Actor secundario Sánchez
«Sánchez sería un buen actor de sus emociones. Solo que carece de ellas. Sánchez solo podría humanizarse no metiéndose en el personaje, sino saliendo de él»
Decía el totémico Robert Mitchum que él solo tenía dos registros como actor: con caballo y sin caballo. Pedro Sánchez solo tiene uno: con Sánchez. Ahora le ha dado por el cine, por esa escalada cinematográfica de la que ha escrito Teodoro León Gross, plasmada ya en un montón de cortos, y comprobamos que no funciona. Tiene limitaciones de actor secundario colocado en el papel principal, un poco al modo de aquellas amiguitas del productor que solo llegaban al estrellato por la percha.
Sus asesores han detectado un problema de deshumanización en el presidente. Debe de haber alguno de ellos con lecturitas, porque la solución parece haber sido ir exhibiendo dicha deshumanización en diferentes contextos: en la petanca de Coslada, en el footing de Canarias, en el sofá de Parla… escenas de un Sánchez acartonado en la vida cotidiana (también en la baloncestística silla de ruedas, en la que imitaba a Javier Bardem imitando a Liberto Rabal en Carne trémula, o algo así). Hace cien años, don José Ortega y Gasset proponía «la deshumanización del arte» como lo más moderno. De ahí surgieron experimentos vanguardistas y los primeros libros de la Generación del 27. ¿Y si Sánchez, por medio de ese asesor cultureta, se presentase como un epígono muy tardío de aquel impulso? Sería algo admirablemente disruptivo: cuando los tiempos reclamaban convulsiones de actor del método de Stanislavski, Sánchez ofrecía un anticlimático distanciamiento brechtiano…
«Dentro de Sánchez solo hay Sánchez, y eso es lo que vemos: ¡Sánchez! Que no es en absoluto lo que se buscaba»
Pero sospechamos que no es así. Sánchez quiere lo que se lleva, que es la humanización: ¡tener sentimientos! O al menos, mostrarlos. Aquí está el problema; un problema menos ético que actoral. Según el método de Stanislavski, el actor debe meterse dentro del personaje. El problema actoral de Sánchez es que, metiéndose dentro de Sánchez, no encuentra la humanización deseada, sino que encuentra a Sánchez. Dentro de Sánchez solo hay Sánchez, y eso es lo que vemos: ¡Sánchez! Que no es en absoluto lo que se buscaba. El mexicano Julio Torri inventó un personaje que era «mal actor de sus emociones». Es decir, que no lograba representar lo que sentía de veras. En este sentido, Sánchez sí sería un buen actor de sus emociones. Solo que carece de emociones. Sánchez solo podría humanizarse, quizá, haciendo justo lo contrario del método de Stanislavski: no metiéndose en el personaje, sino saliendo de él.
Curiosamente, se ha encontrado con el problema que ya tuvo Mariano Rajoy. Aunque con el tiempo este haya venido ganando fama de campechano y se le haya tomado cariño por comparación, hubo un momento en que consideraban que no conectaba con el público. Entonces mostraron aquel vídeo de crisis en el que el inolvidable y ya olvidado (¡no por mí!) Carlos Floriano decía compungido: «Quizá nos ha faltado un poquito de piel». Es lo más cerca que ha estado el PP de la autocrítica estalinista. El gobernante siempre siente que le falta corazón, y ese sentimiento es acertado. Lo que intenta es transmitir ese corazón que no tiene para seguir siendo gobernante. Su problema actoral es un problema electoral.
A propósito del actor secundario Sánchez, me he acordado también de lo que decía Ernst Jünger en La emboscadura: «Una de las notas características y específicas de nuestro tiempo es que en él van unidas las escenas significativas y los actores insignificantes». Tal vez aquel asesor con lecturitas que postulé al principio exista de verdad y haya encontrado una solución para ese nudo gordiano: dado que el actor del que disponemos es insignificante, no lo mostremos en escenas significativas, sino igualmente insignificantes. Eso sí, con figurantes del PSOE: ¡no vaya a estallar de pronto la significación!