Yolanda Díaz: ¿qué hace una chica como tú en un sitio como este?
«Si Yolanda Díaz intenta dar forma a un nuevo proyecto de izquierdas no basta con escapar al maniqueísmo de Podemos. Deberá superar las trampas neosoviéticas»
A pesar de todas las pegas que cabe poner a las dos intervenciones recientes de Yolanda Díaz, en Magariños y con Évole, parecieron abrir el camino para una izquierda libre del espíritu antisistema de Podemos. El catalán ya advirtió que podía tratarse de un teatro, pero respecto de los morados fue bien explícita la reacción de Pablo Iglesias, y si vamos al PSOE, cuando todos pensamos que Yolanda representa una fuerza de apoyo fiable frente a la gresca permanente de UP, por lo menos sus declaraciones están lejos de la sumisión. Las rotundas críticas a la política de Sánchez como aliado de «la dictadura» de Marruecos en el tema saharaui, y a la «intolerable» gestión de Marlaska, apuntan a una saludable independencia de juicio. Algo poco grato para un presidente de Gobierno implacable con las disidencias. De ser teatro, la interpretación era buena. Por fin, frente al solapado alineamiento prorruso de Ione Belarra y a sus ambigüedades anteriores, resultaba inequívoca la toma de posición de Yolanda Díaz contra la invasión lanzada por Putin y sobre el apoyo con armas a Ucrania.
El jarro de agua fría no ha tardado en llegar, con la intervención del portavoz en el Congreso del PCE, su secretario general Enrique Santiago, sobre la política internacional del Gobierno al que pertenece como secretario de Estado. El hombre tiene la virtud de ser claro, y así nos encontramos ante un comunista de la vieja escuela que se alinea sin reservas con las posiciones de la alianza entre Xi Jinping y Putin frente a Occidente, partiendo de las posiciones del Movimiento por la Paz prosoviético de tiempos de Stalin. O tal vez, a la vista del respaldo del CIS a Yolanda, y de su no con Podemos a la reforma de la ley del sólo sí es sí, tal vez tenga razón Jordi Évole y todo sea teatro, muy hábil como las declaraciones de la vicepresidenta, pero teatro.
Todo arranca así de la cortina de humo seudo-pacifista que en aquellos tiempos disfrazó la guerra de Corea como una agresión criminal de los Estados Unidos contra el pacífico pueblo norcoreano de Kim Il-sung, olvidando, claro, quien había invadido al Sur a sangre y fuego. Hay un horrendo cuadro de Picasso en ese sentido, precio de su militancia comunista. Ahora Enrique Santiago concede que la invasión ha sido «ilícita», pero para equipararla de inmediato en gravedad al avance de la OTAN hacia el Este. Pongámonos pronto al lado de quien servimos.
«Enrique Santiago, autodesignado vocero de la alianza entre Xi y Putin, opta por la disolución de la OTAN»
Putin no figura en el guion del orador y sí el malo de la película con sus dos caras, la OTAN y Estados Unidos, el cual además «acosa» a China, hasta el punto de llevar sus armas hasta la proximidad de sus costas (léase, defensa de Taiwan: el PCE va con quien va). Y obviamente, el plan de China, reforzado por Lula, debe ser la solución del conflicto en Ucrania. Enrique Santiago lo ofrece acríticamente con bellas palabras. No hay que prolongar la guerra (léase, dar armas a Ucrania), que eso solamente beneficia a esas industrias militares que ya se sabe lo que son, contrariando los intereses de los trabajadores. En una palabra, ¡viva la Paz!, pero como buen asistente de quien como Putin destruye un país mediante una guerra bárbara.
No hace falta decir que Enrique Santiago, autodesignado vocero de la «alianza sin límites» de febrero de 2022 entre Xi y Putin, opta por la «multipolaridad» y por la disolución de la OTAN. Cabe concluir que en España no hacen falta infiltrados en el sistema informático para alentar la lucha contra las cercadas democracias occidentales, y en concreto contra su política de defensa actual, con eje en la defensa de Ucrania. (Resulta falaz evocar la oposición a la OTAN de 1986: estamos lejos de los tiempos de Reagan y Thatcher por una parte, y por otra Gorbachov, en las antípodas de Putin).
