad del nuevo ámbito cuadran muy bien con estos alumnos de notas altísimas que ya se les ve entrando en los medios de formación de masas para defender el régimen, el poder, la autoridad emanada de los ministerios, con la cabeza gacha y el alma cerrada con cremallera.
Sí. ¡Dad, por favor, las máximas notas a esos aulladores desprovistos de cerebro que quieren ser ministros! No son periodistas, son científicos de la información. Es decir, arribistas.