THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Mala memoria

«Menos calles o estaciones rebautizadas a capricho de una mafia, y más recordar que el fascismo no tolera que nadie hable una lengua distinta a la de los jefes»

Opinión
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Mala memoria

Ilustración de Erich Gordon.

Desde que empezaron los juegos malabares del sanchismo para cambiar el pasado, empeñados como nigromantes medievales en dar otra forma al tiempo pretérito de modo que se convierta en un Adviento de su llegada, de la aparición de los salvadores, de los sanchistas con poderes cuasi divinos, todo lo que han conseguido son, como era de esperar, un puñado de infantilismos y varias docenas de maldades. Son como críos.

Entre los infantilismos están los cambios de nombres en el callejero urbano, muchas veces equivocados porque estos socialistas son de una ignorancia oceánica. Así que dejan calles con nombres de espeluznantes criminales que ni saben quiénes son, y bautizan con apellidos estrafalarios aquellas calles, plazas y rotondas que les suenan a algo. Sobre esta cuestión ha escrito lo suficiente y muy bien Trapiello.

En algún caso han intentado cambiar el espíritu de un monumento entero, como el Valle de los Caídos, trabajo que sale muy caro pues habría que arrasar todo el Valle, así que sólo han emprendido el desentierro de las momias, como las de curas y monjas que durante la Guerra Civil fueron puestas en exhibición por los revolucionarios, apoyadas en el quicio de la iglesia de donde las habían desenterrado. Espectáculo edificante sobre la buena entraña de los progresistas.

Es extraño: habría muchas otras barbaridades de la época franquista que rememorar con provecho, pero, asombrosamente, ni se les ocurren. Así, por ejemplo, el empeño tremendo de que todo el mundo hablara la lengua de los amos. Esta es una vieja inclinación del fascismo. Tampoco los nazis toleraban bien que hubiera poblaciones con una lengua distinta a la de los jefes. Y no digamos los estalinistas, a quienes amostazaban las decenas de lenguas que se hablaban en centro Europa.

«El logocidio no forma parte de la memoria histórica, democrática y sanchista»

También los franquistas quisieron erradicar el vasco, el catalán, el gallego, el bable, el valenciano o el balear, por nombrar solo algunas de las lenguas minoritarias del país. Había, al parecer de los jerarcas, mucha gente que no hablaba la lengua de los señores, de los amos, de los dueños del país, en fin, de los vencedores. De modo que empezaron por prohibir todo lo que no fuera el español, aunque, como siempre en nuestro país, la cosa se fue relajando porque daba mucho trabajo, y ya por los años sesenta empezaron a aparecer editoriales, periódicos y toda suerte de publicaciones en las lenguas minoritarias.

Bueno, pues este logocidio no se contempla en la memoria histórica o (aún peor) en la memoria democrática del sanchismo. No sé yo por qué será. De hecho, bien pudiera ser porque los sanchistas no necesitan recordarlo ya que están aplicando programas y directrices exactamente como las de Franco. Así ha sucedido desde los tiempos de la ETA en las provincias vascongadas, desde Pujol en Cataluña y desde que el socialismo tomó el poder en Valencia y Baleares. En todos estos lugares hay virulentos ataques contra quienes no hablan en la lengua de los dueños, de los amos, de los vencedores. Por eso seguramente el logocidio no forma parte de la memoria histórica, democrática y sanchista.

Así que menos calles, plazas o estaciones de tren rebautizadas con cualquier capricho de una mafia, y más recordar que el fascismo no tolera que nadie hable una lengua distinta a la de los jefes.

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