THE OBJECTIVE
Antonio Caño

El populista no nace, se hace

«No hay ningún pronóstico que augure un crecimiento socialista en las urnas y, si consigue conservar el poder, será únicamente a costa de prolongar y tal vez perpetuar su alianza con populistas y nacionalistas»

Opinión
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El populista no nace, se hace

El populista no nace, se hace.

En los últimos días hemos asistido alarmados al espectáculo ofrecido por el Partido Republicano en Estados Unidos, incapaz de elegir a un presidente del Congreso por las demandas absurdas de su sector populista de extrema derecha, más interesado en poner en evidencia las debilidades del sistema que en contribuir a su estabilidad. Es la naturaleza del populismo, destruir las instituciones que restringen su voluntad, y son las consecuencias de dar entrada al populismo en los partidos que hasta ahora actuaban precisamente como guardianes del sistema.

El populismo fue invadiendo o sustituyendo a los partidos tradicionales en América Latina hasta acabar alumbrando la plaga de sistemas iliberales que hoy asuelan la región. En Estados Unidos, creímos ver el ocaso populista con el revés sufrido por Donald Trump en las elecciones legislativas del pasado mes de noviembre, pero lo ocurrido estos días en el Congreso nos ha recordado que cuando el populismo infecta a un partido del sistema es muy difícil de erradicar.

En la mayoría de los países europeos afectados por el virus populista -Hungría, Polonia, Italia- su irrupción ha llegado desde la derecha. En España brotó también en algún momento con fuerza en la derecha, y aún está por verse si el populismo ultra que representa Vox no acaba destruyendo al Partido Popular, demasiado establecido en el sistema para el gusto de algunos votantes conservadores.

Ha sido, sin embargo en la izquierda, y particularmente en el Partido Socialista, por donde el populismo ha conseguido colarse hasta el epicentro del sistema democrático español. En las últimas semanas de 2022 vimos algunas muestras del daño que ese populismo puede causar, con aquellos conatos de levantamiento demagógico contra el poder judicial, justificados por el conocido eslogan populista de que ningún poder está por encima de la voluntad del pueblo.

Cuesta identificar al populismo cuando se lo tiene delante. Entre otras razones, porque una de las peculiaridades del populismo es su capacidad de camuflaje: siempre se adapta a lo que la gente quiere ver. Cuesta mucho más para gente de izquierdas, bregada en antiguas batallas por la democracia y la defensa del sistema político que la protege, aceptar que su partido actúa hoy como un partido antisistema. Pero lo cierto es que si un partido populista se define como una fuerza de ideología cambiante, de dirección caudillista y dispuesta a mantener el poder por cualquier medio, el Partido Socialista se le parece hoy bastante.

«El populismo es simplemente un medio para ganar el poder, y puede caer en esa tentación cualquier político sin los escrúpulos suficientes para cruzar ciertos límites»

El populista no nace, se hace. El populismo es simplemente un medio para ganar el poder, y puede caer en esa tentación cualquier político sin los escrúpulos suficientes para cruzar ciertos límites. Sería demasiado bondadoso decir que se puede caer en el populismo casi en contra de la propia voluntad, pero es verdad que ciertas circunstancias políticas pueden empujar por ese precipicio. Donald Trump fue un demócrata con estrechos vínculos con el sistema antes de empezar a hablar en nombre de los desposeídos y los silenciados para ganar por sorpresa las primarias del Partido Republicano. Pedro Sánchez, que nació como moderado y liberal, tuvo que ganarse el liderazgo de su partido contra todo el establecimiento socialista, lo que obligó a presentarse como el candidato antisistema. Sus flojos resultados electorales posteriores le condujeron a una coalición de Gobierno con los amos del circo populista de la extrema izquierda, con los populistas cum laude de nuestro país, quienes, como es natural, acabaron imponiendo su estilo y sus ideas. Su fragilidad parlamentaria le obligaron a extender el pacto con los populistas a los mejores socios universales de este movimiento antidemocrático, los nacionalistas, lo que dejó convertido a aquel viejo Partido Socialista, ya tan desfigurado y disminuido, en un triste cordero en medio de una manada de lobos.

Como el poder cohesiona y nubla la razón, aunque muchos socialistas veían lo que estaba sucediendo, optaron por callar y mirar para otro lado, resignados a que estos son los tiempos que toca vivir y no hay más. Algunos aún confían, como otros confiaron cuando todo esto empezó, en que en algún momento se producirá la quiebra, el Partido Socialista recuperará su autonomía y su ideología, se liberará de las ataduras que ahora impiden su acción progresista y esta etapa se recordará sólo como el precio que hubo que pagar en un momento tormentoso de la historia para contener a la extrema derecha.

Puede que alguna gente en la izquierda siga confundiendo sus deseos con la realidad. El panorama, sin embargo, no ofrece muchas razones para el optimismo. El Partido Socialista está hoy por hoy condenado a gobernar bajo la sombra del populismo, hasta en su política económica, cuyos éxitos son mayormente de orden social. No hay ningún pronóstico que augure un crecimiento socialista en las urnas y, si consigue conservar el poder, será únicamente a costa de prolongar y tal vez perpetuar su alianza con populistas y nacionalistas. Hasta el momento en que no sepamos en qué se diferencian unos y otros.

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