THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Las diez palabras más irritantes del castellano

«Lo que me seduce en el habla de una persona no es el uso correcto de la lengua, sino una percepción de autenticidad en el uso del vocabulario que escoge»

Opinión
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Las diez palabras más irritantes del castellano

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Empiezo por decir que si hay algo que me resulte verdaderamente irritante es otro titular más en forma de lista. Aunque podría haberlo hecho más abominable solo con añadirle un paréntesis para rematarlo, por ejemplo: las diez palabras más irritantes del castellano (y no son las que te imaginas). O mejor todavía: las diez palabras más irritantes del castellano (y una en catalán), que la mera referencia a Cataluña suele irritar ya a muchos lectores –y no digamos ya si uno escribe Catalunya. Dime qué te irrita y te diré quién eres. 

Llevo tiempo fantaseando con la idea de hacer un glosario de palabras, expresiones y frases hechas que provocan actitudes agresivas hacia el que las profiere y bruxismo en el que las escucha. En mi caso son multitud, sufro absurdamente con el lenguaje, me lleva a experimentar odios repentinos y profundos hacia algunas personas inocentes, e incluso virtuosas, y a enamorarme perdidamente de gente malvada. Lo que me seduce en el habla de una persona no es el uso supuestamente correcto de la lengua (por así decirlo, la corrección de Lázaro Carreter y la dicción de un vallisoletano), sino más bien una percepción de autenticidad en el uso del vocabulario y las frases que uno escoge. 

El impulso de escribir este artículo, que otros han escrito mil veces antes, nace del horror inconsolable que me causó el otro día una persona que me resulta simpática cuando me propuso al salir de una oficina que nos fuéramos de tardeo. Tardeo, sí, eso dijo. Sabía de la existencia de esta palabra por algún anuncio en internet –como cuarentón y padre de familia numerosa debo ser target del plan de tardeo– pero jamás pensé que la escucharía en boca de nadie, yo creía que había conseguido habitar en una burbuja lingüística que me protegía de semejantes neologismos, donde la gente al salir del trabajo te proponía tomar una caña, un pote, un buchito, un chato, un copazo, un trago, un porro, lo que sea, pero nunca la indignidad del vámonos de tardeo. Me fui a mi casa tras inventar una falsa excusa, no sea que alguien pudiera acusarme de haber estado de tardeo.

Hay un tipo de palabras que me generan un incontrolable sentimiento de desprecio hacia quienes las utilizan, sentimiento que tengo que esforzarme educadamente por disimular hasta que se me pasa, fingiendo un interés por lo que me cuentan pese a que en realidad haya desconectado de mi interlocutor y todo lo que me diga esté cayendo en el vertedero mental al que uno arroja cualquier discurso que haya prejuzgado como sandez. Enumero alguna de estas palabras, que probablemente hablan más de mis prejuicios y de mi soberbia que de la persona que las profiera: 

Etiquetas políticas: neoliberal / rojo / progre / facha / feminazi

Estas son las típicas palabras que se utilizan para identificar el irredimible pecado original del que emana una opinión que no gusta. En cuanto una persona las utiliza para calificar cualquier idea, política o propuesta, ya no necesita discutirla ni desmenuzarla más. No hace falta entrar en el fondo de la materia en cuanto se identifica de dónde sale: esta escritora denuncia tal cosa porque es feminazi, este economista propone esta solución a este problema porque es neoliberal. La que más me irrita de todas estas etiquetas es sin duda la de neoliberal, pues todo el mundo entiende perfectamente a qué se refiere cuando dice de algo o de alguien que es rojo, progre, feminazi o facha, pero generalmente el que usa lo de neoliberal no sabe explicar qué quiere decir. A mí siempre me dan ganas (alguna vez lo he hecho), de hacerme el tonto y preguntar inocentemente cuál es la diferencia entre neoliberal, ultraliberal y liberal. Les animo a hacer la prueba la próxima vez que oigan a alguien decir neoliberal y verán antes ustedes a un ser balbuciente. 

