A sueldo del enemigo
«Hay agentes infiltrados en la oposición cuya misión consiste en salir, cuando el Gobierno se encuentra en un momento delicado, con una ocurrencia disparatada»
Creo que en la oposición operan, infiltrados, agentes con claras simpatías por el Gobierno de coalición, si no directamente de los suyos. No tan infiltrados como el policía de las indepes poliamorosas, tampoco quiero pasarme, pero infiltrados al fin y al cabo. Si no, no me explico la torpeza sistemática, ese salvarles los muebles una y otra vez. Los dos últimos ejemplos son tan espectaculares que, de ser yo el artífice, exigiría reconocimiento, ovación y vuelta al ruedo. Me refiero, claro, al amago de moción de censura impulsado por Vox y a las palabras del alcalde de Villar de Cañas.
Cuando este Gobierno nuestro se encontraba con las costuras al aire y la opinión pública en contra por el desastre manifiesto de la ley del solo sí es sí (que sí pero no), con Irene Montero y Sánchez en evidencia, nerviosos y asediados, con las encuestas tan a la baja que no les queda otra que rectificar y remendar esa ley (ojo a esto, que no es moco de pavo), salen los de Vox con la moción de censura y con Tamames a la cabeza. Por decirlo de una manera suave, no es el don de la oportunidad el que les adorna. Y claro, en esta Españita nuestra, que nos gusta más comentar la última de Shakira, un pezón desprejuiciado o que a una niña la quieran vestir de pescadora y su madre se pille un berrinche, pues no vamos a mantener la conversación pública en las consecuencias de una ley desmañada y la necesidad de exigir responsabilidades a nuestros representantes cuando se puede hablar de la edad del candidato y hacer coñas con eso. ¿En serio la mejor de las ocurrencias es presentar una moción de censura en lugar de dejar que se cuezan en su propio jugo hasta las autonómicas y siga esa tendencia a la baja? ¿Es mejor darles alas con lo que, claramente, va a ser utilizado por el populismo de extrema izquierda como una alerta fascista (les chifla todo lo que sea «alerta algo») con la que movilizar a su electorado? ¿Es Tamames el mejor candidato o es que es el único que se ha prestado a ello?
«La Montero aprovechaba para alertar de lo feo de decirle a nadie que está ahí por ser ‘la mujer de’»
Andaba dándole vueltas a eso, apenas esbozando una teoría al respecto, cuando me entero de lo del alcalde de Villar de Cañas que, con un léxico más propio de un dipsómano dando la turra en la barra del último bar que ha encontrado abierto, defecaba su opinión (legítima, por otra parte, aunque deficiente e inapropiadamente expuesta) sobre Irene Montero. Lo hacía justo después de que Pablo Iglesias, consorte de la moza y podcaster, hubiese hecho lo propio fantaseando con la idea de infiltrar a policías que se acostasen con Feijóo y Ayuso, a los que llamaba corruptos de mierda y viciosos, y les diesen drogas para conseguir información. Cuando estábamos calibrando la barbaridad, nos aparece el de Cuenca adelantando por la derecha, cuesta abajo y sin nadie al volante. Y claro, a Feijóo no le queda otra, porque es lo justo, que censurar sus palabras y anunciar medidas al respecto, ignorando lo que hace nada bramaba el ahora agraviado por poderes, como si lo suyo fuese un impecable manejo de los más exquisitos modales victorianos. La Montero, sobreactuada y aquejada de fiebres cerebrales (depresiones Biedermeier), aprovechaba para alertar del machismo de la (ultra) derecha y de lo feo de decirle a nadie que está ahí por ser la mujer de, sin acordarse de que justo eso es lo que decía el muy feminista del padre de sus hijos a Ana Botella. Pero eso no es ofensa, es definición, porque las mujeres de derechas lo son un poco regulinchi. Good point.
Expuestos ya los hechos, voy concluyendo, formulo mi teoría: hay agentes infiltrados a sueldo del enemigo en la oposición cuya misión consiste en salir, cuando el Gobierno y socios se encuentran en un momento delicado, cuando hasta Tezanos anda rascándose la cocorota con la lengua fuera pensando cómo levantar eso con una encuestita a medida de las suyas, cuando las carcajadas ante los «yo doy siempre la cara» de Sánchez convierten el Congreso en La Chocita del Loro, con una ocurrencia disparatada que distraiga. Y funciona.
Como diría Cristian Campos, maestro de maestros, no tengo pruebas pero tampoco dudas.