El Gobierno y el principio de explosión
«Mientras la demolición acontece, ningún jockey para cabalgar entre las contradicciones y las ruinas como nuestro presidente del Gobierno»
El principio fue formulado y demostrado, entre otros muchos, por el filósofo medieval Duns Scoto: de la conjunción de dos proposiciones contradictorias se sigue cualquier consecuencia. Ex contradictione quodlibet, afirmaron los clásicos. El efecto es sencillamente devastador y por eso no ha de extrañar el afán en depurar la consistencia entre las afirmaciones que hacemos. Si somos honestos, claro, y no nos hemos abandonado del todo al cinismo. Podemos asumir, hasta cierto punto, la indisputabilidad de los primeros principios o premisas morales o políticas, pero en ningún caso que del conjunto de nuestras creencias o proposiciones pueda derivarse el absurdo.
«Hacer política es cabalgar las contradicciones». Se refería Pablo Iglesias, en una de esas alocuciones-riada plagadas de meandros de relevancia diversa, a la necesidad de afrontar el principio de realidad y asumir que hay izquierda nacionalista en Cataluña y el País Vasco; vagos y liberados en sus propias filas; corrupción por doquier en las instituciones; delincuentes con los que será necesario llegar a acuerdos; un PSOE neoliberal dirigido por un terrorista de Estado (Felipe González) y un Gobierno asesino como el de Irán que obliga a sus mujeres a llevar velo y que posee una televisión que le ha contratado a él. Otros trabajan en Pryca o son policías o funcionarios de prisiones y pretenden ser de izquierdas, decía Iglesias. Corría el día de Navidad del año 2012. Aún faltaba algo más de un año para que Podemos naciera como partido político y siete para entrar a formar parte del Gobierno.
Desde entonces no se ha dejado de ir al paso de las contradicciones, luego al trote y últimamente a galope, como en el delicioso juego infantil. Acompáñenme al hipódromo de esta misma semana.
La parte supuestamente feminista de la coalición de gobierno progresista y feminista insiste, a través de sus más destacadas y autorizadas voces, que ellas han llegado para cambiarlo todo. Usted quizá no se habrá enterado pero gracias a Irene Montero ya puede hablar de su menstruación o de sus ligues en la máquina de café de la oficina. Se trata de que todos podamos amar o sentirnos como queramos… Bueno… quizá no. La secretaria de Estado de Igualdad, conocida como Pam, ha declarado recientemente sentirse «escandalizada» porque el 75% de las jóvenes españolas entre los 18 y los 25 años prefiere la penetración vaginal con un hombre a la auto-estimulación. En realidad había leído mal los resultados de una encuesta encargada por su propio Gobierno a través del Instituto de las Mujeres. Ese 75%, frente al 66,5%, es el porcentaje de jóvenes que han mantenido esa práctica sexual. Pero da igual. Pam quiere que te auto-explores vaginalmente y dejes de ser cómplice del heteropatriarcado coital y algo tienes que poner de tu parte. Mujer. Pam no ha debido enterarse todavía – y ya me extraña- de que hay lesbianas con pene y que tal vez de ese 75% muchas fueron penetradas por otras mujeres pues así se identificaban. Pero da igual.
«Ser libre es también poder querer modificar nuestras propias preferencias»
Y ya que hablamos de ello. El preámbulo de la conocida como ley trans arranca afirmando que con la ley se trata de asegurar que en España «… se pueda vivir la orientación sexual, la identidad sexual, la expresión de género, las características sexuales y la diversidad familiar con plena libertad». Es decir, se trata, como ha dicho la ministra Montero, de «poder ser quien se quiera ser y amar a quien se quiera amar», hasta el punto de poder someterse – y cuanto antes mejor y a cargo del erario público- a tratamientos farmacológicos y cirugías que suponen amputaciones corporales de consecuencias y efectos nada desdeñables. Pero, atentos: «Se prohíbe la práctica de métodos, programas y terapias de aversión, conversión o contracondicionamiento, en cualquier forma, destinados a modificar la orientación o identidad sexual o la expresión de género de las personas, incluso si cuentan con el consentimiento de la persona interesada o de su representante legal» (artículo 17). No sólo la práctica, también la promoción, supone una infracción muy grave castigada con multa de hasta 150.000 euros (artículos 79 y 80). Ser libre es también poder querer modificar nuestras propias preferencias. De hecho, exactamente en eso se cifra la agencia moral. Pues no: prohibido querer libremente ser ayudado a rechazar una determinada inclinación. Salvo si es heterosexual, por supuesto, sobre la que sí cabe proyectar una sombra de sospecha, tanto por formar parte del patriarcado como por estar alienado por él. Pero da igual.
El mismo Gobierno progresista, feminista y resiliente que ha negociado su estabilidad con secesionistas que cumplían penas de prisión por atentar contra el orden constitucional; que ha modificado el Código Penal a gusto del consumidor-condenado por malversación al erario público y que se apoya en quienes programáticamente quieren destruir la Hacienda y el Patrimonio común con los que se sostiene «lo público» (y mientras lo logran desprecian día sí y día también a sus conciudadanos y sus símbolos), ese mismo Gobierno acusa de falta de patriotismo al presidente de una empresa que ha decidido trasladar a Países Bajos su sede social. Pero da igual.
Quodlibet. In Spain we call it «qué más da».
Tiene uno la sensación de que el principio de explosión, bajo cuyo sino nació esta coalición gubernamental, se ha activado definitivamente, pero también la certeza de que mientras la demolición acontece, ningún jockey para cabalgar entre las contradicciones y las ruinas como nuestro presidente del Gobierno.