Patriarcado

Con su variable heteropatriarcado, estas son palabras que me irritan y me hacen dudar, con razón o sin ella, de toda la retahíla que venga detrás de ellas. No digo yo que no existan las actitudes heteropatriarcales, pero el uso excesivo de esta palabra para ofrecer con absoluta impunidad explicaciones simplistas sobre cualquier acción, reacción o declaración de un hombre o de una sociedad me hartan. En cuanto alguien pone esta palabra encima de la mesa para zanjar una cuestión, ay del que ose ofrecer razones alternativas. Se dice así de alguien o de algo que es patriarcal con la misma certeza con la que se empleaba el calificativo de comunista en tiempos pasados (quizás no tan pasados cuando uno recuerda eslóganes como «comunismo o libertad»).

En todo caso, uno se tiene que poner a sí mismo bajo sospecha cuando siente que una palabra le irrita, como es el caso del vocabulario que en los últimos tiempos ha popularizado el feminismo o los colectivos LGTBIQ+, como el todes y el nosotres que tanta burla suscitan. No hay que olvidar esa máxima de Wittgenstein, «los límites del lenguaje son los límites de mi mundo», y quien no está dispuesto a ampliar su lenguaje tampoco lo está a ampliar su mundo.

Cuando empecé con este artículo pedí a los diferentes grupos de WhatsApp en que me encuentro disperso que me dijeran qué palabras les irritaban. Comprobé que mis amigos más conservadores o aquellos de más edad, eran capaces de nombrar muchas más palabras que les irritaban que los más jóvenes o los que se consideraban más progresistas. No me atrevo a sacar conclusiones porque para hacer un estudio en condiciones se necesita algo más de rigor a la hora de definir los grupos y es preciso un mayor número de encuestados, pero intuyo que el que quiere conservar su mundo y no moverse de él, siente mayor rechazo hacia palabras que plantean una visión diferente. Es importante entender qué es lo que nos irrita de las palabras que nos irritan.

Storytelling

La política no es la única promotora de palabras irritantes, hay que decir que la publicidad y el marketing son fuentes inagotables de términos –a menudo anglicismos– que tardan muy poco en hacerse insoportables. Uno que me hace sangrar los oídos, y ya tiene años, es storytelling. Jamás me he pegado con nadie, no tengo la pulsión de la ira, pero si alguna vez llego a las manos, sospecho que pudiera ser como consecuencia de escuchar a alguien decir que hay que trabajar el storytelling de un producto. Sobre todo si además de storytelling dice también palabras como serendipia (eso que antes se llamaba chiripa), resiliencia, empoderamiento, holístico o tres-sesenta. Porque lo cierto es que quien es capaz de decir storytelling ha perdido ya el pudor al uso indiscriminado de palabras como serendipia, resiliencia o cualquier otro término de esta jerga. Cuando escucho cualquiera de las palabras mencionadas en boca de alguien, en mi mente inicio secretamente un juego de apuestas, mi predicción es que utilizará inminentemente cualquiera de las otras, y en cuanto esto se produce es cuando empiezo a tener fantasías violentas, que incrementan en sadismo cuantas más palabras sea capaz de predecir.

El prefijo neuro

Sospecho que el abuso inmisericorde de este pegote también viene, principalmente, del mundo del marketing. Así tenemos neuromarketing, neuroeducación, etc… Se usa el neuroprefijo, supongo, para aclarar que ya no estamos hablando de educación o de marketing convencional, sino de marketing y educación dirigida a seres con neuronas y hecho por personas conscientes de ello. Qué le voy a hacer, me irrita. También me empieza a parpadear el piloto del bullshit cuando un lego en la materia me empieza a hablar de neurotransmisores, es decir, de dopamina, oxitocina o de endorfina, para explicar de un plumazo el amor, la alegría de vivir o cualquier otro misterio del corazón humano. En este campo semántico podemos incluir esa palabra-comodín que proporciona la explicación de cualquier reacción fisiológica, desde el cáncer a la alopecia: somatizar. 

