La farsa interminable
«Sánchez supo transformar las aparentes réplicas en discursos inacabables que convertían el falso debate en un fastuoso acto de propaganda del Gobierno»
Los ingredientes del cóctel están ahí. Una moción de censura cuyo objeto formal debía ser la sustitución del Gobierno y que carecía de los más mínimos requisitos para cumplir esa función. Un partido mayoritario de la oposición que en principio debiera ser el protagonista de la iniciativa, y que sin embargo quedó totalmente marginado de la misma. Un partido minoritario de oposición que asume tal responsabilidad y que para no repetir fracaso, busca un sustituto a su líder para servir de mascarón de proa a la propuesta. Un veteranísimo político y economista que acepta el encargo, sin estar vinculado ni al pasado ni al presente del grupo decidido a asumir ese protagonista ocasional, poniendo en juego sus recursos intelectuales por encima de la edad, pero vacío de todo proyecto político, algo en sí ya, una farsa.
Y sobrevolando el panorama, un liderazgo político desde el Gobierno encabezado por Pedro Sánchez, dispuesto de antemano a aprovechar los recursos que le ofrece el reglamento, las intervenciones sin límite de tiempo, para reducir tanto la moción como las críticas expresadas por el «candidato» a plataforma de lanzamiento de las excelencias de su ejecutoria gubernamental. Y de paso no solo para pronunciar una descalificación de los promotores de la censura, sino ante todo de la oposición conservadora que nada tenía que ver con el procedimiento.
El resultado de esa cadena de esperpentos ha resultado brillante para el Gobierno presidido por Pedro Sánchez, que ha podido jugar a fondo con la disponibilidad de tiempo, tanto para él como para Yolanda Díaz. Supo transformar las aparentes réplicas en discursos inacabables que convertían el falso debate en un fastuoso acto de propaganda del Gobierno Sánchez-Díaz (eso sí, no Sánchez-Podemos). Lo de respetar el espíritu de la ley no entra en su mentalidad «progresista». Como ya se pudo apreciar en los debates con Feijóo del Senado, no existe concesión alguna al adversario, para cuyo aplastamiento no hay limitaciones de tiempo ni de contenido. Ni en realidad existe el menor respeto hacia quienes asisten al evento, que esperan un cruce de ideas y de críticas, cuando lo que de hecho se da es una sucesión de monólogos, donde el gubernamental dispone de todas las ventajas para imponerse. ¿Para qué contestar a críticas cuando uno es perfecto y toda objeción lleva una carga reaccionaria? Solución: las ignoro, suelto mi larguísimo discurso como quien no quiere la cosa, leo incluso lo que llevo escrito en las aparentes réplicas, y si el afectado protesta, ya le llamará la presidenta de la Cámara al orden. Así se vio sofocada la protesta de Tamames por «el tocho de 20 folios» que para responderle llevaba pre-escrito Pedro Sánchez.
«La cortesía parlamentaria es borrada; la astucia del poder triunfa»
La táctica puede parecer cuestionable, y lo es, pero funciona con el máximo de efectividad de cara a la galería y Pedro Sánchez (como imitándole hoy Yolanda Díaz) no van a renunciar a tal ventaja. Dime lo que quieras, que yo contaré lo que me da la gana y me interesa. La cortesía parlamentaria es borrada; la astucia del poder triunfa.
El despliegue triunfal de los discursos de Pedro Sánchez y de Yolanda Díaz ha contado además con la ayuda de un acontecimiento que huele a caricatura castiza del Watergate: la captación previa y la difusión ulterior del discurso que había de pronunciar Ramón Tamames. Tal vez la filtración fue producto de una indiscreción o de un descuido del viejo economista, pero el asunto no ha de ser olvidado, ya que de haberse producido, su inferioridad previa era aun más aparatosa, al contar el Gobierno con todos los medios para articular su estrategia de la respuesta obviando o punteando todo aquello que les fuese pertinente. No hay quien pierda una partida de cartas, conociendo cuales tiene el otro jugador. El discurso fue publicado el día 15 por elDiario.es, de línea próxima al Gobierno y el esclarecimiento de cómo fue «captado» contribuiría a conocer en qué democracia vivimos.
Por otra parte, el estilo de Tamames, con la cascada de minuciosas apreciaciones críticas, muy en el estilo del análisis de Estructura Económica -menos atento a la génesis de los problemas y a la integración de las soluciones desde la Política Económica- favoreció el tipo de respuesta, cuando la hubo, por elevación, siempre con estación de llegada en los aciertos del Gobierno. En esa línea, los toques sueltos de nacionalismo tradicional, sobre Gibraltar, América o Europa y Ucrania, no favorecían una eventual imagen de renovación. Pedro Sánchez fue aquí elegante al apuntar que no entendía lo dicho por Tamames sobre Ucrania.
«Yolanda Díaz fue mucho más dura, en una auténtica puesta de largo para Sumar»
A pesar de las reiteradas profesiones de fe respetuosas, Yolanda Díaz fue mucho más dura, incluso agresiva, en una auténtica puesta de largo para Sumar, su proyecto de liderazgo político. En los temas de su competencia, supo ser pasional y convincente en datos y juicios; no sucedió así al tratar de elevarse y llegar a ser la más ferviente cantora de los grandes éxitos del Gobierno con su jefe Pedro Sánchez en primer plano. Sesgo demagógico, que se extendió a los elogios a sus compañeras/os de gobierno, con el aire penoso de las dedicatorias a esta y aquel en los antiguos programas de canciones dedicadas (y en las galas de los Goyas).
Cabe reseñar que el economista acertó al iniciar su discurso en una línea en los antípodas de Vox, evocando su intervención en el movimiento estudiantil de 1956 que abrió una política de reconciliación nacional en cuyo regreso debió haber insistido al final. Claro que también acertadamente hizo notar entonces que el formato de los debates no podía seguir siendo el mismo que el sufrido por él, si el carácter democrático había de prevalecer. Más de seis horas de palabras, a partir de una intención política desnortada y sometidas en su desarrollo y en su contenido fundamental a la conveniencia del poder, resultan algo muy grave: una degradación de la vida democrática.