THE OBJECTIVE
Daniel Capó

La prueba de un fracaso

«Las culturas encerradas en sí mismas, que no conocen la derrota y por tanto no anhelan más Verdad, son culturas condenadas al fracaso definitivo de la mentira»

Opinión
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La prueba de un fracaso

Ilustración de Erich Gordon.

La escritura es la prueba de un fracaso, sostiene Diego S. Garrocho uniendo la vida a la palabra, en su último libro de ensayos, titulado El último verano (Ed. Debate, 2023). Aseguraba el historiador inglés Owen Chadwick, refiriéndose a John Henry Newman, que ningún hombre está formado de una sola pieza y se diría que, en efecto, son las cicatrices –y la nobleza con que afrontamos nuestros fracasos– lo que nos define. Para un Walter Benjamin imbuido de misticismo, la luz del Mesías –que es como hablar de la luz de la redención– penetra en la Historia a través de sus grietas y valiéndose de nuestras derrotas. También Garrocho aborda este peculiar misterio en uno de los textos del libro (La virtud como estrategia), donde distingue dos caminos: «Uno está poblado de asesores, publicitarios y peritos demoscópicos. En él se susurran consejos, se diseñan mensajes y se urden planes maestros. La vanidad, en estas ocasiones, hace las veces de desleal prestamista. Es el camino de los expertos que creen haber entendido a Maquiavelo y que acarician fichas de ajedrez en el bolsillo de la chaqueta […]. Pero existe otra vía, que es también antigua y con toda seguridad más noble. Esta otra alternativa es el camino de la convicción, la virtud y los principios. Apuntala sus propuestas sobre valores robustos y entiende que la política, al igual que casi todo lo que importa, parte, desde el origen, de un compromiso con lo valioso. Guarda la palabra y protege la lealtad que un día nos dimos, porque siempre hay algo en lo que creer».

«Fue Joseph Ratzinger quien habló del encuentro providencial entre Jerusalén y Atenas»

Confiar en la virtud es un tema central en El último verano, como lo fue mucho antes en Petrarca («No es la fortuna la que nos hace libres, sino la virtud») y en tantos otros clásicos. Esta confianza no asegura la victoria y quizás ni siquiera la busque, sino más bien tratar con el respeto merecido la condición humana –que es la propia y la que compartimos– a fin también de conocerla, es decir, de conocernos mejor. Garrocho sabe que la escritura verdadera no anhela decir la última palabra; no busca agotar el misterio de la realidad, sino iluminarlo, acercarse al abismo para mirar y creer. Porque nada se construye únicamente con la duda ni se edifica sólo sobre la roca, ajeno al tiempo y a sus servidumbres. Al contrario, las dos muertes centrales que prefiguran la historia de Occidente –la de Sócrates y la de Jesús– nos hablan de un fracaso que, sin embargo, resplandece, se proyecta y crea un universo nuevo. Fue Joseph Ratzinger quien habló del encuentro providencial entre Jerusalén y Atenas gracias a una traducción de la Biblia conocida como la Septuaginta; pero quizás deberíamos referirnos también a ese otro encuentro providencial que se dio entre Sócrates y Jesús en el platonismo cristiano de san Agustín. Las culturas encerradas en sí mismas, que carecen de heridas y lágrimas, que no conocen la derrota y por tanto no anhelan más Verdad, son culturas condenadas al fracaso definitivo de la mentira. Y entonces, como nos recuerda Garrocho, «que lo pierdas todo, absolutamente todo, será cuestión de tiempo». 

Y esto es algo que sólo nos enseña la memoria, previniéndonos de la ingenuidad adanista de pensar –y creer– que el mundo empieza con nosotros y que nuestros trucos de mal pagador van a tener éxito. La memoria, por el contrario, cultiva en nosotros una humildad capaz de distinguir el fracaso que nos libra y enaltece del fracaso que nos condena. Se diría que, como animales lingüísticos que somos, amar la palabra nos justifica y nos eleva a pesar de nuestras caídas. Precisamente porque sabemos que la palabra verdadera no desaparece tras ser pronunciada, sino que pesa, nos interroga y nos busca para recordarnos que el hombre es un ser capaz de cumplir con ella, incluso contra toda esperanza. Más bien, contra toda esperanza.

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