Traducciones y contaminación lingüística
«El riesgo de extinción justifica el permanente estado de excepción cultural de los nacionalistas: los derechos civiles son secundarios cuando está en juego la tribu»
La escritora catalana Júlia Bacardit ha decidido prohibir, por contrato, la traducción de sus diarios al castellano. Un amigo se preguntaba si era una decisión ideológica o una estrategia de marketing. Diría que ideológica en todo caso: nadie acepta participar en una campaña que lo retrata políticamente si no se siente a gusto en el retrato. La autora explica su decisión en una entrevista en elnacional.cat, donde alega que no quiere «contribuir a la bilingüización de la literatura catalana» (parece que el medio no ha respetado sus designios: la entrevista puede leerse en castellano con un simple clic). A Bacardit, de cuyo anterior libro vendió más ejemplares de la traducción castellana que del original, le honra el sacrificio, y lo digo sin asomo de ironía: está dispuesta a perder lectores e ingresos por la causa.
Pero de este caso me interesa todo lo que no es anécdota. La decisión de Bacardit es lógica, como es lógica -y valiente- la decisión del terrorista suicida. Su decisión revela menos sobre ella que sobre el ecosistema constituido por el nacionalismo. Justifica la prohibición de la traducción al castellano por encontrarnos en un momento de «retroceso clarísimo del catalán» y considera que la publicación en ambas lenguas contribuiría a su desaparición. Estas palabras permiten acariciar un relieve poco frecuentado pero esencial de la episteme nacionalista: el miedo a la extinción. La historia enseña a quien quiera aprender: no existe estrategia política más antigua ni más eficaz que convencer a un colectivo de que su identidad racial, religiosa o lingüística puede desaparecer. Es el riesgo de extinción lo que justifica el permanente estado de excepción cultural que imponen los nacionalistas allí donde gobiernan: los derechos civiles son secundarios cuando está en juego la supervivencia de la tribu.
El ecosistema nacionalista vive de sus amenazas, y la lengua castellana es el elemento más tóxico del ambiente. El dato de que es la lengua más hablada entre los catalanes solo confirma el nivel rojo de contaminación lingüística, ¿recuerdan lo que decía Pujol sobre echar cucharadas de sal en un vaso de agua? El nacionalismo es temor al mestizaje. Pero quien habla de mestizaje asume la existencia de dos razas. Y esta es otra peculiaridad del ecosistema que Bacardit también subraya cuando, para referirse a la amable vecina que le da de merendar cuando se olvida las llaves dentro de casa, dice: «Es la abuela charnega que nunca tuve».