¿Crucifixión? Sí, por favor
«El éxito electoral de Sumar va a depender exclusivamente de que Pablo Iglesias consienta en ser crucificado públicamente»

Yolanda Díaz. | Guillermo Gutiérrez Carrascal (Europa Press)
He de confesarles que me hace muy poca gracia el cine con el que las televisiones nos torturan durante la Semana Santa. Me refiero a esos peplum píos en los que con gran despliegue de cartón piedra se glosaba la vida y andanzas de Jesús de Nazaret aderezadas por narrativas auxiliares llenas de pérfidos romanos, venenosos judíos y valerosos cristianos siempre a punto de ser devorados por causa de su inquebrantable fe por unos leones muy poco sensibles a la finezza teológica.
Hay una excepción, claro. Me refiero a La Vida de Brian, una peli producida, guionizada y protagonizada por los inmortales Monty Python en el año 1979, una obra maestra que de forma tan genial como irreverente utilizaba la vida a un tal Brian, un israelita que nació el mismo día que el hijo de Dios, para reírse de todos los fanatismos habidos y por haber, especialmente, claro, los religiosos.
Si la han visto -y si no lo han hecho, no sé a qué esperan- recordarán una escena en la que un soldado romano va preguntando a los condenados a muerte con la displicente amabilidad de un lord de la época victoriana:
-¿Crucifixión?
– Sí
– Bien, salga por la puerta, alinéese a la izquierda, una cruz por persona.
Una escena que se parece bastante a lo que está pasando a la izquierda extramuros del PSOE con el nacimiento del vaporoso movimiento encabezado por Yolanda Díaz, a la que puedo imaginar perfectamente transmutada en el obsequio funcionario imperial de la película y tratando de convencer a Pablo Iglesias para que escoja cruz para su martirio, crucifixión y muerte política.
«Una operación de aplastamiento político bien pensada y mejor ejecutada con un solo objetivo, lograr que Iglesias abandone toda esperanza»
Y es que por muchas sonrisas y diminutivos monísimos que se le pongan a la cosa, el éxito electoral de Sumar va a depender exclusivamente de que Pablo Iglesias consienta en ser crucificado públicamente mientras nombra dócilmente a Yolanda Díaz, su ejecutora, heredera universal de todos sus bienes pasados, presentes y futuros, especialmente de su legitimidad política y social.
Esa es la explicación del sorprendente consenso mediático al que estamos asistiendo en torno a la figura de Yolanda Díaz, una operación de aplastamiento político bien pensada y mejor ejecutada con un solo objetivo, lograr que Iglesias abandone toda esperanza y, como los condenados de La Vida de Brian, salga por la puerta, se alinee a la izquierda y tome su cruz camino del gólgota dejando toda Judea a la nueva gobernadora investida por Roma.
Una operación que, a pesar de su excelente factura y de la potencia de sus patrocinadores, depende de dos factores difícilmente manejables. El primero, que no me da a mí que Pablo Iglesias sea de esos políticos que hincan la rodilla cuando se ven rodeados por el enemigo entregando la bandera a sus rivales sin presentar batalla. Y la segunda, que a lo mejor, solo a lo mejor, el cálculo político de Iglesias ya no pasa por ser el palafrenero de un nuevo gobierno de Sánchez, sino por rentabilizar los escaños que consiga en las próximas elecciones y el entramado mediático que está construyendo constituyéndose en un nuevo polo de poder alternativo y con ambición de hegemonía en la izquierda.
Algo que a pesar de que hoy pueda parecer muy lejano, va a depender fundamentalmente del resultado de las dos próximas citas electorales, un resultado que, por cierto y a pesar de los océanos de tinta rosa dedicados a loar la figura de Díaz, aún no está escrito.