THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

La izquierda de la izquierda

«Ione Belarra e Irene Montero son una auténtica tortura para un Sánchez sumiso que sigue atado de manos a un socio que le dispara a los pies todos los días»

Opinión
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La izquierda de la izquierda

Ione Belarra e Irene Montero. | Europa Press

En 1979 se estrenaba en los cines la película del grupo británico Monty Python, La vida de Brian. En España el éxito fue inmediato, pero nadie sospechó entonces que sería una de esas películas que se acaban convirtiendo en leyenda. Películas que mejoran con los años y que cada vez que se ven nos descubren nuevos guiños. El mejor de ellos es que cuarenta años después de su estreno sigue siendo la mejor, la más despiadada y gamberra crítica de la vida cainita de los partidos de izquierda. Basta con verla una vez para comprender lo que se vive desde hace años en ese espacio que algunos llaman la izquierda de la izquierda.

Un espacio al que muchos les da miedo llamar con su nombre real. Si el Partido Popular es el espacio natural de la derecha, y así lo afirman ellos mismos, los que están a su derecha, Vox, son la extrema derecha. Con el mismo planteamiento si al PSOE se le considera la izquierda, y así se consideran ellos mismos, el espacio que está a su izquierda será lógicamente la extrema izquierda. Pues bien, en este país nuestro de complejos y miedos, nadie llama extrema izquierda a lo que es extrema izquierda. Una extrema izquierda que puede ser más o menos democrática, revolucionaria, comunista o populista. Pero que es extrema izquierda.

Un espacio que estuvo dominado por el Partido Comunista de España y luego por Izquierda Unida. Con el 15-M llegó Podemos y arrasó como un maremoto con todo el espacio. Con el éxito llegaron las divisiones y las purgas. De aquellas fotos originales de Vista Alegre la lista de huidos, caídos o desaparecidos es brutal. La escisión más sonada fue la de Íñigo Errejón que con Rita Maestre y Mónica García, consolidaron luego posiciones en Madrid por encima de sus excompañeros e incluso del propio partido socialista. También en Andalucía Teresa Rodríguez y su pareja Kichi, alcalde de Cádiz, protagonizan otra separación dolorosa. Por supuesto que la que fue llamada corriente anticapitalista no podía evitar su salida de Podemos y aguantó hasta 2020. El proceso de unidad, como las mareas, vino y se fue.

Ni en La vida de Brian se llegó a tanto. Sí había en común el odio cainita, latente y muchas veces público entre las distintas facciones tal y como les ocurría al Frente Judaico Popular, al Frente Popular de Judea o la Unión Popular donde el odio al invasor romano solo era superado por el odio a la escisión de Judea contraria.

«Esta es la situación de la extrema izquierda en España. Todos quieren sumar, pero está dividida, enfrentada, escindida, purgada y además en el poder»

Lo que nunca se le hubiera ocurrido ni a los geniales Monty Python es que una parte de esa extrema izquierda, la de Unidas Podemos, llegara algún día al poder, estuviera en el gobierno. Y que tres años después estuvieran en guerra entre sí para decidir cómo van juntos. No es fácil explicar lo que se vive en el gobierno. Juntos, pero no unidos. Se necesitan, pero se evitan. Se alían, para poder dividirse. Yolanda Díaz quiere Sumar y quiere atraer el voto de aquellos que incluso se sitúan en el espacio del partido socialista. Busca el voto de esa izquierda fuera de Podemos que tienen formaciones como Más País, Compromís, o Barcelona en Comú. También sabe que hoy por hoy la bolsa electoral más grande, aunque bajando, sigue en manos de Unidas Podemos. Una coalición en la que sigue marcando el discurso un Pablo Iglesias que ha amenazado incluso con volver a recuperar su trono. Yolanda Díaz desconfía de él y también de sus dos colegas de gobierno y líderes del partido morado: Ione Belarra e Irene Montero. Dos ministras que son una auténtica tortura para un Pedro Sánchez sumiso que sigue atado de manos a un socio que le dispara a los pies todos los días. Belarra con sus discursos incendiarios ya sean sobre empresarios a los que insulta de forma reiterada o sobre la postura española en la guerra de Ucrania. 

El caso de Irene Montero es todavía más grave. Su ley del solo sí es sí ha provocado ya casi trescientas rebajas de pena y casi treinta excarcelaciones de violadores y condenados por delitos sexuales. Ella y su equipo de cómplices del ministerio de Igualdad se niegan a cualquier reforma que corrija el error. Correcciones que ya le reclaman desde su propio espacio de la izquierda de la izquierda. Del portavoz en el Congreso de ERC, Gabriel Rufián, a la candidata de Más Madrid a la alcaldía, Rita Maestre, se pide que se revise cuanto antes la polémica ley. Pero Irene Montero se niega. Hasta la siempre moderada exalcaldesa de Madrid, y parte fundamental y emocional de esa izquierda, Manuela Carmena, declaró sorprendida ante tanta tozudez que no corregir la ley era «soberbia infantil».

Y la definición de soberbia infantil es la que mejor define a estos gobernantes inexpertos, poco profesionales, más pendientes de las disputas políticas, incluso internas, que de reconocer y corregir esos errores tan dolorosos para las víctimas. Una soberbia que nos puede llevar pronto, de nuevo, a más errores vitales e irreversibles con la ley trans. Y como pasa con los Simpson, todo lo que ocurre en la izquierda de la izquierda está en La vida de Brian. La ley de Irene Montero, por encima incluso de las feministas socialistas, nos recuerda a ese miembro del Frente del Pueblo de Judea que «exige ser mujer, porque es su derecho como hombre, que le llamen Loretta y que pueda quedarse embarazado». Para él, como a Irene Montero o a Ione Belarra, la realidad da lo mismo, lo importante es el activismo.

Esta es la situación de la extrema izquierda en España. Todos quieren sumar, pero está dividida, enfrentada, escindida, purgada y además en el poder. Y con activistas en el gobierno que hacen leyes erróneas que provocan dolorosas consecuencias. En La vida de Brian decían que cuando todo va mal lo que hay que hacer es silbar para ver el lado bueno de la vida. Ojalá fuera tan sencillo.

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