No, dato no mata relato
«¿Quieres que un votante deje de confiar en los degenerados que nos gobiernan? No le vendas solo cifras; ofrécele un relato que explique lo degenerados que son»
Si yo fuera socialista, es probable que mis vicios fueran la prostitución y la cocaína. Como no lo soy, me conformo con cosas menores, como acudir de tertuliano a televisión.
Hace unos meses viví allí un suceso curioso. Discutíamos Víctor González, diputado de Vox, y un servidor. Él creía que mostrar las tropelías puntuales del actual Gobierno podría bastar para hacerle perder su prestigio. Yo era más escéptico.
En un momento determinado, Víctor echó mano de un tópico hoy muy extendido: «Dato mata relato». Es decir, si uno muestra hechos que refuten las historias que nuestro interlocutor se ha montado en su cabeza (por ejemplo, que el PSOE es bueno para España), esas historias se derrumbarán. Cuando uno descubre algún suceso que contradice una teoría, de inmediato colapsará la teoría: tal es la tesis.
Dame, por ejemplo, la ley de la gravitación universal; muéstrame, después, un cuerpo terrestre que, en vez de caer hacia el suelo, al soltarlo se eleve hacia el cielo. Si así ocurriera, diríamos adiós a Newton y su teoría. Pero… ¿de veras suceden las cosas así?
Todos sabemos que, ya en este simple ejemplo científico, la realidad dista del anunciado «dato mata relato». Si suelto un objeto (digamos, un globo de helio) y este, en vez de caer, asciende hacia los cielos, no por ello es a sir Isaac Newton al que dejo caer por tierra entonces. Lo que ocurrirá es que ajusto su teoría, la perfecciono: me doy cuenta de que las que descienden no son las moléculas de helio del globo, cierto, pero sí las del aire que lo rodean, que son más pesadas; y estas, al ocupar su lugar, elevan mi globito. El dato no ha matado mi relato (newtoniano), el helio que asciende no contradice la ley de que los graves descienden; solo me ha ayudado a elaborar mi relato sobre la gravitación un poco más.
Si las cosas transcurren así en el campo de la ciencia, qué decir de los afanes más humanos, como las relaciones interpersonales, la religión o la política (esta última, de hecho, tiene mucho de las otras dos). Erraríamos si creyésemos que estos campos consisten en una acumulación de «datos» o «hechos» que nos llevan a pensar de una manera u otra. Son, por el contrario, áreas donde cobra crucial importancia el marco mental en que interpretamos todo lo demás.
«Los datos solos no matan ni vivifican relato alguno: es el relato el que permite interpretarlos»
Imaginemos que a Fulanita le cae mal Menganito. De hecho, Fulanita está convencida de que Menganito le quiere hacer la vida imposible. Ese es para ella el marco de su relación. Y, por eso, aunque Menganito se esfuerce a veces por complacer a Fulanita, a ella le dará igual: lo considerará una prueba de lo pesado que ese hombre es. Menganito entonces ignorará a Fulanita: esta confirmará pues que su indiferencia es un modo sutil de torturarla. Menganito restablecerá acaso luego la relación, pero solo cortés, con Menganita: ella corroborará que algo estará tramando el muy truhan, para que ella se confíe y crea que ha vuelto todo a la normalidad.
Ninguna de estas reacciones de Fulanita es irracional: sí, hay gente pesada; sí, hay gente que trata de torturar mediante la indiferencia; sí, hay gente que quiere granjearse nuestra confianza para luego vengarse. De hecho, quizá Fulanita tenga razón y Menganito la quiera mal. Lo importante aquí es que la relación con Menganito no depende solo de cuanto haga él, sino más bien del marco en que Fulanita interprete sus actos. (Y viceversa, claro). Los datos solos no matan ni vivifican relato alguno: es el relato el que permite interpretarlos, darles peso o minusvalorarlos.
Caer en la cuenta de estas cosas ayudará a entender qué queremos decir cuando decimos que una persona es religiosa. A veces, los ateos piensan que ser creyente consiste en haber aceptado, acríticos, unos cuantos sucesos aislados y muy, muy raros: que existen los milagros, que una virgen puede quedarse de repente embarazada, que por encima de las nubes hay un señor con barba tan blanca como ellas (o sin barba, pero un señor igual). Se trata de una visión ingenua de lo religioso, que en realidad solo atesoran los críos más pequeños, los citados ateos y algunas otras personas de mentalidad infantil.
