El amor en los tiempos del Tinder
«Un 40% de las usuarias de esa red dice haber sido presionadas para mantener relaciones sexuales violentas que tienen mucho que ver con la pornografía»
No hay ningún tipo de duda de que las redes sociales han transformado las relaciones humanas ni tampoco de que tienen infinidad de aspectos positivos, pero, por otra parte, su mal uso está teniendo consecuencias terribles, especialmente entre los más jóvenes. Hay estudios que señalan que las redes sociales están destrozando la salud mental de los menores y relacionan su uso con el aumento de las depresiones y los suicidios, aunque cabría recordad que los niños no deberían tener acceso a los móviles. Y es que, además, con ellos en las manos, el acceso a la pornografía más violenta está a un golpe de click y tenemos a críos de nueve años consumiendo ese tipo de contenido. Resulta evidente que a esa edad, en la que hace poco más de un par de años que han dejado de creer en los Reyes Magos, no están preparados gestionar esas imágenes, lo que está creando estragos en las relaciones.
Abigail Shrier, en su libro Un daño irreversible, explica que el número de las relaciones sexuales ha bajado drásticamente entre los jóvenes porque los chicos pretenden poner en práctica lo que ven en los vídeos pornos y las chicas se niegan. Recordé este dato al leer los resultados de la encuesta realizada por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género en la que un 40% de las usuarias de Tinder asegura haberse sentido presionadas para mantener relaciones sexuales violentas que tienen mucho que ver con la pornografía y que un 27% sufrió ahogamientos o tortazos. Es muy grave que el 70% de esas mujeres afirmen haberse sentido presionadas para mantener relaciones sexuales y más grave todavía que el 22% digan haber sufrido una agresión sexual con violencia.
Vaya por delante que conocer a alguien por Tinder es tan válido como en cualquier otro lugar y que muchos tienen buenas experiencias. Y también es cierto que las violaciones aumentaron un 53% en 2022 y en Canarias, un 83,5%, por lo que se trata de un fenómeno complejo al que no podemos buscar un único culpable, pero no podemos obviar que para muchas personas estas aplicaciones son una forma de buscar sexo sin ningún otro tipo de implicación y eso lleva aparejado una serie de transformaciones sociales en las que se ha normalizado que las citas sean de usar y tirar, poco más que un receptáculo en el que desahogar el deseo sexual.
Aunque sea simplificar mucho, podemos decir que antes para tener sexo, había que tener primero amor, pero ahora muchas personas, especialmente las mujeres, intentan encontrar el amor a partir del sexo y esto suele ser bastante complicado, porque es mucho más fácil pasar del amor al sexo que del sexo al amor. Nos han vendido que la mujer empoderada es aquella hipersexualizada y dispuesta a tener sexo sin que medie nada más y es ahí donde creo que la mujer pierde porque, aunque no se puede generalizar, las relaciones esporádicas basadas solo en el sexo se suelen corresponder más con el deseo masculino que con el femenino. De hecho, hay infinidad de coaches y todo tipo de cursos y talleres para encontrar pareja estable y la inmensa mayoría de ellos están destinados a las mujeres.
«A esta frivolización del sexo, desligado de cualquier vínculo afectivo, hay que sumar el narcisismo que exacerban las redes»
He de decir nunca he sido usuaria ni de Tinder ni ninguna otra aplicación similar, así que mi opinión se basa en la escucha de personas que sí lo son y cuentan cosas como que se encuentran con hombres que quieren quedar tan solo el tiempo justo para tener sexo y el tremendo vacío que sienten cuando acceden a ello. O peor aún, tíos que les mandan una fotopolla antes de darles ni los buenos días o que les preguntan cómo les gustaría chupársela sin haber intercambiado apenas palabras. Claro que existe la posibilidad de bloquear a ese tipo de usuarios, pero creo que el impacto que estas interacciones tiene en las personas es bastante negativo y que el hecho de que sean tan frecuentes están degradando las relaciones interpersonales.
A esta evidente frivolización del sexo, totalmente desligado de cualquier tipo de vínculo afectivo, hay que sumar el narcisismo que exacerban las redes sociales y que lleva a compartir con asiduidad fotos y vídeos de actividades cotidianas, pero también de cuerpos prácticamente desnudos o en actitudes provocativas. Es en este contexto en el que se explica que delincuentes que se dedican a hacer algo tan repugnante como violaciones grupales las graben y las difundan. Hace poco saltó la noticia de la violación salvaje a una cría de años que fue pasando de móvil en móvil en centenar de ocasiones sin que nadie lo denunciara. Los violadores son adolescentes a los que no les ha pasado nada por ser inimputables y, de hecho, ni tan siquiera han sido expulsados del instituto que comparten con el hermano de la niña violada y están considerando que el que se vaya del centro sea él. Sin duda, habría que hacer cambios legislativos al respecto para evitar situaciones como esta y no sirve el socorrido «hay que dar educación sexual» en los colegios, porque ya me contará qué superpoderes tienen los profesores para revertir la situación con críos que llevan consumiendo porno desde los nueve años.
Tenemos un problema muy grave al que no se le está dando ninguna solución: en Cataluña, en cuestión de días, hemos conocido además de esa violación, la de una niña de 13 años por parte de un joven de 15 y la agresión sexual de cinco menores a dos compañeros. Y es que las violaciones perpetradas por menores se han multiplicado por cuatro en los últimos 12 años, por lo que a lo mejor el dinero gastado en hacer una campaña para decir que las mujeres con sobrepeso y las mayores de 60 años también disfrutan del sexo –algo que, por otra parte, ya imaginábamos-, estaría bien destinarlo a intentar atajar este problema. Y tampoco estaría de más que la ministra de Igualdad se preocupara un poco por estas criaturas porque ni un miserable tuit les ha dedicado.