Frases hechas

Mientras que las palabras irritantes ofrecen un simulacro de opinión informada y facilitan las explicaciones sencillas a cosas complejas, las frases hechas irritantes proporcionan maneras complacientes de pensar y de ver el mundo, y por tanto son más corrosivas en su capacidad de irritar.

zona-de-confort 

Por favor, piedad. Ya basta con esto. Esta frase se ha convertido en una verdadera plaga del lenguaje. Quien la usa reduce su experiencia del mundo a un esquema binario, a saber, dos simples parcelas: una en la cual está repanchingado con una mantita y comiendo churros con chocolate, y otra donde suda, pasa frío y sirven acelgas. No, oiga, el conjunto de la experiencia vital es más complejo, haga usted un esfuerzo en representarse el universo de otra manera.

te-lo-digo-desde-el-cariño 

Con la variante te-lo-digo-como-amigo, es la manera babosa de darte en los morros con algo y encima pretender que creas que te están haciendo un favor. Los comentarios duros, si de verdad son desde el cariño, que nos ahorren la cursilería: así se hacen un poco menos duros. 

yo-soy-así

Échate a correr cuando alguien empieza con el yo-soy-así. Suele ser la excusa que uno da para justificar conductas del todo irritantes, excesos de sinceridad innecesaria, uso de palabras groseras, borracheras molestas y ruidosas. Yo-soy-así-de-imbécil completo en mi mente cuando oigo a alguien usar esta frase.

sobre-gustos-no-hay-nada-escrito 

Vaya por delante que el exceso de gusto por el buen gusto, y la gente que se pasa el día definiendo lo que es la elegancia me resultan bastante irritantes. Hay un componente snob y muy de clase en el alarde del buen gusto y en poner demasiada atención en definir lo que lo constituye, en enarbolar la bandera del traje de baño frente al horror del bañador y demás batallitas de mucha pereza. Pero decir que no hay nada escrito sobre gustos es sobre todo una manifestación de ignorancia que termina por justificar siempre los más abyectos crímenes estéticos. 

Descanse-en-paz

Las frases hechas que la gente aplica a la muerte suelen irritarme. Las perdono pronto porque es muy difícil decir algo inteligente frente a la muerte, para el que no tiene la capacidad de Jorge Manrique o Miguel Hernández, quizás lo mejor que se puede hacer es dar un abrazo en silencio. Me resulta deprimente pensar que lo que se le desea a un muerto es la paz del descanso, yo les suelo desear un poco de vidilla en otro mundo. Me irrita mucho más lo de que-la-tierra-te-sea-leve, que me parece un deseo muy poco ambicioso en trance tan grande y una cursilada insoportable, además de que la tierra a un muerto no le es nada, ni leve ni pesada. Pero si hay una frase aplicada al muerto (a alguien que acaban de despedir) que odio es la de nadie-es-imprescindible. Qué triste aquel que no es imprescindible para nadie y que impertinente aquel que lo proclama.

Otras frases

Y luego por supuesto estarían todas esas frases que nos ha legado la nueva política, cuya mayor aportación quizás ha sido su enorme capacidad para generar lenguaje irritante y polarizador: todas-y-todos (mucho mejor solución todes), chamanes-climáticos, los-de-arriba, la-España-que-madruga, el-conjunto-de-la-ciudadanía… Podría seguir con esto, pero estoy a dos horas del cierre y me doy cuenta de que esta veta da para un tratado. Les animo a usar los comentarios para seguir con este glosario. 

Para cerrar el artículo, podría escribir una de las cosas que más me irrita, tengan un feliz día. Qué manía con desear en los telediarios feliz noche, feliz tarde o feliz fin de semana. Yo quiero que me desean que tenga un día excitante, inquietante, diferente, esclarecedor, revelador o purgador. Hay que dejar de desear esa la felicidad a cada hora del día, como si la vida requiriera anestesia.  

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