De la euforia y los aprietos
«Somos más pobres que Eslovenia, Estonia, Lituania o Malta y estamos claramente por debajo de la media de la UE»
En el exterior del Banco de España se forma cada mañana una larga cola de pensionistas a la búsqueda de sacarle algo de rentabilidad a sus ahorros. La imagen de esa larga fila de personas en su mayoría de edad avanzada esperando pacientemente bajo el frío helador de febrero para comprar letras del Tesoro que ofrecen un tipo de interés del 3% ha llegado a las portadas de la prensa internacional y despertado la curiosidad de muchos. ¿Tan mal van las cosas? ¿Es quizás conveniente unirse a la fila? ¿Está lo peor aún por llegar? No son las colas del hambre, que también las hay (en España el 27,8% de la población de encuentra en riesgo de pobreza, pero sí reflejan el desespero de la gran mayoría de los ahorradores. Son los aprietos del ciudadano de a pie, que contrastan con la euforia del Gobierno de Sánchez a cuenta del avance del PIB en 2022 y de la moderación de la inflación.
Es cierto que el 5,5% que creció el PIB español en 2022 se sitúa por encima de lo esperado por el Gobierno (4,4%) y por la mayoría de los organismos internacionales, como el FMI o la OCDE. También es superior al 4,5% previsto por el Banco de España. En un año marcado por la imparable escalada de los precios a raíz de la crisis energética que provocó la invasión rusa de Ucrania, las aún interrumpidas cadenas de suministro a causa de la radical política de covid cero de China y el giro restrictivo de la política monetaria, con varias contundentes subidas de los tipos de interés y la suspensión de las compras de activos en los mercados financieros por parte de los bancos centrales, el dato es indiscutiblemente positivo.
Una de las razones que ha propulsado ese crecimiento mayor de lo esperado ha sido el aumento del gasto en consumo de los hogares españoles a pesar de que la inflación se ha comido buena parte de su renta disponible. Esto ha sido posible gracias al colchón extraordinario de liquidez que acumularon las familias durante la pandemia. De forma que la tasa de ahorro de los hogares ha caído al nivel mínimo de los últimos años, por debajo del 6% de la renta disponible y que es hoy 50% inferior a la media de la eurozona. De forma que las familias españolas arrancan 2023 en una situación claramente vulnerable frente al resto de las europeas en un entorno aún de gran incertidumbre. Un factor que debería ser motivo de preocupación para quienes nos gobiernan visto el reciente deterioro de los datos de empleo. En el último trimestre de 2022 el número de ocupados cayó en 81.000 personas. España sigue teniendo la tasa de paro más alta entre sus socios: un 12,87% según refleja la última Encuesta de Población Activa del INE.
«España, pese a los buenos datos, sigue aún rezagada con respecto a sus socios europeos en muchos frentes»
Con el avance de 2022 la economía española se coloca entre las que más crecieron entre las europeas junto con Portugal, Irlanda o Letonia. La eurozona, que agrupa a los 20 países que comparten la moneda común, cerró 2022 con un crecimiento del 3,5% de su PIB, tres décimas más de lo previsto que sirven para conjurar la temida recesión que hace apenas tres meses se consideraba inevitable en algunas de sus principales economías. Con ese avance del 5,5% del PIB español, nuestro país recupera casi todo el terreno perdido (aún no todo) durante la crisis de la pandemia (en 2020 cayó un 10,7%) y se pone prácticamente a la par con el resto de los socios europeos que ya a finales de 2021 habían recorrido ese camino.
Porque esa es la cuestión. España, pese a los buenos datos, sigue aún rezagada con respecto a sus socios europeos en muchos frentes. El PIB per cápita, el indicador que refleja la riqueza de los ciudadanos de un país, se situó en 27.910 euros en 2022. Si descontamos la inflación media de 2022, que fue del 8,4%, la renta per cápita sólo creció un 0,7% con respecto a 2021, cuando el PIB por habitante se situó en 25.500 euros. Pero si abrimos más el foco y miramos la evolución de esta variable a precios constantes (descontando la inflación), la economía española sigue prácticamente estancada desde 2006. Y hoy ocupa de hecho el puesto 22 entre las 36 economías europeas. Somos más pobres que Eslovenia, Estonia, Lituania o Malta y estamos claramente por debajo de la media de la UE. Según los últimos datos de Eurostat de finales de diciembre de 2022, los españoles son de hecho un 17% más pobres que la media europea.
En cuanto a la inflación, ese 5,8% de enero, que es efectivamente una de las tasas más baja de la eurozona (en Irlanda ha caído al 5%). Pero que no hubiera sido posible alcanzar sin la intervención en los precios de la energía, aplicando un tope al gas no exento de externalidades negativas que empujan a que el mercado ibérico genere más energía a partir del gas y de manera más ineficiente. Esa y otras medidas para subvencionar los precios de los combustibles han servido para contener la factura energética. Pero la evolución no es tan positiva si se mira al 7,5% en el que está la inflación subyacente, la tasa que refleja la evolución de los precios al margen de los elementos más volátiles como la energía y los alimentos y que es más difícil de doblegar porque tiene un carácter más estructural. De hecho, comparándonos con nuestros socios europeos salimos más bien mal parados: en Alemania bajó al 5,1%, en Francia al 5,3% y en Portugal está en el 7%.
Algo falla en nuestra economía. No importa cuánto este Gobierno quiera presumir de los buenos datos. Hay algo estructural que necesita ser atendido. Reformas pendientes. Que sucesivos gobiernos, del PP y del PSOE, han ido posponiendo. Hablamos de 16 años perdidos (2006 a 2022). La riqueza por habitante no ha crecido nada. Y frente al estancamiento de España destaca el avance de algunas de las economías que en la crisis financiera de 2008 fueron total o parcialmente intervenidas, como la portuguesa, la irlandesa (con su particular foco de atracción fiscal), la griega o la italiana.
La imagen de las colas de pensionistas a la espera de ser atendidos por un funcionario del Banco de España para sacar algo de rentabilidad a sus ahorros es un reflejo de las carencias del sistema. En el resto de Europa los bancos ofrecen mejor remuneración por los depósitos (en Francia, un 1,8%, en Alemania, un 1,3%). En España, un 0,3%. Pero el Gobierno sólo está embarcado en una lucha ideológica que pasa por aumentar los impuestos a la banca en lugar de proteger los intereses de cientos de miles de ahorradores y corregir una de las tantas anomalías que aquejan a nuestra economía. Es el signo de los tiempos. Al menos en nuestro país. Es la hora de atender los aprietos del ciudadano común y de aparcar un poco la euforia. En un año electoral que promete ser eterno, nada apunta en ese sentido.