THE OBJECTIVE
David Mejía

El maltrato a la oposición

«Nos hemos resignado a que el Gobierno no sólo no responda las preguntas de los diputados, sino a que en sus réplicas lance insultos personales a sus adversarios»

Opinión
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El maltrato a la oposición

Pedro Sánchez en el Congreso.

El martes, donde Alsina, Patxi López se revolvió en la silla cuando le preguntaron por qué su partido no había agradecido al PP su respaldo a la reforma de la ley del sólo sí es sí. Le concedo al portavoz que la pregunta es incómoda: la efusividad con que los socialistas celebran el «sentido de Estado» de Bildu y ERC a la mínima ocasión contrasta con el silencio castigador que reservan al PP. Es justo reconocer que ante los insultos que volaron en el debate en el Senado, cualquier silencio, por castigador que sea, parece una bendición.  

Entre todos los vicios presidenciales que hemos naturalizado en estos años, uno de los peores es el maltrato a la oposición, es decir, al control parlamentario. Nos hemos resignado a que el Gobierno no sólo no responda las preguntas de los diputados, sino que emplee sus réplicas para lanzar insultos personales a sus adversarios. Y lo peor es que los latigazos del Gobierno no son indiscriminados. Todo lo contrario. Lo más hiriente de su conducta parlamentaria es su discrecionalidad: el Gobierno, y especialmente el presidente, reemplaza el látigo por un guante de seda en función de las siglas que tenga delante. Látigo para PP, Ciudadanos y Vox; seda para todos los demás. Sánchez es afable con los portavoces de Bildu y Esquerra, incluso cuando le faltan al respeto, con la misma normalidad con que es ofensivo con el PP aunque les brinden apoyo.

«El PSOE ha perdonado antes a ERC por dar un golpe a la democracia que al PP por recibirlo»

Su inquina hacia el constitucionalismo parece una incongruencia; PSOE y PP comparten una idea aproximada de España, mientras que las ideas de España que manejan ERC y Bildu son algo más dispersas. Pero la actitud de Pedro Sánchez es del todo congruente cuando entendemos que su prioridad no es España, sino su presidencia. Es decir, lo que le inquieta no son los partidos que amenazan España, sino los partidos que pueden amenazar su permanencia en Moncloa. Fíjense que el PSOE ha perdonado antes a ERC por dar un golpe a la democracia que al PP por recibirlo. La propia interpretación del procés es ambivalente en función de las circunstancias: se trata como actos de máxima gravedad cuando se embolsan como reproche contra el PP y de una algarada inofensiva cuando se trata de indultar a ERC. 

Al final, siempre regresamos a la singular psicología del presidente. Convierte en enemigo personal a quien empañe sus probabilidades de éxito, llámese Alberto Núñez Feijóo o Rafael del Pino, y en amigo a quien se preste a ayudarlo, aunque se llame Mertxe Aizpurua. A estas alturas de la legislatura uno no debería sorprenderse por esto. Pero les confieso que no me acostumbro al desprecio al Parlamento, a la violencia verbal, ni a ver al presidente más preocupado por el cumplimiento de la ley de vivienda en Murcia que de la Constitución en Cataluña. 

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