Lo más grave es que esa orientación va más allá de tales declaraciones, e incluso de profesiones de fe como la que hiciera célebre a Alberto Garzón con su tuit saludando el 99 aniversario de la Revolución de Octubre, bajo una imagen de Lenin en un bosque de banderas rojas: «Hoy es el 99 aniversario de la revolución rusa de 1917, una revolución contra El Capital. Revolución Es Pan, Paz y Tierra». El tuit resultaba humorístico e ilustrativo, ya que en su redacción convertía a Octubre de 1917 en una revolución contra Marx (El capital), rara interpretación que daba en el clavo, entre otras cosas por lo de Pan, Paz y Tierra, como balance, no como eficaz consigna de propaganda. Lo significativo era que el hoy ministro y coordinador de IU se emparentaba a un modelo soviético, sin sombra de gulag, como alternativa al capitalismo y el régimen de 1978, fraguado como la UE por élites conservadoras frente a los trabajadores españoles y europeos.
A ese punto han ido a parar las contradicciones internas de un PCE que dirigido por Santiago Carrillo contribuyó decisivamente a la democracia en España, sin renunciar su líder a la concepción del partido y de la política forjada por Stalin, esto es, desde «el partido de siempre». No faltaba más: ahí está el partido «de siempre», con los jóvenes -según me contaba hace año y medio un historiador militante ante testigos que pueden avalarlo- entusiasmados por el antiamericanismo de Putin y Lukashenko.
No hay que remontarse al ostensible rechazo hace un año de Enrique Santiago al aplauso casi unánime del Congreso de diputados al presidente Zelenski, para comprobar que se trata de una toma de posición bien coherente, que abarca a todos los aspectos de la acción política, incluso los simbólicos. Una muestra casi olvidada, salvo por alguien afectado de modo directo, es la colocación por su partido de una insólita y cuestionable lápida evocadora de alguien como Marcos Ana en el recinto de la tumba de Dolores Ibarruri, en el cementerio civil. Seña de identidad para hoy: sigamos viviendo del franquismo, y no de la contribución a la democracia.
«El estalinismo tiene la piel dura y Pablo Iglesias también»
El episodio enlaza con la intervención de Enrique Santiago durante el debate sobre la Ley de Memoria Democrática. En un discurso crispado, cercano en la forma a Vishinsky y no a Primo Levi, el exasesor de las FARC defendía una causa justa, la reivindicación de la memoria de las víctimas de la España republicana en la guerra civil, pero desde una lógica que trasladaba el enfrentamiento al presente, y sin el menor reproche a las acciones criminales que pudieron cometer entonces sus patrocinados. Fuera la memoria de ETA, igual que ahora ignora a Putin. Quedaba arrumbada la reconciliación democrática, que fuera el ADN de su partido de cara a la transición.
Volvamos a la película de Fernando Colomo, un icono cultural de la transición en 1978, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, cuyo título y argumento inspiraron el trazado de este artículo. Carmen Maura era una mujer que trata de construir su libertad y ha de escapar de un marido opresor. En vez de sitio como este, gente como esta. Si de veras Yolanda Díaz pretende dar forma a un «proyecto de país» desde la izquierda, etcétera, etcétera, no basta con escapar al maniqueísmo de Podemos. A ningún sitio va, si por el sector de su identidad política originaria -que fue la mía- sus avances resultan saboteados, y con tal fuerza desde un ángulo neosoviético que reduce a broma los sectarismos ultrafeministas sobre el sí es sí.
Al reto de Enrique Santiago, se suma hoy la trampa tendida por Belarra (Iglesias) con la paz por Crimea. Yolanda Díaz tendrá que mostrar su capacidad de superar tales arenas movedizas o hundirse en ellas desde una ambigüedad practicada hasta ahora. Más fácil esto. El estalinismo tiene la piel dura y Pablo Iglesias también. O tal vez tenga razón Jordi Évole, a la luz del manifiesto respaldo del CIS a Yolanda y del no con UP a la reforma del sí es sí, mientras Sánchez y los ministros hacen mutis, que todo sea un teatro para atraer votos abstencionistas, con los ciudadanos en el papel de espectadores de claque, no pagados, pero si embaucados para que aplaudan.