THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Ineptos y corruptos

«No cesar a quien ha demostrado sobradamente su ineptitud y legislar con la única intención de obtener el voto de los electores también es moralmente corrupción»

Opinión
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Ineptos y corruptos

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En la selección de nuestros políticos creo que nos preocupa más la corrupción que la ineptitud. Tengo dudas sobre que es peor, si una cosa o la otra, pero tras darle muchas vueltas a lo largo de estos años en el que ambas ocupan tantos titulares de prensa, me inclino por creer que hace más daño a la sociedad el político técnicamente incompetente que el moralmente deshonesto. Y, además, si el incompetente no asume su responsabilidad, también es corrupto.

Sin duda el corrupto habitual suscita un sentimiento de indignación moral, se desprecia a la persona que desde su posición de poder ha abusado de él en beneficio propio, de su familia o amigos, del partido o grupo de interés al que pertenece. Emocionalmente, el corrupto es la peor espécimen del político. Pensado más fríamente, debemos pasar a los matices, siempre importantes.

En efecto, sin desdeñar ni mucho menos el aspecto moral, tan relevante de la personalidad de cada uno, hay que tener en cuenta que lo que primordialmente cuenta en la actividad política es el beneficio o perjuicio de las decisiones que se toman de acuerdo con los principios y valores por los cuales has aceptado el cargo para el que, directa o indirectamente, has sido propuesto. La política, en definitiva, es una actividad con fines prácticos y debe ser juzgada de acuerdo con el cumplimiento, mayor o menor, de estos fines.

En los últimos años, desgraciadamente encontramos en la vida política española múltiples ejemplos sobre los que reflexionar. En lo que respecta a corrupción, dos son los casos estrella: la trama Gürtel, con sus interminables flecos, y el escándalo de los ERE en Andalucía, recientemente sentenciado. ¿Desde qué parámetros debemos juzgar su grado de mayor o menor corrupción?

«Es difícil encontrar un criterio para determinar cuál es más importante – e indignante – como casos claros de corrupción política»

Si es por la cuantía del dinero defraudado, no hay duda que los cientos de millones de los ERE es mucho más grave que, en comparación, las relativamente exiguas cantidades que se repartieron en el famoso caso Gürtel. El primero fue un caso de clientelismo político y la enorme cantidad malversada fue muy repartida entre cargos socialistas, amigos y familiares.

El segundo tuvo por protagonistas a un puñado de mangantes, además con aspecto de tales, que por lo visto daban algunas migajas -sustanciosas pero migajas- al PP o a sus dirigentes. ¿Cantidad, implicación de partidos, conocimiento de los fraudes por parte de sus dirigentes? Es difícil encontrar un criterio para determinar cuál es más importante -e indignante- como casos claros de corrupción política. Además, pocos partidos, siempre de pequeño tamaño, se han visto a salvo de casos de corrupción. El listado que ofrece Wikipedia es impresionante.

¿Es un tipo de corrupción de la que se benefician las arcas de los partidos o algunos de sus afiliados y cargos públicos? En algunos casos ello parece claro, en otros reina la más absoluta oscuridad o, por lo menos, no hay pruebas determinantes que demuestren quiénes son los beneficiarios. En todo caso, la naturaleza humana es como es, no hace falta añadir más para que se entienda, los hombres no son angelitos venidos del cielo, si así fuera sobrarían el código penal y otras normas jurídicas sancionadoras.

También en la otra cuestión, la incompetencia e ineptitud de los cargos políticos, tenemos ejemplos recientísimos, el más notorio el de los trenes de la cornisa cántabra cuyos vagones no pasaban por los numerosos túneles de aquella montañosa zona por la que discurre el ferrocarril. Es un caso de risa -si no fuera para llorar– cuyos principales responsables políticos han pagado ya sus culpas, especialmente porque habían ocultado tal disparate desde hace más de un año. Un suceso grotesco que hubiera hecho en otros tiempos, con permiso de la censura, las delicias de La Codorniz.

Ahora bien, ¿cuántos otros casos, de igual o más calibre económico, pasan desapercibidos? Controlar a las administraciones públicas no es nada fácil y la responsabilidad se asume con simples ceses y no con multas y penas de cárcel.

Hace pocos días, en una agradable y sabrosa comida entre amigos, una muy respetada jurista planteó si los cargos públicos que ejercieran de forma deficiente su actividad política –en especial aquellas que comporten costes económicos que debe asumir el fisco- no deberían asumir también responsabilidades patrimoniales y penales más allá de las simplemente políticas, es decir, el simple cese impuesto por el superior jerárquico o perder la confianza de los electores en los siguientes comicios.

«Una mala política es infinitamente más perjudicial que los casos de corrupción»

Habría que darle una larga pensada a todo ello porque es una cuestión muy compleja pero creo que valdría la pena plantearnos este debate a la vista de la creciente incompetencia de nuestros políticos. Porque si lo pensamos rectamente podemos convenir que una mala política es infinitamente más perjudicial que los casos de corrupción, incluso los más notorios como son los mencionados.

Incluso, para acabar, muchas de estas políticas son también moralmente corruptas porque sólo se justifican para que el partido que gobierna consolide su posición en las siguientes elecciones, no por razones de interés general.

Sólo dos ejemplos. Primero, ¿no deben ser cesados por incompetencia manifiesta aquellos cargos responsables de la chapucera ley del solo sí es sí que ahora se complicará aún más por sus interconexiones con la llamada ley trans? Segundo, ¿es éticamente aceptable una subida lineal de las pensiones, es decir, que el porcentaje de aumento sea igual para las máximas que para las mínimas, por la sola razón de que todos son igualmente electores, aun dejando una deuda enorme cuyo deber de amortizarla será satisfecho por las generaciones futuras?

Con ello quiero mostrar que no solo es corrupción aquello que hasta ahora hemos dado en llamar corrupción. También la incompetencia y la demagogia deben tener, en cierta manera, ese trato. No cesar a quien ha demostrado sobradamente su ineptitud y legislar con la única intención de obtener el voto de los electores también es moralmente corrupción.

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