THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Elisa y la izquierda adolescente

«Más allá de su tiranía, no se vislumbra ninguna rebeldía juvenil, solo ideas muy viejas que necesitan recurrir a la cancelación para no desmoronarse»

Opinión
21 comentarios
Elisa y la izquierda adolescente

La estudiante Elisa Trivino.

Elisa Lozano Triviño se graduaba el pasado mes de junio con la nota media más alta de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Un resultado que la hizo acreedora a intervenir desde la tribuna de oradores durante una jornada en esa misma universidad en la que, entre otros, Isabel Díaz Ayuso recibía el título honorífico de Alumni UCM Ilustre.

Lo que sucedió a continuación es de todos conocido. Elisa aprovechó la ocasión para denostar los méritos de la galardonada, a la que no consideraba en modo alguno ilustre sino más bien todo lo contrario. Para Elisa, ilustres eran sus compañeros y profesores. Pero no todos. Solo los que profesaban sus mismas filias y fobias. Los que pensaban como ella o creían lo mismo que ella. Ser ilustre, por lo tanto, no dependía de logros objetivos. Dependía de compartir la misma fe. Si se profesaba esa fe fervientemente, eras ilustre. Si no, eras cancelado.

Esta vara de medir es lo único que quedó claro en la caótica intervención de Elisa. Por lo demás, su locución más que un discurso fue una perorata desestructurada, sin introducción, desarrollo y conclusiones. Trasponiéndolo al cine, el guion de Elisa carecía de planteamiento, nudo y desenlace. Si había algo parecido a un argumento, lo hizo desaparecer con una milagrosa elipsis, de tal forma que su película era un The End continuo, de principio a fin. Una moraleja en un bucle infinito que no necesitaba siquiera un elemental guion de acciones, solo fe. Tal vez esto explicaría por qué la alumna más brillante de la facultad se hizo acreedora a un suspenso sin paliativos: estaba convencida de que no necesitaba guionizar su intervención. Que bastaba con demostrar su devoción a la fe verdadera para obtener matrícula de honor.

Si he de ser sincero, hay algo fascinante en Elisa. No veo a una joven universitaria a punto, como dicen ahora, de transicionar a persona adulta, que sería lo lógico. Tampoco veo el típico semblante adolescente que aún conserva algunos vestigios de la niñez, lo que suele ser normal. Lo que veo es un bebé prematuramente envejecido, pero bebé, al fin y al cabo, que, por alguna extraña razón, ha logrado auparse a la tribuna de una universidad para, desde ahí, renegar de un mundo preexistente cuyas complejas normas, mecanismos y exigencias solo asumimos cuando alcanzamos cierta madurez.

«En Greta y en Elisa no he visto rastro alguno de una incipiente madurez. Solo un infantilismo inquietante»

Elisa me recuerda a todos los niños que he visto patalear, resistirse a obedecer y a crecer. Esto es lo que me resulta extrañamente familiar. Una sensación que también me provocó en su día la activista Greta Thunberg, cuando se revolvió furiosamente contra los líderes mundiales en las Naciones Unidas y, enrabietada, casi haciendo pucheros, les espetó el célebre «How dare you?» («¿Cómo te atreves?»). En ambos casos, el de Greta y el de Elisa, no he visto rastro alguno de una incipiente madurez. Solo un infantilismo inquietante. Aunque, quizá, el término infantilismo no sea el más apropiado. Al fin y al cabo, infantilizarse implica regresar a la niñez o, si acaso, negarse a dejar de ser niño. Existe, sin embargo, una etapa que está a medio camino de la niñez y la engorrosa madurez: la adolescencia.

La adolescencia es un estadio relativamente reciente. Antes, tan pronto como el sujeto alcanzaba una cierta edad, debía asumir las responsabilidades propias del adulto; tenía que dejar de ser una carga, ganarse la vida y emanciparse o, en su defecto, contribuir al sostenimiento de su familia original. Este cambio sin apenas transición ya era señalado en la Biblia: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño». Hoy, sin embargo, la adolescencia tiende a prolongarse en el tiempo y también a expandirse en el espacio alcanzado a sujetos supuestamente maduros.

Puede parecer sutil la diferencia entre infantilización y adolescentización, pero esta diferencia es bastante significativa. El adolescente, a diferencia del niño, toma conciencia de sus derechos y desafía la autoridad de los padres y, en general, de los adultos llenándose de razones, pero sin ser demasiado consecuente con sus propias decisiones. No se mantiene a sí mismo. De hecho, lo habitual es que siga viviendo a costa de los padres por tiempo indefinido. Y, sin embargo, puede opinar sobre cualquier asunto, juzgar lo que hacen los mayores, votar, protestar, incluso exigir privilegios sin asumir los compromisos y deberes del adulto. Y, claro está, puede prohibir el acceso a la Universidad a quien le desafíe, porque la Universidad debe ser un espacio seguro para él, pero peligroso para los demás.

Esta adolescencia sin final es un chollo para la izquierda, porque le permite interrumpir la transición de la niñez a la edad adulta y atrapar a los individuos en el umbral de la existencia. Para vender su mercancía, a la izquierda le viene muy bien que los sujetos nunca terminen de hacerse y solo asuman la parte que consideran más provechosa y que, claro está, la propia izquierda se encarga de administrar en exclusiva: los derechos. Mientras que la otra, la que es necesaria para afrontar un mundo exigente y a menudo implacable, se vuelve engañosamente prescindible.

«’Basta ya de meritocracia’, el novedoso grito de guerra de Elisa es en realidad muy viejo»

Así, Elisa vive en un mundo imaginario. Cree que la profesión de cineasta debe someterse a la consagración de su fe. Cualquier vocación que se proyecte al margen de esta misión evangelizadora es una perversión. Para Elisa, la calidad de una película no se debe medir por la aceptación del público. Eso es libre mercado, una herejía. «Basta ya de meritocracia», el novedoso grito de guerra de Elisa es en realidad muy viejo. Lo que dice es que basta ya de capitalismo, basta ya de creatividad… basta ya de libertad.

Tal vez no se da cuenta, pero Elisa no quiere hacer cine, quiere hacer sermones. Y, por supuesto, impedir que el éxito de otros, mucho más dispuestos a hacernos la vida más amena, cuestione por la vía de los hechos sus modélicas calificaciones académicas que, en el mejor de los casos, anticipan aptitudes para alcanzar un resultado, más que el resultado mismo.

Por dejar algún margen a la duda, cabe dentro de lo posible que Elisa haya sido engañada, como tantos otros jóvenes universitarios que han quedado atrapados en el mundo imaginario de la izquierda, ese ‘sí se puede’ que siempre está por llegar para la inmensa mayoría pero que, entretanto, proporciona una vida muelle a una minoría de espabilados. Pero también puede ser que sea plenamente consciente de que, en el politizado cine español, salvo honrosas excepciones, la subvención es la medida del éxito. Y que alcanzar ese cielo requiere profesar la fe correcta. Sea como fuere, más allá de su tiranía adolescente, no se vislumbra ninguna rebeldía juvenil, solo ideas muy viejas que necesitan recurrir a la cancelación para no desmoronarse.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D