¿En qué consiste tener fe, más bien? Solo cabe entenderlo si recordamos lo ya dicho: organizamos nuestros pensamientos (y nuestra vida) dentro de uno u otro marco. Tanto una persona agnóstica como otra cristiana realizarán buenas obras: pero cada una lo insertará en un relato diferente. La cristiana sentirá que su buena obra la convierte en instrumento de algo más grande que sí misma; lo más grande que existe, de hecho: Dios. Llenará de sentido su existencia así. Para el agnóstico será solo algo que le permite sentirse bien. (Y si el sentido de su vida es ese, «solo pasarlo bien», también entonces se verá realizado; pero de un modo muy distinto al ímpetu religioso que te conecta con el sentido del universo todo; el «sentimiento oceánico» del que hablaba Freud).
Cuando les advenga una desgracia (y a ambos les advendrán), también el creyente y el no creyente habitarán en mundos distintos. Para el segundo, el mal trago será acaso un reto en aras de fortalecerse él mismo, acaso un fastidio gratuito. Para el primero, sin embargo, la desventura entrará en un marco bien diferente.
Para empezar, si es cristiano, se verá acompañado por Dios mismo en ella: ya en el siglo II, Clemente de Alejandría afirmaría que Cristo padece dentro de nosotros cada dolor que nos fustiga más de lo que nosotros mismos lo sufrimos. Esta compañía hará la desgracia no menos punzante, pero sí mucho más llevadera. Como sabía Nietzsche, quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo. Mucho más si no tienes solo un porqué, sino también un con quién. Y si ese «quién» es el sentido del universo entero.
¿Recibes un golpe de suerte maravilloso? El religioso se pondrá a dar gracias; el irreligioso se pondrá a disfrutar del azar sin más. ¿Esperas que sobrevenga un acontecimiento gozoso para tu vida? El religioso confiará en que, pase lo que pase, lo mejor acabará acaeciendo; el irreligioso solo jugará en esa rifa aleatoria de la fortuna. A ambos podrán sucederles quizá las mismas peripecias, las mismas incertidumbres, los mismos golpes (y serán más de 400); pero el marco en que uno y otro los vivirá será bien distinto. Y es ese marco, ese relato, el que importará.
«No basta, pues, dar datos contra el actual Gobierno: nuestras cabezas no funcionan como un Excel»
Retornemos, pues, desde la ciencia, desde las relaciones interpersonales o desde la religión al asunto con el cual empezamos este artículo: la política. Mucho se equivocará quien olvide la importancia de los marcos mentales en que la vivimos. No basta, pues, dar datos contra el actual Gobierno: nuestras cabezas no funcionan como un Excel, donde a partir de cierto «debe» el voto a nuestros gobernantes se les retira de su haber. Nuestras cabezas son más bien consumidoras de marcos, de relatos, en los cuales organizar la abigarrada realidad que nos circunda.
¿Quieres que un votante deje de confiar en los degenerados que nos gobiernan? No les vendas solo cifras de parados o de niños hormonados por la ley trans; ofréceles también un relato que explique lo degenerados que son. Hay por ahí otros relatos, claro: el marco que nos cuenta que la izquierda nos conducirá siempre al progreso, o que los izquierdistas son mejores personas, o que todo lo que hagas, al final, dará igual, pues el curso del mundo es solo uno y a él debemos someternos. Puedes ponerte a desmontar esos relatos, sin duda, y harás bien. Pero mejor aún es que propongas un marco alternativo: más sugerente, que explique mejor nuestro pasado, que ilusione más sobre el porvenir.
Proponer relatos no se hace solo ni sobre todo en las tertulias de la tele. Contar los méritos de la Historia de España, hacer una serie de televisión que defienda los principios que nos humanizan, redactar novelas, componer canciones, elaborar poemas: la tarea de cambiar de marco requiere labores de lo más variopintas. Por eso todos estamos, a nuestra manera, implicados en ella. Las charlas de café o los chistes familiares construyen nuestros marcos también.
Esto es lo que algunos venimos llamando «batalla cultural», para espanto de quienes han comprado el relato pacifista de que todo lo que suene un tanto belicoso es malote. Y por tanto prefieren conformarse con sus Excels, con esperar a que la economía vaya mal (y así cambiar de gobierno) y con señalar a las prostitutas y la coca que se consume en la bancada del PSOE.
Nada grande se hizo jamás, empero, solo con hojas de cálculo. Tampoco con las que contabilizan el gasto en burdeles de tu rival. No se incluye contabilidad alguna ni en los evangelios, ni en la Odisea, ni en El Quijote. Y, sin embargo, son estos los relatos que nos marcan, nos enmarcan, la vida. Y también, incluso, en sus casos más excelsos, el buen morir.