THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Nuestra democracia acelerada

«Los gobiernos actuales simplemente administran el presente y no tienen ideas de futuro. Se dedican a apagar fuegos, a intentar resolver una crisis tras otra»

Opinión
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Nuestra democracia acelerada

Pixabay.

La política es hoy una mezcla de propaganda e histeria mediática, polarización identitaria y procedimientos institucionales solemnes y a menudo anticuados. El resultado es un cóctel extrañísimo entre antigüedad y modernidad, o entre modernidad y posmodernidad. Hemos heredado instituciones democráticas de hace siglos que exigen unos tiempos que no se corresponden con nuestro aceleradísimo mundo actual. El resultado es regímenes que o bien son ineficientes, porque son incapaces de adaptarse a fenómenos que se les escapan de las manos, o bien antidemocráticos, porque la deliberación y la participación ralentizan el proceso de adaptación a la realidad.

Los gobiernos actuales simplemente administran el presente y no tienen ideas de futuro. Se dedican a apagar fuegos, a intentar resolver una crisis tras otra. Su rol no es proactivo sino reactivo. Promueven un estado de excepción constante, a veces a través de la idea de la «emergencia moral» (se construye una «injusticia» que es muy urgente enmendar) y otras a través de la necesidad técnica (una decisión trascendental y compleja no puede ralentizarse con un proceso de deliberación). Como explica el politólogo polaco Jan Zielonka en su excelente The Lost Future (Yale University Press, 2023), «la política se acaba pareciendo a un estado permanente de emergencia en el que el Ejecutivo toma decisiones con prisa sin contar con el público y sin que exista tiempo para la reflexión. La rama ejecutiva gana poder y se autojustifica alegando que está resolviendo crisis constantemente, y los contrapesos de los parlamentos y los tribunales son solo obstáculos frente a la recuperación».

«El político simplemente reacciona a los acontecimientos, su capacidad de moldearlos es cada vez menor»

El político, por su parte, simplemente reacciona a los acontecimientos, su capacidad de moldearlos es cada vez menor. Por eso se centra en la proyección de su marca personal. Es un emprendedor político. Sus competidores no son tanto otros políticos sino otros personajes del mundo del entretenimiento. El objetivo es no desaparecer del debate, no perder la atención del ciudadano-espectador.

En este escenario, la desconfianza ciudadana aumenta. Más de un 60% de los ciudadanos europeos dice no fiarse de su parlamento nacional o su gobierno. Con esa desconfianza, cualquier plan de futuro es imposible. Los ciudadanos no creen que los gobiernos puedan hacer frente a retos de futuro que vayan más allá de los ciclos electorales; creen que sus intereses son cortoplacistas y electoralistas. A veces los políticos se defienden de estas acusaciones diciendo que solo están representando los intereses de los ciudadanos, que son muy egoístas. Pero a menudo no es egoísmo, es autoprotección y supervivencia. Si el horizonte del político son las próximas elecciones, el del ciudadano es, comprensiblemente, las próximas vacaciones. Es una combinación explosiva para el futuro.

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