Esa oscura claridad catalana
«La ‘ley de claridad’ canadiense que esgrimen ahora los republicanos es una nueva trampa dialéctica tejida por todos aquellos que activaron un golpe de Estado»
En Cataluña parece que hay quien se siente muy cómodo emulando a una especie de Sísifo posmoderno. Imagino que ese subir y bajar la piedra en la montaña les creará cierto placer existencial, pero, sobre todo, algún rédito mucho más prosaico. Máxime cuando los que empujan la roca son los que, inocentemente, se han creído que hay algo más que un precipicio más allá de la cima, pero no, nada de paraísos áureos, ningún vergel, detrás de la montaña no hay Olimpo, solo el inframundo de la xenofobia, la sospecha permanente, la exclusión.
Este ir y venir, este estado de tensión permanente que los catalanes vienen sufriendo desde el prusés ha mutado en un estado de profunda enfermedad social, de división y polarización política. Cataluña es una sociedad enferma con síntomas de autoritarismo que se pueden ver en aquellos episodios que logran romper el cinturón sanitario mediático impuesto por la Generalitat. Imagino que sabrán el reciente caso de la persecución de la enfermera que osó criticar las políticas lingüísticas del Govern. Es un ejemplo de libro del statu quo catalán, de lo que ocurre cuando uno bucea muy pocos centímetros debajo de esa pax catalana de la que tanto presume el Gobierno Sánchez. Las opciones son: o callas o mueres civilmente.
«La policía de la moral separatista no acepta la diferencia»
No quiero detenerme en el caso que acabo de describir, pero imagínense ser linchado en los medios de comunicación públicos y privados, en las redes sociales (con las correspondientes amenazas físicas). Y, como en los regímenes totalitarios, siendo sometido a un interrogatorio por parte de un afanoso funcionario aspirante a ser premiado por el Ministerio de la Verdad catalán, y ser finalmente despedido. Esto es Cataluña, la Cataluña fruto de la ingeniería social nacionalista ideada y ejecutada por Jordi Pujol y sus esbirros. Este ensañamiento es una estrategia, una amenaza para atajar cualquier atisbo de protesta, lo dicho, mejor callar, otorgar y someterse.
Lamentablemente, hace pocos días ha salido a la luz otro caso parecido, esta vez el linchamiento se ha centrado en una anciana que lleva 60 años regentando un quiosco en Barcelona, las tropas de asalto nacionalistas, a través de las redes la han tachado de «colona», de «zorra»… Pero ¿de qué es culpable esta señora? Básicamente de reconocer públicamente en un medio de comunicación que no sabe hablar catalán. La policía de la moral separatista no acepta la diferencia, mucho menos si se demuestra socialmente, lo consideran un elemento extraño que se debe extirpar.
Pues bien, ante este escenario pos-prusés, ante los escombros sociales de la ingeniería social aplicada por el nacionalismo, ¿cómo mantener el relato victimista? ¿Cómo lograr mantener el statu quo político? ¿Cómo alargar el prusés y mantener así los privilegios? ¿Cómo convencer a los catalanes para que vuelvan a empujar la roca hacia la cima de la montaña? Pues hay dos movimientos que, como observador, me resultan interesantes. Por un lado, el de los republicanos y su «claridad» y, por otro, la que parece estar impulsada por la élite económica catalana que, emulando a los nigromantes, pretende revivir a la antigua CiU y poner el contador a cero (pero esto último merecerá otro artículo aparte).
«En verdad solo quieren abrir un largo ciclo político en el que seguir dibujando líneas entre buenos y malos catalanes»
Esta vez la cantinela de los prusesistas republicanos se basa en la llamada ley de claridad canadiense, de la cual solo parecen ver el referéndum, haciéndolo pasar por un referéndum de autodeterminación cuando, en verdad, fue todo lo contrario. Naturalmente las exigencias, las garantías, los procedimientos, el reconocimiento de la soberanía y la preeminencia del Parlamento canadiense, es algo que obviamente, obvian. En verdad solo quieren abrir un largo ciclo político en el que estemos entretenidos hablando de esto de la claridad, seguir empujando esa piedra, seguir desgastando a la sociedad, la convivencia, seguir dibujando líneas entre buenos y malos catalanes. Esperando que, si llegado el caso, Sánchez reedita un Frankenstein 2.0, puedan hacer claudicar al presidente, sabedores de su total ausencia de principios, y tengamos un referéndum en el que la maquinaria de presión social se active y ponga en marcha todos los instrumentos de coerción para lograr su objetivo final.
Esta claridad en una sociedad tan oscura como la catalana seguro que encontrará a los que, inocente o interesadamente, desde posiciones, digamos, constitucionalistas, entren en el juego del supuesto debate de una ley de claridad para Cataluña. Ese papel de colaborador necesario solo logrará dotar de una pátina de legitimidad a esta nueva trampa dialéctica tejida por todos aquellos que activaron un golpe de Estado en nuestro país. Como decía, ahora que, por fin, estábamos en la falda de la montaña, cuando podíamos mirar las planicies, volveremos a empujar la roca, seguiremos la retórica inflamatoria, se seguirá descomponiendo la armonía social, Cataluña y los catalanes seguirán caminando paulatina pero inexorablemente por la senda de la decadencia.