Menos impuestos y burocracia en la UE
«En lugar de quejarse de la competencia de EEUU, Bruselas debería facilitar procedimientos de ayudas más rápidos y dar créditos fiscales a los consumidores»
Ni globos espía ni extraterrestres, la gran batalla entre las grandes potencias se libra en el campo económico y tecnológico donde vemos cada vez más movimientos hacía el proteccionismo económico y el desacoplamiento tecnológico. La Unión Europea (UE) bascula en la guerra fría entre China y Estados Unidos en busca de un criterio propio que debe pasar por menos burocracia y menos impuestos.
Bruselas, Washington y Pekín apuestan cada vez más por la intervención del Estado en la economía, unos con más éxito que otros y con mayor o menor dosis de proteccionismo, en un mundo dominado por la confrontación geopolítica. Si Europa quiere dejar de ser árbitro en esta competición, debe buscar un equilibrio entre la protección de su mercado interior y la competencia desleal de las dos grandes potencias.
La UE y los Estados Unidos están inmersos en una batalla por las ayudas de Estado. La ley de Reducción de la Inflación de Washington ha puesto a Bruselas a la defensiva. Joe Biden aprobó el verano pasado esa nueva ley climática que bonifica con subvenciones y exenciones fiscales a las empresas que quieran poner en marcha proyectos de energía limpia en los EEUU; lo que ha puesto en guardia a la UE, que ve como algunas compañías europeas comienzan a instalarse al otro lado del Atlántico.
Washington destina 369.000 millones a empresas y consumidores verdes y la mayor parte de ese dinero les llega a través de créditos fiscales. Así, una persona que compre un coche eléctrico o una nevera eficiente en EEUU puede deducirse un buen dinero de sus impuestos. Si además ese vehículo se fabrica íntegramente en territorio americano, la deducción será mucho mayor. Para la UE estas ayudas violan las reglas comerciales y distorsionan la competencia.
«La Estrategia Industrial Europea busca que las empresas se adecuen a los cambios digitales y energéticos»
Sin embargo, desde Bruselas se aplica lo que denominan autonomía estratégica, que no es más que una manera de dulcificar conceptualmente el proteccionismo europeo. La UE tiene puntos débiles como la carencia de materias primas estratégicas (litio, cobalto…), la vulnerabilidad de la cadena suministros y la dependencia energética de Rusia, pero todo está cambiando. La autonomía consiste en reducir las vulnerabilidades en sectores estratégicos para la economía, que pueden implicar una pérdida de soberanía, como el energético, sanitario, alimentario o digital, etc. Por eso es necesario garantizar capacidades críticas de suministros y producción propia, por ejemplo, de semiconductores. La Estrategia Industrial Europea busca que las empresas se adecuen a los cambios digitales y energéticos para poder competir en un entorno global y a la vez asegurar el funcionamiento de las cadenas de suministros y diversificar las importaciones de materias primas y materiales raros.
El propio Fondo de Recuperación, del que España es uno de los mayores beneficiarios junto a Italia, es una manera de subvencionar o dar créditos blandos a empresas que inviertan en digitalización o en energías limpias. El problema que tiene la UE es que su regulación es muy compleja y el coste de la energía es mucho más alto que el norteamericano. Ante esa situación, hay empresas como BMW, la energética italiana Enel o el fabricante noruego de baterías Freyr que han decidido hacer las maletas e ir a los Estados Unidos donde todo es más fácil. La elefantiásica burocracia de la UE pierde ante la agilidad americana en la inversión empresarial verde. En lugar de quejarse de la competencia norteamericana, Bruselas debería facilitar que los procedimientos de ayudas sean más simples, rápidos y predecibles e incluso abrirse a los créditos fiscales a los consumidores.
La UE tiene un enemigo mucho menos transparente como China, que subsidia con donaciones ocultas a sus industrias. Mientras Bruselas ha mantenido una política de puertas abiertas a la inversión de empresas chinas en su territorio, las compañías europeas no lo han tenido fácil a la hora de entrar en el mercado chino, donde tampoco se respeta la propiedad intelectual. Ante esta falta de reciprocidad, la UE aprobó un reglamento que le permite investigar a las compañías extranjeras, que se benefician de ayudas estatales externas, que intentan entrar en el mercado europeo; una ley que, aunque no cite a China, está redactada para evitar la competencia desleal del gigante asiático.
«Si se relajan más todavía las reglas de ayuda estatal, el tejido industrial de los países más pobres de la UE podría estallar»
Este intervencionismo estatal, que permea a las tres grandes potencias económicas mundiales, en el caso de la UE puede llevar ya no sólo a una guerra de subsidios con EEUU o China sino a luchas entre los 27 Estados y a dinamitar el mercado único. Los más fuertes, como Francia o Alemania, beneficiaron a sus empresas con ayudas estatales, durante la pandemia de la Covid-19, que supusieron el 80% del total de las otorgadas. Si se relajan más todavía las reglas de ayuda estatal con la excusa de crear una política industrial más fuerte con el fin de crear «campeones europeos», que puedan competir con los grandes gigantes chinos o norteamericanos, el tejido industrial de los países más pequeños o más pobres de la UE podría estallar debido a la competencia desleal y llevarse por delante al mercado único.
Este dilema ya se planteó en 2019, cuando dos grandes del ferrocarril en Europa, la alemana Siemens y la francesa Alstom, quisieron fusionarse para crear un campeón europeo y la comisaria de Competencia, Margrethe Vestager, se lo impidió porque perjudicaría la competencia y llevaría a un aumento de los precios en el mercado ferroviario, con el consiguiente enfado del eje franco-alemán.
Cuatro años después, la situación ha cambiado y el intervencionismo estatal a nivel mundial está en auge. Lo que no puede hacer la UE es presumir de ser la gran potencia comercial del mundo que juega limpio en instituciones multilaterales y lucha contra la competencia desleal de otras potencias, mientras en su propia casa no defiende esos mismos principios.
Europa lo que debe hacer es acordar ayudas estatales, que no rompan la competencia y dañen lo mínimo posible al mercado interior con procedimientos menos burocráticos, y otorgar exenciones fiscales no solo a empresas sino también a los consumidores.