La degradación de la política y el efecto contagio
«El auténtico peligro de esta legislatura es el debilitamiento de la cultura de la legalidad y del respeto. Este es, a mi juicio, el peor legado del sanchismo»
Hace unas semanas comentaba en mi columna algunas de las múltiples disfunciones que se han dado en España con este «gobierno del progreso»: desigualdades, incoherencias, olvidos, descalabros, dislates, mentiras, felonías, dispendios, montajes, acosos, pérdidas de oportunidades… Todas iban explicadas e ilustradas con hechos concretos.
En estos 15 días hemos visto incrementado el listado con varias cuestiones, dos de ellas, a mi juicio, especialmente insultantes. A saber:
-En primer lugar, el caso Mediador que apunta a una gravísima y asquerosa trama de corrupción que, de momento, se ha llevado por delante el acta parlamentaria de Juan Fuentes Curbelo y que podría salpicar a otros diputados/as del PSOE. Y es que, nada más terminar de votar a favor del «consentimiento» y de la abolición de la prostitución, parece que alguna de sus señorías participaba en fiestas en prostíbulos pagadas con dinero procedente de mordidas. El oxímoron del feminismo socialista que da lecciones de moral.
-En segundo lugar, la expulsión de una mujer por defender la obviedad de que «ser mujer no es un sentimiento» en el Encuentro Internacional Feminista. Allí, la ministra «invitaba a subir al escenario» a la discrepante al mismo tiempo que esta era expulsada al grito de «fuera fascistas de la universidad». No hay mejor muestra del peor cinismo totalitario. Todo ello en el marco monocolor de una performance montada para mayor gloria de la señora Montero y financiada con el dinero de todos los españoles (incluido el de las mujeres). El oxímoron de la democracia participativa de Podemos.
Si los hechos son graves (por lo que suponen en sí y porque representan apostasías ideológicas), lo verdaderamente capital es que la suma y el goteo de todas las aberraciones en conjunto favorece la permeación de la decrepitud moral de la política a todos los ámbitos.
«Tenemos una tendencia a adoptar comportamientos, actitudes y creencias de otros»
En 1774, Goethe escribió Las penas del joven Werther que le lanzó a la fama. La historia de un amor imposible, que acaba con el protagonista quitándose la vida, fue nuclear no por su dimensión literaria, sino porque desencadenó una de las mayores olas de suicidios. De ahí el efecto Werther (también llamado copycat) que designa el fenómeno social que se produce cuando se imita generalizadamente un comportamiento.
El fenómeno se ha estudiado para problemas mentales (suicidios o trastornos de alimentación), la violencia de género o la epidemia actual de demandas de cambios de sexo (que da para otra columna). Con más o menos evidencias, lo cierto es que las personas tenemos una tendencia a adoptar comportamientos, actitudes y creencias de otros incluso aunque puedan conducir a la muerte. En estas imitaciones el papel de los medios de comunicación parece importante.
El copycat es fundamental en la formación de valores. De hecho, las normas sociales no son más que la tendencia a comportarse como la mayoría de las personas lo hace, a partir de la aceptación de prácticas comunes.
El problema surge cuando quienes tienen el máximo poder degradan ciertas prácticas: queramos o no, por imitación, se degrada toda la sociedad.
Diversos estudios han mostrado que las violaciones, los abusos y el menosprecio a las reglas generan un «efecto en cascada» que provoca que se deprecie, soslaye o transforme esas y otras normas en otras esferas.
El «Ejecutivo de progreso» ha abierto la veda a la justificación de algunos abusos (como mejor muestra, la malversación) y a la omisión de explicaciones (como mejor muestra, Montero, que después de más de 600 rebajas de condenas ahí sigue en su ministerio sin asumir responsabilidades).
«Cuando quienes mandan no respetan límites y no rinden cuentas, ¿por qué habrían de hacerlo los demás?»
El goteo de vulneraciones al sentido común y a ciertos valores ha sido tal, que muchos ciudadanos han ido larvando el argumentario: «Si ellos lo hacen, también puedo hacerlo yo». Cuando quienes mandan no respetan límites y no rinden cuentas, ¿por qué habrían de hacerlo los demás? Al que tiene un ápice de poder -aunque sea en su escalera de vecinos- hoy no le faltan motivos ni modelos para creer que puede hacer lo que le da la gana sin demasiadas aclaraciones. Esto lo estamos sufriendo ya en muchas instituciones.
Los actos de este Ejecutivo han gestado la aparición de un nuevo problema social: el menosprecio a las normas (morales y legales) y la asimilación de nuevas que legitiman el relativismo, el ejercicio de la corrupción o la indolencia.
El auténtico peligro de esta legislatura (por difícilmente reversible) es el cambio de valores que se está produciendo en la sociedad española, con el debilitamiento de la cultura de la legalidad y del respeto. Este es, a mi juicio, el peor legado del sanchismo, porque no supone sólo una amenaza al Estado de derecho, sino también a la democracia, a la convivencia y al bienestar social.
Espero que se pueda enmendar.