Madres que caen, padres que matan
«La genitalización sobre la que se basa la Ley de Violencia de Género consagra la criminalización colectiva del varón y la victimización colectiva de la mujer»
Leo un titular: «Una madre cae desde un quinto piso en Avilés con su hija de cinco años en brazos». A la vista del tenor literal del texto, uno no puede más que empatizar con esa madre que cayó por la ventana como lo hizo la manzana sobre la cabeza de Newton: con total ausencia de voluntariedad, por aplicación de la ley de la gravitación universal. Una madre luchando contra la inevitabilidad de las leyes de la física. Me van a perdonar el tono socarrón ante la brutalidad de lo acontecido, pero la ironía sirve a menudo como refugio para enfrentar la dura realidad.
Sigo leyendo titulares: «Una mujer de 40 años, víctima de violencia de género, se precipita con su hija de cuatro desde un quinto piso en Avilés». La entradilla tras este incalificable compendio de palabras encadenadas reza lo siguiente: «La justicia acababa de archivar sus denuncias y devolvía el régimen de visitas al padre de la menor».
El mismo medio continúa la anterior noticia con esta otra: «¡Mamá, no me tires!». En el texto, explica el periodista que «la menor que se precipitó con su madre desde un quinto piso en Avilés suplicó que no la arrojara por la ventana». También, que «la mujer y su hija se precipitaron y cayeron sobre uno de los vehículos estacionados bajo su casa».
No sé ni por dónde empezar, qué quieren que les diga. Podría hacerlo con las hijas «precipitadas» por sus madres desde las alturas. O con el hecho de que se confiera la condición de víctima de un delito a una persona cuyas denuncias han sido archivadas. Pero creo que merece especial atención el pavoroso -y clamoroso- intento de justificar discursivamente determinados delitos aberrantes si quien los comete es una mujer.
Lo cierto y verdad es que vivimos en un país en el que los verbos que se utilizan para narrar determinados sucesos luctuosos, así como las condenas políticas que les siguen, dependen de los genitales del autor. Y por si no me creen a mí, les traigo este otro titular: «Un padre mata a su bebé al tirarse con ella por una ventana del hospital de La Paz».
«El tratamiento tanto mediático como político es radicalmente distinto cuando el presunto culpable es un varón»
Ya ven que, a pesar de las similitudes del caso, el tratamiento tanto mediático como político es radicalmente distinto cuando el presunto culpable es un varón: las mujeres caen y se precipitan con sus hijos, los hombres los matan. Lo de ellas es un suicidio ampliado, que debe abordarse desde el respeto, la empatía, la complejidad y la multicausalidad. Cuestión distinta es lo de ellos, puesto que los motivos se presumen y la causa no se cuestiona: el machismo inherente al sistema patriarcal, que genera violencia contra la mujer, bien sea directamente o de forma vicaria, esto es, a través de sus hijos o incluso de su mascota.
Porque a lo mejor no lo saben todavía, pero esto de la violencia vicaria no se aplica de manera transversal para ambos sexos: se trata de una forma de violencia de género, lo que determina que la víctima sea -y sólo pueda ser- mujer. Es más, el diagnóstico del síndrome de alienación parental, que sería la figura equivalente para explicar la manipulación o uso de los hijos por uno de los progenitores -sea madre o padre- para hacer daño al otro, ha sido prohibido por la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia.
En efecto, la instrumentalización de los menores para hacer daño a la pareja o expareja también ha sido desnaturalizada por este derecho penal de autor sexualizado que asola nuestro ordenamiento jurídico y envenena nuestra cotidianeidad. La genitalización sobre la que se construye la Ley de Violencia de Género ha trascendido a la sociedad de la peor forma posible: consagrando la criminalización colectiva del varón y la victimización colectiva de la mujer. Nuestra entrepierna pesa más jurídica y socialmente que nuestros actos.
Hay que reconocerles el mérito a quienes, desde las facultades de politología y fundaciones simpatizantes del peronismo y del chavismo, apostaron por la politización del dolor para conseguir uno de sus más preciados objetivos: monopolizar el debate público e imponer una visión sesgada de la realidad que quiebre nuestra convivencia. Sus elementos discursivos se han instalado con gran éxito en el imaginario mediático y sus artefactos jurídicos han echado raíces en nuestra legislación. Sólo cabe asumirlo desde la desazón y la perplejidad.