THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Sonidos nacionales

«Es tanta la fuerza del carácter musical español que se distingue de todos los demás en las imitaciones y homenajes, es decir cuando lo traduce un extranjero»

Opinión
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Sonidos nacionales

Ilustración de Erich Gordon.

El nacionalismo se ha convertido en una pulsión tan destructiva que hemos olvidado también sus virtudes. Por el desagüe del baño hemos perdido al bebé. Este juicio, descaradamente incorrecto, me ha venido a la conciencia después de oír un par de conciertos. En uno era contundente lo que podríamos llamar sonido de Rusia y en el otro el sonido de Francia.

Había antaño una música indudablemente nacional, aunque no fuera nacionalista. El sonido de Mussorgski, el de Rachmaninof y el de Stravinski tienen en común una tradición sonora que no puede confundirse con ninguna otra. En cuanto suena cualquiera de ellos nos trasladamos al mundo helado de la taiga, a las reuniones teológico criminales de Dostoievski, o a los paseos por la nieve de trineos cargados de cascabeles en los que una pareja forrada de pieles y gorros gozan del paisaje helado antes de suicidarse.

El otro concierto era tan absolutamente nacional como el ruso, pero en francés. Y también es inconfundible. No sólo Debussy y Ravel, también Bizet, Saint-Saëns o Lalo. Aquí la atmósfera es curiosamente menos visible que en el sonido ruso, ha perdido definición o enfoque. Es un mundo neblinoso, desdibujado y próximo al dibujo acuarelado de un día brumoso en el mar del norte. También es, como el ruso, perfectamente distinguible y tiene una impronta muy característica, hace todo lo posible para escapar de la influencia alemana, sin conseguirlo, claro.

Si tomamos la música española, entonces el carácter es superlativo. No hay en el mundo nada que se aproxime a Falla, a Albéniz o incluso a Rodrigo y esto desde el padre Soler. Es tanta la fuerza del carácter musical español que se distingue de todos los demás en las imitaciones y homenajes, es decir cuando lo traduce un extranjero. Lo español de la Sinfonía española de Lalo, por ejemplo, se aproxima a una españolada casi tan potente como la Carmen de Bizet, cuya potencia española es tan fuerte que convenció, sobre todo, a las españolas y todas se convirtieron en Carmen y se pusieron un puñalito en la liga.

«La timidez, el pudor y la reserva inglesas son tan musicales que ni se oyen»

En las traducciones aparece el carácter nacional al trasluz de un vidrio esmerilado que es el idioma del compositor. Lo español con acento francés adquiere una personalidad propia, como los turistas que piden una copa de grioha, tinto pog fabog. Por no hablar del maravilloso Capricho español de Rimski-Korsakov, en el que se trasluce lo español con acento moscovita. Son dos Españas enteramente distintas, la francesa y la rusa, y sin embargo ambas son conspicuas e inconfundibles.

Las dos excepciones a esta regla universal, tan incorrecta como defectuosa, son los dos extremos del abanico nacional sonoro. Por una parte, Gran Bretaña, tan poco británica que es casi imposible identificarla a partir del siglo XVI. La timidez, el pudor y la reserva inglesas son tan musicales que ni se oyen. Lo más inglés que conozco, Pompa y circunstancia de Edward Elgar, parece norteamericano y podría servir de himno militar al ejército de los EEUU.

Y la segunda excepción es la más difícil de entender porque es filosófica. No hay una música alemana. O peor aún, toda la música es alemana. Y como toda lo es, no hay una música alemana realmente nacional, si nos olvidamos de los valses vieneses. Cuando las naciones menores se ponen nacionalistas, no tienen más remedio que usar el lenguaje alemán, como sucede en el inmenso poema patriótico de los checos, El Moldava, de Smetana. Y no crean en ese tópico de que la música alemana es Wagner. Como muy bien juzgó Thomas Mann, no hay nada más próximo a un francés decadente que el autor de la Valquiria, productor de inyecciones voluptuosas para la alta burguesía.

Y verán que no salen los italianos porque no hacen música, sólo cantan. Eso sí, lo hacen muy bien.

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