Por qué es importante el caso del economista Cabrales
«Sí, el Banco de España pierde el talento de un buen economista, pero algo gana: un Estado necesita profesionalidad, pero también convicciones firmes»
En abril de 2018, el economista Antonio Cabrales suscribió con su firma un mensaje de apoyo a la universidad escocesa de St. Andrews por su gestión del caso Clara Ponsatí. La nota terminaba reconociendo a la exconsejera de Cultura de la Generalitat, y prófuga de la justicia española, como «una distinguida académica totalmente comprometida, en su papel de servidora pública, con los principios de la acción política democrática y no violenta».
El contexto es importante. Mariano Rajoy todavía era presidente y en muchos sectores se había normalizado hablar de la deriva autoritaria de España, país donde se perseguía a las personas por sus ideas, ¡incluso por sus canciones! Quienes vivimos el procés desde una universidad extranjera sabemos hasta qué punto este era el discurso dominante en los círculos académicos, especialmente en aquellos, como el de Economía, donde el nacionalismo catalán tenía una red de embajadores tan reputados como Andreu Mas-Colell o Xavier Sala-i-Martin. Fueron tiempos duros, en los que la democracia española necesitó el coraje de sus mejores y solo contó con el coraje de los de siempre.
Desde el punto de vista humano, entiendo a Cabrales. Lo dice Dumbledore en la primera novela de Harry Potter: «Plantar cara a nuestros enemigos requiere mucha valentía, pero no más que plantar cara a nuestros amigos». Sin embargo, entre una firma que suscribe tácitamente que un país no es plenamente democrático y el nombramiento como consejero del banco central de ese mismo país debe mediar una rectificación que no se ha producido. Que se mantuviera en el cargo, rectificación mediante, hubiera sido la opción preferente de este columnista, pero no fue así; la exclusiva de THE OBJECTIVE provocó su dimisión, probablemente precipitada por la misma aprensión que aquella firma.
«Existen economistas de prestigio que no son ‘abajofirmantes’ temerarios»
El nombramiento de Cabrales, a propuesta del PP, había merecido todos los elogios. Su idoneidad era indiscutible y además cumplía el requisito moral de no ser un hombre de partido. Su renuncia ha provocado la indignación de quienes ven en el caso Cabrales un nuevo episodio de cómo el sector público expulsa el mejor talento. Sí, el Estado pierde el talento de Cabrales, pero algo gana: un Estado necesita profesionalidad, pero también convicciones firmes. A quienes temen que este caso disuada a otros profesionales independientes y favorezca la partitocracia les ofrezco otro ángulo: se está disuadiendo a las élites de utilizar su prestigio en vano cuando está en juego el Estado de derecho. Y si me permiten, les llamo a evitar los falsos dilemas: la renuncia de Cabrales no implica que sea sustituido por un apparátchik; existen economistas de prestigio que no son abajofirmantes temerarios.
Les confieso que la alerta partitocrática me resulta más llamativa por venir de personas tan afines al Gobierno. Han lamentado el adiós de Cabrales con un disgusto proporcional a la naturalidad con la que han asumido el nombramiento de Judith Arnal por parte del PSOE. Los méritos de Arnal (doctora en Economía y Técnico Comercial del Estado) no se discuten, pero hay dudas sobre su independencia, ya que fue jefa de gabinete de Nadia Calviño. En cualquier caso, a quienes a raíz del caso Cabrales se han sensibilizado con la colonización partidista de las instituciones les doy la bienvenida al regeneracionismo, y les sugiero que ojeen el BOE de los últimos años. Potius sero quam nunquam.