La experiencia chilena
«Boric merece el respaldo de la sociedad chilena y el apoyo de la comunidad internacional, incluido el del Gobierno y los partidos políticos españoles»
Se conoció como «la experiencia chilena» el intento en ese país a comienzos de los años setenta de instaurar un sistema socialista a través de las elecciones y el respeto a la democracia. El proyecto fracasado culminó con un golpe de estado que instauró una dictadura militar y provocó un baño de sangre. Precisamente cuando se cumple medio siglo del asalto al Palacio de la Moneda, Chile está otra vez inmerso en un proceso de reformas dirigido por una nueva coalición de izquierdas que ha abierto expectativas e incertidumbre sobre el resultado final.
El paralelismo es inevitable. Igual que hace 50 años, la izquierda chilena buscó una alternativa pacífica a la vía armada que sus correligionarios habían escogido de forma mayoritaria en la región, también ahora ese país intenta diferenciarse del camino populista y radical por el que otras fuerzas izquierdistas han apostado en América Latina. Es posible, sin embargo, que a eso se limite el parecido entre ambos episodios.
Este nuevo experimento de la izquierda chilena está dirigido por un presidente lúcido y pragmático, Gabriel Boric, que ha sabido entender que, pese a las ambiciones desmedidas del comienzo de su mandato, su obligación es gobernar para el conjunto de un país que hace dos años otorgó más de un 44% de sus votos a un candidato de la extrema derecha.
Boric ha sido capaz hasta ahora de sortear las presiones de una coalición inestable de fuerzas izquierdistas nacida de las manifestaciones violentas de 2019 y 2020 -lo que se conoce en Chile como «El Estallido»- para encauzar su Gobierno hacia una política más realista que genere un mayor consenso e intente abordar de forma más eficaz los problemas económicos y sociales de ese país.
«Boric entendió el claro rechazo a esas propuestas como una evidente reclamación de prudencia por parte de los ciudadanos y comenzó a actuar en consecuencia»
La señal de alarma sobre el peligroso rumbo que el Gobierno había tomado en un comienzo fue el contundente rechazo -un 62% de los chilenos- del proyecto de Constitución que, con los auspicios y la redacción de la amalgama izquierdista en el poder, fue presentado en 2022 a la población.
Esa Constitución recogía el espíritu revolucionario del Estallido e incluía aspiraciones maximalistas como la denominación del país como una república paritaria y ecológica, la adopción de la plurinacionalidad como reconocimiento de los pueblos indígenas, la creación de un nuevo sistema judicial sobre la base de diferente tratamiento legal en función de las condiciones étnicas, la reconstrucción del sistema político bicameral y la rectificación del modelo económico con la imposición de derechos sociales preceptivos.
Boric entendió el claro rechazo a esas propuestas como una evidente reclamación de prudencia por parte de los ciudadanos y comenzó a actuar en consecuencia. Puso en marcha un nuevo proceso constitucional de forma pluralista y objetivos sensatos. Remodeló su Gobierno para reforzar la línea moderada. Incorporó a políticos veteranos y bien formados a un Gabinete que dejó de ser propiedad de los millennials para superar la edad promedio de 52 años. Dio máxima autoridad entre sus colaboradores al ministro de Hacienda, Mario Marcel, un socialdemócrata tradicional que da tranquilidad a las empresas y garantiza ponderación en la toma de decisiones. Otros socialdemócratas se incorporaron a los puestos claves del Gabinete.
No se puede desestimar aún el riesgo de una marcha atrás impuesto por los elementos más radicales de la coalición, de la que forma parte el Partido Comunista. A los ojos de muchos chilenos, Boric, de 37 años, sigue siendo un adolescente caprichoso que disfruta exhibiendo sus tatuajes, desdeñando la corbata y desplazándose en bicicleta a La Moneda. Pero, incluso quienes critican su acción de gobierno, elogian su talante y le desean suerte en lo que le resta de mandato.
De alguna manera, Boric ya ha conseguido que esta nueva experiencia de la izquierda chilena no resulte traumática ni condene al país a la división y el enfrentamiento. Sólo por eso ya merece el éxito final de su gestión, que serviría para demostrar a otros políticos de izquierda en América Latina y a sus patrocinadores iniciales en España que sólo desde la moderación y el consenso se pueden obtener resultados beneficiosos para el conjunto de la nación.
Merece Boric el respaldo de la sociedad chilena y las fuerzas económicas del país, así como el apoyo de la comunidad internacional, incluido el del Gobierno y los partidos políticos españoles, que tienen en Chile una gran oportunidad de recuperar la influencia y el protagonismo que se reclaman en la región. Ojalá que ese apoyo sirva para sustituir el pernicioso influjo que hasta ahora ha ejercido Podemos sobre la nueva izquierda chilena.
Boric merece el éxito, finalmente, como contención de las alternativas de derechas que se van perfilando, casi todas ellas con aroma populista y extremista. Un obstáculo imprevisto y gigantesco para lograrlo es el alarmante incremento de la criminalidad, combinado con el desordenado aumento de la inmigración irregular. Si el Gobierno se deja llevar por la vieja retórica izquierdista sobre la represión policial y no es capaz de trasladar al campo de la seguridad ciudadana el pragmatismo que ha demostrado en otros ámbitos, todas las ilusiones que Boric despertó se desvanecerán pronto entre furiosas exigencias de orden.