El marxismo de Sánchez
«Dicen los que conocen de cerca al presidente del Gobierno y han sufrido su alejamiento que es frío, duro, ególatra»
No hay nadie en el panorama internacional, y además siendo la máxima autoridad ejecutiva de su país, tan marxista como Pedro Sánchez. Todavía resuena en la memoria de los que vivimos los años de la Transición aquella frase de Felipe González que provocó el giro del PSOE hacia la socialdemocracia europea, alejándole de los viejos espíritus: «Hay que ser socialista, antes que marxista». Una frase que hizo más por la modernidad, la estabilidad y el desarrollo de España que mil citas de manifiestos marxistas.
Pues bien Sánchez ha recuperado el marxismo, con matices, pero marxismo. Ha interiorizado y adoptado el marxismo más puro y surrealista. Más incluso que el de Carlos Marx. Sánchez nos ha devuelto al marxismo de Groucho Marx. El genial humorista generó a lo largo de sus películas, libros y actuaciones todo un manual «marxista» lleno de principios, aseveraciones, manifiestos, y preferencias que nuestro presidente ha seguido y sigue al pie de la letra. Son sus mandamientos marxistas y los aplica con toda la intensidad en su vida política.
La máxima de Sánchez es esa frase atribuida y luego adoptada por el propio Groucho de» Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros». Esta frase es ley para Sánchez. Es el mandamiento único en el que se recoge todo su pensamiento y actividad política. Todo en Sánchez encaja con este planteamiento vital. Más que vital. De supervivencia, y digámoslo, hasta ahora de triunfo. Sus declaraciones, pactos, o leyes de Sánchez son adaptaciones de lo que el en una nueva deriva ha transformado en «solo sí es sí, o no, o callo y espero a ver, o depende de lo que ocurra». Esta adaptación sanchista ya no sorprende a nadie. La ha usado tanto que nadie sabe cuánto tiempo tardará en cambiar de opinión y de principios.
Una ley elaborada del ministerio de Igualdad de Irene Montero y sus siempre cómplices y agradecidas, la secretaria de estado, Angela Rodriguez Pam y la delegada del gobierno contra la violencia de género, Victoria Rosell. Una ley en la que la primera reacción de las tres «artistas» fue salir en tromba a acusar a los jueces de machistas. Daba igual que fueran conservadores y progresistas; hombres y mujeres; jóvenes y mayores. Todos fueron acusados de machistas reaccionarios. Y Sánchez calló. Tardó en mandar a sus fieles a que contestaran y defendieran la independencia judicial. Cuando pensó que la tormenta había pasado, salió a ponerse la medalla llegando a decir que esa ley era «la vanguardia, una ley que va a inspirar a muchas más en el mundo, seguro». Pero la tormenta no cesó y el goteo de rebajas sigue imparable.
«Durante casi cuatro meses, Sánchez se ha negado o ha tenido miedo de la reacción de Unidas Podemos, y no ha corregido la ley que ha permitido la rebaja de condena a 351 violadores»
Durante casi cuatro meses, Sánchez se ha negado o ha tenido miedo de la reacción de Unidas Podemos, y no ha corregido la ley que ha permitido la rebaja de condena a 351 violadores y delincuentes sexuales, cuando escribo esto, y que ha puesto en la calle a unos 30 depredadores. Y ahora lo hace no por el daño inhumano y salvaje que supone para las víctimas saber que sus agresores han sido beneficiados por la propia ley y que incluso algunos están de vuelta en la calle. Lo hace por el daño electoral que puede sufrir. Y por su ego. Daño electoral interno y daño de imagen externa. Lo que dijo de que iba a ser vanguardia internacional, de momento han sido portadas en el Financial Times o The Telegraph con el titular de que las leyes de Sánchez sacan a la calle a violadores. Del Gobierno de Sánchez. No de Irene Montero. El presidente es él.
Pero el marxismo «grouchiano» de Sánchez es tan profundo que no solo con esta ley ha seguido al maestro cuando decía que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlo, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Así lo hizo también para conseguir el poder y así lo ha hecho para mantenerse en él. Él solito se buscó el problema de echarse en manos de los nacionalistas e independentistas. Su remedio para ese diagnóstico fueron los indultos, la derogación de la sedición y la rebaja de la malversación. Cuando se le dice que está secuestrado por ERC y Bildu, él lo niega porque como decía su maestro Groucho:» A quién va usted a creer, ¿a mí o sus propios ojos?
Sánchez niega lo que los demás ven. Además, no tiembla. Dicen los que le conocen de cerca y han sufrido su alejamiento que es frío, duro, ególatra. De Carmen Calvo a José Luis Ábalos, pasando por el que se creyó su Rasputín, Iván Redondo, todos hablan de la frialdad, sequedad o ausencia de explicación e incluso de comunicación. A los que promete algo para el futuro, que se olviden de toda esperanza. Todo queda en el olvido. Pareciera que les transmitiera de alguna forma lo que dijo también Groucho Marx:»Nunca olvido una cara, pero en su caso haré una excepción»
Hace unos días Máximo Huerta, el escritor y ministro de Cultura de Sánchez por unos días, explicaba que cuando dimitió y fue a despedirse al Palacio de la Moncloa, en la conversación sólo habló el presidente y todo el rato preguntándose cómo pasaría a la historia. Ya manifestó una vez que pasará a la historia por ser el exhumador de cadáver de Franco. Tenebroso es. Pasará también por sus ataques invasivos al poder judicial, su control anestésico del poder legislativo, su alianzas con los independentistas que quieren demoler la Constitución, su voladura del Código Penal, su entrega a esos mismos independentistas para que puedan volver a intentarlo sin que tengan que pagar por ello. Sánchez ya está en la Historia de España. Decía Groucho Marx que «el secreto del éxito se encuentra en la sinceridad y en la honestidad. Si eres capaz de simular eso, lo tienes hecho».
A Sánchez parece darle todo igual si él sigue en la Moncloa, porque como dijo Groucho Marx: «¿Por qué debería preocuparme por la posteridad?». ¿Qué ha hecho la posteridad por él?