El abuso de la 'ciencia' en la política
«La pretensión de someter las decisiones políticas a la evidencia científica también es fuente de error y oportunismo»
Una de mis tribunas sobre educación fue criticada en su día por incluir demasiadas anécdotas. La crítica era valiosa porque abría el debate de qué información debemos usar para las decisiones sociales.
El problema nos viene resuelto cuando decidimos a través de ese planificador descentralizado que es la economía de mercado, pues éste opera de forma automática, sin necesidad de gestión consciente. Gracias a que el derecho de propiedad incentiva a los decisores y el sistema de precios los informa del valor de bienes y servicios, todo mercado, automáticamente, asigna los recursos entre usos alternativos, evalúa a sus propietarios y los premia cuando aciertan en sus decisiones.
En cambio, tanto en la empresa privada como en las burocracias públicas, esas tareas de asignación, evaluación y compensación requieren mecanismos artificiales y sujetos por ello a todo tipo de manipulaciones. Dado que no hay precios, tenemos que producir y transmitir información para conocer la demanda y organizar la oferta, tomar decisiones y evaluarlas. Además, como la mayoría de los decisores no ostentan derechos de propiedad sino que deciden por delegación, surgen «asimetrías informativas» y el conflicto de intereses se vuelve crónico. En consecuencia, esos sistemas artificiales de planificación no son sólo solución sino también parte esencial del problema organizativo.
Evaluar para no decidir
A menudo, cuando no se resuelve algún problema no es por falta de información, sino porque los derechos de decisión están mal ubicados: quien tiene autoridad no sabe y quien sabe carece de autoridad o no le conviene resolverlo. En esos casos, lo necesario no es producir información adicional, como suelen proponer quienes viven de producirla, sino reasignar los recursos y cambiar los incentivos de los decisores. Sin embargo, es frecuente que se proceda a evaluaciones decorativas, en las que se produce información sobre el rendimiento aun a sabiendas de que no se tomará decisión alguna para premiar personas o mover recursos.
En esos casos, lo que persigue quien manda es sólo dar la impresión de que gestiona y, de paso, colocar a sus amigos en los nuevos órganos planificadores. Ha sido éste un fenómeno común en nuestra sanidad y nuestra enseñanza, pero también, a otro nivel, en las reformas características del New Public Management, incluidos los «mercados internos» del tipo del NHS británico. Lo único seguro en estas iniciativas es la creación de un Gosplan planificador de utilidad más bien discutible.
Por ejemplo, en la educación española, tendría hoy poco sentido desarrollar un sistema más complejo para gestionar la enseñanza concertada (un modelo similar, de hecho, a un mercado interno) cuando, pese a que los padres prefieren los centros concertados a los públicos, la mayoría de los gobiernos regionales ha restringido la oferta de los concertados. Serviría de poco conocer mejor la demanda y el rendimiento de ambos tipos de centros cuando, por restricciones políticas, estamos llevando la contraria a la ciudadanía.
El asunto es aún más claro en el ámbito universitario, donde tampoco ha sido muy útil elaborar estadísticas de empleo y salarios de los graduados de cada centro y cada carrera. Esos datos hoy permanecen secretos, salvo en Cataluña, donde, con todo, se les da poca publicidad y de forma que cuesta comparar los ingresos promedio entre centros y carreras.
«Un objetivo primordial de estas políticas es maquillar los malos resultados obtenidos por nuestro país en los escalafones internacionales»
Evaluar para manipular
Si las evaluaciones decorativas y secretas son malas y costosas, resulta aún más perniciosa la evaluación manipulativa, dirigida a justificar políticas interesadas. Para lograrlo, se recoge información selectiva de algunas variables o se las mide con un sesgo favorable, de modo que se reivindiquen las políticas previamente adoptadas. Las estadísticas y encuestas de nuestra enseñanza padecen este síndrome en grado notable.
