THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

La izquierda ya dijo adiós

«Ese PSOE que hablaba de democracia liberal a las clases medias, obsesionado con el Estado de bienestar, si es que alguna vez existió, se fue hace mucho tiempo»

Opinión
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La izquierda ya dijo adiós

Pedro Sánchez.

Leo a Antonio Caño aquí que el electorado de la izquierda aguarda a un PSOE que recupere ideas, identidad y valores. Por tanto, sería mejor una buena derrota en diciembre de 2023 que impida el estreno de «Frankenstein, segunda parte». La culpa, dice Caño, la tiene una coalición que ha desdibujado el perfil del PSOE, forzado por una «ambición desesperada por conservar el poder». El autor apunta al final la clave: nunca antes ha estado el partido socialista tan atado a su «máximo dirigente».

Estoy de acuerdo con el diagnóstico, aunque me parece optimista. Los factores que impiden una reconstrucción de lo que la nostalgia recuerda como PSOE son varios. 

El primer problema es ontológico. El PSOE ha dejado de ser un partido para convertirse en el apéndice de Pedro Sánchez. Nunca hubo menos disidencia ni tendencias internas. Los líderes autonómicos no pintan nada. Las primarias son falsas porque su resultado se acuerda previamente. El programa no existe porque depende de la arbitrariedad de Sánchez y de sus intereses personales. El desprecio a los antiguos dirigentes es antológico, hasta la militancia tiene a Felipe González por un «derechista». El contraste con épocas anteriores es evidente. 

Un dato al respecto. Solo en una ocasión el líder de la formación ha tenido en las encuestas más posibilidades de voto que el partido. Fue con Felipe González, y la diferencia se limitó a dos puntos. Ahora, la distancia entre Pedro Sánchez y el PSOE es de seis a favor del inquilino de la Moncloa. Esto significa que la marca se ha deteriorado, que no hay un proyecto identificado con una organización, sino con una persona. Esto es lo peor que le puede pasar a un partido en democracia, donde los dirigentes son sustituidos por las urnas cada cuatro u ocho años, la mitad de una generación orteguiana. 

El segundo problema es que el sanchismo no es el socialismo europeo, y está muy lejos de la idealización de la socialdemocracia de la que hablan los antiguos sabios del lugar. La distancia entre Olaf Scholz, el canciller alemán, y nuestro Sánchez nos deja en muy mal lugar. La tradición del SPD en cuanto al sentido de Estado es proverbial. En sus momentos más bajos apostó por la «gran coalición» con Merkel para beneficiar al país. Aquí, Sánchez fue el apóstol del «no es no» a Rajoy caiga quien caiga. 

«Esa doble cara de Sánchez, estadista fuera y populista dentro, no evita que haya inoculado el veneno demagógico en la militancia»

El populismo, además, es despreciado en Europa. No lo quieren a derechas, ni a izquierdas. Mélenchon, el francés, no puede ser el ejemplo a seguir. Aquí lo ha asumido Pedro Sánchez como un estilo que sirve para tapar sus tropelías. El mismo presidente sabe que esto no gusta en Europa, por eso da otra cara cuando va a las instituciones europeas. Esa doble cara de Sánchez, estadista fuera y populista dentro, no evita que haya inoculado el veneno demagógico en la militancia. De hecho, a las puertas de Ferraz se pusieron a gritar «Con Rivera, no». Querían a Pablo Iglesias, el bolivariano. 

Esto es particularmente dañino para el PSOE, y aquí va el tercer problema. En una democracia liberal la radicalidad de las bases, algo lógico en la política de masas, es frenada por la moderación de los dirigentes. Los militantes y votantes más radicales quieren el ostracismo eterno y la ilegalización del enemigo político. Lo vemos en cada mitin y en las redes sociales. Chirría que los socialistas de a pie aplaudan a Otegi y Rufián, y piten a Feijóo. Lo hacen por odio al rival. El líder responsable, sin embargo, no alimenta este enfrentamiento antidemocrático. 

El problema surge cuando no hay diferencia entre los fanáticos y el jefe de filas, cuando el líder se dedica a enardecer a las masas para lanzarlas contra el adversario, y da consignas autoritarias y de polarización de la vida social. Hay quien llama a esto la enfermedad del populismo. En realidad, es un crimen contra la democracia que se acaba pagando. Lo vimos hace cien años en Europa, y más recientemente en Latinoamérica.

Por terminar. El problema del PSOE es el de la pasta de dientes: una vez que se saca del tubo no es posible volverla a meter. Esa izquierda que hablaba de democracia liberal a las clases medias y trabajadoras, obsesionada con el Estado del bienestar, españolista pero abierta a los nacionalismos, si es que alguna vez existió realmente, ya dijo adiós hace mucho tiempo.

 

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