THE OBJECTIVE
Carlos Granés

La teoría 'queer' contra la naturaleza humana

«Ser hombre o mujer es algo que tiene que ver con la autopercepción, con el yo, no con la biología o la cultura»

Opinión
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La teoría ‘queer’ contra la naturaleza humana

Irene Montero, ministra de Igualdad.

No hay tentación humana más grande que desafiar a la naturaleza. Se manifiesta entre los exploradores, alpinistas y navegantes que no se acobardan ante ningún obstáculo, por terrorífico que sea, o entre los deportistas y fisiculturistas que desafían los límites del cuerpo. En estos casos la voluntad humana logra superar el desafío natural y reblandecer un tris los límites de la biología. Son el resultado de un pacto entre el deseo descontrolado y las leyes invariables que rigen las mareas, las cumbres heladas o las fibras musculares. Un explorador puede contrarrestar el veneno de la serpiente con una medicina, y por lo tanto vencer el peligro natural, pero jamás reeducar al reptil para que deje de morder. Cuando hay consciencia de las limitaciones que impone la naturaleza, la voluntad y la razón humanas hacen milagros. La vacuna de la covid-19 es el ejemplo más reciente. 

Hay ocasiones, sin embargo, en las que el ser humano pretende saltarse esa negociación racional y simplemente niega que haya tal cosa como la biología o la genética. Filippo Tommaso Marinetti, inventor del futurismo italiano, desfogó su deseo de crear un hombre nuevo maquinizado, conquistador y violento, en su novela Mafarka, una ficción delirante en la que un demiurgo conseguía crear, sin el concurso de mujer alguna, un ser alado, de pene metálico, que además producía una música total mientras volaba. «Nuestra voluntad debe salir de nosotros para apoderarse de la materia y modificarla a nuestro capricho», era la lección de su novela. 

Esa manera de pensar, muy propia del artista, a veces la comparten algunos líderes políticos. Fidel Castro es un caso paradigmático. Durante sus primeros años dejó volar su imaginación agropecuaria y acabó fantaseando con crear vacas enanas y conejos gigantes. Desecó la ciénaga de Zapata para sembrar arroz, sin predecir el daño ecológico que causaría; arrancó los frutales nativos para sembrar café caturra, y se obsesionó con la propiedades nutritivas de una planta india, la moringa, dos cultivos que también acabaron en estruendosos fracasos. Castro fue el anti Robinson Crusoe, igual de voluntarista pero sin un gramo de apego a la realidad. Su triste delirio no convirtió a Cuba en un vergel de abundancia, sino en una prisión flotante donde se tuvo que prohibir el sacrificio de reses para evitar su desaparición total. 

«Cuando hay consciencia de las limitaciones que impone la naturaleza, la voluntad y la razón humanas hacen milagros»

Todo esto viene a cuento porque ese voluntarismo que desconoce o descree de la naturaleza, o que supone que la biología, la ecología, la hidrografía o la genética pueden ser modificadas a nuestro capricho, vuelve a manifestarse en uno de los discursos posmodernos de más vigencia y mayor repercusión pública: la teoría queer. Su importancia hoy en día se refleja en las leyes trans que se discuten en España y otros países del mundo, y en el cuestionamiento directo que lanza a la base natural y biológica que divide a la humanidad en hombres y mujeres: ¿tiene sentido seguir presentándonos en sociedad como hombres y mujeres? 

Esta teoría tiene un brío liberacionista y subversivo muy seductor. Desafía las clasificaciones sociales, los roles de género heredados y la misma base en la que se fundamentan muchas identidades. Invoca cierta anarquía taxonómica que le permite a cada cual, mediante actos tan voluntariosos como los de Mafarka, definirse como se quiera definir. También estimula a pasar por impensados procesos de creación de sí: soy lo que me da la gana ser, y la sociedad nada tiene que decir. Es, como el futurismo, una idea que en la vida privada y en el campo artístico resulta fascinante. El problema viene cuando se intenta convertir en doctrina pública. 

Porque las sociedades humanas tienen elementos culturales y construidos, por supuesto, pero también son soluciones a necesidades derivadas de la naturaleza humana, entre ellas la reproducción y la gestación. Por eso la división entre hombres y mujeres no es una mera tecnología normativa o una imposición lingüística. Eso es lo que discuten los teóricos queer. Para ellos toda clasificación es un acto performativo, por eso mismo algo arbitrario, sin sustento, que podemos dinamitar, o que debe poder elegirse a voluntad, incluso a edades muy tempranas. Ser hombre o mujer es algo que tiene que ver con la autopercepción, con el yo, no con la biología o la cultura. 

Puede ser, no lo sé, el caso es que a veces, jugando a ser un pequeño dios voluntarioso, el ser humano descubre demasiado tarde que la naturaleza no puede ser moldeada a su antojo. Los ingenieros soviéticos desviaron ríos para recrear el mapa hídrico de Asia Central, y acabaron secando el mar de Aral, anteriormente el cuarto lago más grande del mundo. Los teóricos queer quieren que la naturaleza deje de ordenar las relaciones sociales y que no haya hombres y mujeres, sino cuerpos hablantes. ¿Cuáles serán las consecuencias? Ya se aprobó la Ley Trans en España. No tardaremos en verlo. 

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