Con todo, las peores mixtificaciones se producen cuando se cambian las políticas con el solo fin de manipular los indicadores de rendimiento. Es lo que sucedió y sucede cuando nuestros Gobiernos, en complicidad con los centros académicos, suprimen los exámenes independientes, ablandan los exámenes, permiten pasar de curso sin haber aprobado y otorgan titulaciones con suspensos. Un objetivo primordial de estas políticas es maquillar los malos resultados obtenidos por nuestro país en los escalafones internacionales, y se adoptan a sabiendas de que reducen el rendimiento real.
Se trata de una limitación insalvable, pues se cumple la Ley de Campbell: cuanto más se usa un indicador para tomar decisiones, reasignando recursos y recompensando a los participantes, más incentivos se ligan a ese indicador, y, como consecuencia, éste tiende a distorsionarse y pierde valor informativo.
Heisenberg institucional
Esta manifestación del principio de incertidumbre, unida a la mayor complejidad intrínseca de los problemas sociales, hace que sean menos susceptibles al tipo de tratamiento que en muchos dominios de las ciencias físicas se considera científico. Por su menor capacidad de predicción, el papel de las ciencias sociales habría de ser por ello más modesto y respetuoso de soluciones heredadas cuya estructura desconocemos.
Sin embargo, mucha ciencia social oculta esas dificultades para aumentar su demanda e influencia. La penúltima moda consiste en exagerar el rigor de la evaluación a riesgo de trivializarla o centrarla en aspectos secundarios, olvidando de paso asuntos centrales pero incómodos para el poder. Sería éste el caso, en el ámbito de la educación, de cuestiones como el tamaño de las clases, la selección del profesorado, la relajación de la exigencia académica o los efectos reales en la equidad.
No es sólo que las conclusiones de esos estudios rigoristas sean poco extrapolables. Es que la acumulación de evidencia resulta inútil cuando carece de utilidad decisional porque se refiere sólo a algunos de los factores sobre los que gira la decisión. Si, por ejemplo, una decisión ha de comparar el coste A y el beneficio B, es inútil conocer A con exactitud si se ignora hasta el orden de magnitud de B. Sería preferible conocer tanto A como B de modo imperfecto; pero las circunstancias llevan a que se insista en conocer A con mayor precisión, con riesgo no sólo de que no se avance en el conocimiento de B sino de que se margine su existencia.
A veces, ese conocimiento parcial acaba sirviendo, de hecho, para apoyar ocurrencias políticas. Resultados relativamente rigurosos pero carentes de validez externa sirven entonces para justificar propuestas insensatas sólo porque en algunos supuestos remotos «es posible que funcionen» o porque, en el peor de los casos, su adopción siempre permitirá «medir mejor» sus improbables efectos.
Este tipo de excusa cientificista ha servido para dar cierta respetabilidad a regulaciones sobre las que, durante décadas, había existido consenso en considerarlas nocivas. Es el caso de las relativas a la rápida subida del salario mínimo o a la congelación de los alquileres, cuyas consecuencias están siendo dañinas.
La anécdota como vacuna
Se comprenderá ahora el doble papel crítico que representan las anécdotas. Por un lado, inician la evaluación cualitativa del proceso productivo, la cual desnuda la ficción de unos indicadores cuantitativos que más de una vez han sido manipulados torticeramente.
Por otro lado, al mostrarnos realidades olvidadas por la ciencia al uso, desvelan su impostura. No son toda la verdad, pero tampoco lo pretenden; y no sólo muestran las limitaciones de la verdad oficial, sino que completan la información del decisor. Hace ya años que, como reacción al antiguo management by the numbers, empresas como la mejor HP lo complementaron con el management by wandering around. Sólo exige bajarse del pedestal y salir de la torre de marfil.
El artículo, académicamente impecable pero indigesto para el lector medio [aquel que desea enterarse de verdad] hubiera podido resumirse en pocos párrafos, puesto que la cultura media se presupone.
¿Y cuáles son esos párrafos?
a) Poner la zorra a cuidar las gallinas no es buena idea nunca
b) Controlar las instituciones creadas para Informar y Analizar es propio de dictaduras de toda ralea.
c) Así que dejemos que el mercado se autorregule.
¿Ves qué facil? O escribes solo para los tuyos [ignoro quienes]
Pero, vamos, que está muy bien todo lo que dices, aunque ya haga más de un siglo que se pronunciaron sobre eso.
¡Ah la soberbia!
Dónde está la verdad, actualmente hay científicos que llevan a la ciencia a su desprestigio, dentro de ella hay opiniones enfrentadas, siempre habrá que quedarse con la que presenta conceptos más razonables, y combatir a la que usa el miedo y la catástrofe para imponer sus ideas, que plasman sociedades empobrecidas y carentes de libertades personales.
cidas y
Sobre el calentamiento global, por ejemplo, el consenso científico es abrumador. Sólo discrepan fachas que ponen la economía por encima de la verdad o mercenarios pagados por intereses económicos. Pero el fascista analfabeto (liberal) no quiere dejar de forrarse si para ello debe dejar de esquilmar y destruir el planeta o matar gente. El mercado no se regula para mejorar las cosas, como dice el Sr. Arrimada. Sólo se regula para mejorar las cuentas de resultados, y eso es letal para la inmensa mayoría.
Hace un par de décadas el consenso era que las grasas eran malísimas, ahora sabemos que no es así.
En clima lo estudian cuatro gatos, el resto de la comunidad científica repite como papagayos el mantra. Y claro que hay cambio climático, el clima nunca ha sido estable en la tierra, pero habrá que analizar quien esquilma el planeta, el que conduce un coche o las grandes constructoras y grandes compañías que destrozan ecosistemas para extraer litio y otras tierras raras, para hacer parques solares y eólicos, arrasan para producir sus combustibles sintéticos. Porque no hay más que darse una vuelta por los medios para ver quién patrocina los publirreportajes sobre la mal llamada transición energética.
Supongo que seré un analfabeto facha liberal, pero podría ser peor, podría ser gilipollas como usted.
Hay personas que son pura ideología con patas, ese es el problema de la humanidad actualmente, hace más de cincuenta años científicos «reputados» ya decían que en pocos años las ciudades
costeras serían inundadas por el mar, se equivocaron, en tiempos de los romanos en una plaza importante de mi ciudad había un puerto dónde hoy pasea tranquilamente la gente, entonces no había coches ni calefacciones, y el número de seres humanos era mínimo, comparado con la actualidad, eso sí, en aquel tiempo no había fascistas a quiénes echarle la culpa de las desgracias universales, déjeme que me ría de sus sectarias conclusiones.
Otro facha analfabeto. Las pruebas del gran cambio experimentado por el clima en pocos años como consecuencia de la acción humana es incontrovertible. A estudiar, facha mentiroso.
Además de analfabeto facha liberal, es usted un hijo de Putin y un majadero mentiroso.
Claro hombre, y los más preocupados son los millonarios que van a Davos todos los años en aviones privados. Relajese, aprenda un poco de educación. Y lo del consenso deja claro el concepto que tienes de la ciencia, ya te he puesto el ejemplo de las grasas, y como ese hay mil más. Nadie niega que el clima cambie, hace 10.000 años había una edad de hielo y el Sáhara tenía muchísima vegetación, lleva cambiando desde la formación de la tierra.
Hay que cuidar en planeta, pero no subvencionar mega parques eólicos a las eléctricas y grandes constructoras azuzado s por un catastrofismo. Los políticos que pusieron el impuesto al sol, que construyeron un aeropuerto en cada provincia, que están quitando trenes regionales en favor del tav (todo sostenibilidad), que no renuncian a sus coches oficiales a sus aviones, se ponen el pin de colorines y tenemos que volver a tiempos en los que la movilidad era cosa de ricos. Que se vayan a tomar por ahí.
El Mercado al que adora el Sr. Arruñada es el que ha estado asesinando a millones de personas con el tabaco, pagando estudios que «demostraran» que no era nocivo para la salud. O sea, el Sr. Arruñada y otros fascistas analfabetos prefieren la mentira que sirva a sus intereses económicos en vez de la verdad científica.
Si no se sabe leer no se lee.
Ese mercado «que mata» exige, al mismo tiempo, el conocimiento por parte de todos de DATOS. Eso se llama información.
DATOS es lo que aporta la ciencia, esa que los avarientos fascistas analfabetos (liberales) pretenden ignorar porque se les acaba el chollo.