THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Meditación de Aranjuez: evocación y letanía

«Los nuevos barrios, de ricos y de pobres, ya en democracia, crecen sin mirar la grandeza pasada, igualando en fealdad a cualquier otra ciudad española coetánea»

Opinión
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Meditación de Aranjuez: evocación y letanía

Meditación de Aranjuez: evocación y letanía. | Europa Press

Dado el peso histórico de sus villas y ciudades y el reparto de competencias entre autoridades, la calidad de vida de la gente depende en muchos aspectos de tener o no un buen alcalde. Como un vecino más preocupado por la salud de su polis, comparto esta mirada a ras de calle de Aranjuez, donde vivo. Segundo municipio más endeudado de la Comunidad de Madrid, tras Parla, y con un pasado glorioso a sus espaldas, las contradicciones de este municipio van más allá del partido que lo gobierne.

Aranjuez es uno de los espacios renacentistas mejor logrados de España, hijo adelantado de Leon Battista Alberti. Nació como corte, y tardó mucho en ser también villa, al principio restringida a unos pocos señalados. Su desarrollo es producto de la idea del mundo de Felipe II, la Contrarreforma y la Monarquía Hispánica. Es cierto que Aranjuez se sustenta sobre la base de un palacete de los Reyes Católicos, asentado a su vez sobre una casona de la Orden de Santiago, pero la transformación de Felipe II es tan radical que estamos más bien ante una fundación original que anula las ruinas sobre las que nace.

Si El Escorial es el verso, Aranjuez es el anverso de la misma metafísica, pero El Escorial sucede muros adentro y Aranjuez, muros afuera. Si El Escorial quiere hacerse indistinguible de las peñas que lo rodean y enmarcan (de ahí su maravilloso artificio de camuflaje que vio primero Ortega y Gasset), Aranjuez quiere, por el contrario, distinguirse de la agreste naturaleza: hacer de los insalubres meandros del Tajo y el Jarama un Real Sitio. Sobre la base del Palacio Real, elegante estructura de Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera –decorada con el proverbial mal gusto de los borbones–, se extiende el plano de Aranjuez, de una belleza y singularidad notables, en el que trabajaron los mejores arquitectos, jardineros y paisajistas de la época.

Para mí, Aranjuez señala tres formas de apropiación de la naturaleza por el ingenio humano: el coto de caza, la huerta y el jardín. Y tres maneras de -domesticación- del agua: la represa, el canal y la fuente. Estirando la idea casi al absurdo, también simbólicamente, las tres metamorfosis del devenir humano sobre la tierra: cazadores-recolectores (coto-represa), revolución agraria (huerta-canal) y civilización (jardín-estatua-fuente). 

«En Aranjuez, la naturaleza está sometida por Euclides. Aranjuez es la transformación del paraje en paisaje»

En la naturaleza la disputa por la luz, el espacio y los recursos produce un tenso equilibrio amorfo. En contraste, Aranjuez avanza sobre el espacio con una retícula de figuras geométricas, una malla invisible de formas: rombos, círculos, polígonos abiertos y cerrados, trapecios, muchas de ellas dentro del marco amplio de los rectángulos que limitan los espacios más grandes. En Aranjuez, la naturaleza está sometida por Euclides. Aranjuez es la transformación del paraje en paisaje. Con un truco genial: el elemento decorativo más importante (más allá de las fuentes y las estatuas) son los árboles, que gracias a esto quedan domesticados: plátanos, álamos de río, moreras, así como majestuosas especies americanas, como magnolios o incluso ahuehuetes, sirven de sombra y línea divisoria, marchando en apretadas filas paralelas.

El desarrollo de Aranjuez es paralelo a la fundación española de los grandes centros urbanos de América, por lo que tiene un aire de familia con las ciudades coloniales: traza cuadricular, espacios amplios, demarcación clara de lo público y privado. Un plan ordenado y claro. La ubicación de sus principales edificios, perfectamente planeada: ayuntamiento, central de abastos, cuarteles militares, plaza de toro, iglesias. Este concierto armónico sobrevivió a los altibajos de la historia española e incluso a los excesos de la guerra civil. Y sólo fue roto en el desarrollismo franquista, con monstruosas edificaciones sin cumplir los bandos y un corredor industrial contaminante en torno al caudal del Tajo. Los nuevos barrios, de ricos y de pobres, ya en democracia, crecen sin mirar la grandeza pasada, igualando en fealdad a cualquier otra ciudad española coetánea. E ignorando una enseñanza clave: la relación entre estética y bienestar.

¿Cómo una ciudad con este pasado ha dejado de tener aquella ambición de grandeza? Soy consciente que muchos de los problemas de Aranjuez escapan al ámbito municipal. No veo en los planes públicos de Patrimonio la apertura completa del Jardín del Príncipe ni de la espléndida la Casa del Labrador, cerrada sin explicaciones. El mal servicio del tren de cercanías, cordón umbilical que une a la villa con la capital y que hace posible vivir en un sitio y trabajar en otro, causa una grave afectación cotidiana. Pero me centro en dos aspectos que, directamente en manos del Ayuntamiento, revelan sus limitaciones: la cultura y el deporte. 

La cultura en Aranjuez es ignorada, tiene un bajísimo nivel o es un estorbo. No hay imaginación para poner al municipio en la cartelera de Madrid, como ha hecho Alcalá de Henares, pese a que cuenta con espacios naturales y recintos cerrados para organizar encuentros, ciclos, ferias y festivales todo el año, que sirvan a los vecinos y atraigan visitantes. Reclamos hay muchos: Farinelli, Joaquín Rodrigo, Santiago Rusiñol, José Luis Sampedro. La oferta del Teatro Carlos III es patética (salvo excepciones), y está en manos de un grupo privado en pleito con el municipio sin visos de solución.

Más grave aún es la forma en que se clausuró La Nave, el teatro construido con sus manos por el grupo Cambaleo, que, como parte de la red nacional de salas independientes, era parada obligada de las mejores propuestas, muchas veces transgresoras, siempre de alto nivel. La excusa de su cierre fue la tormenta Filomena, pero no hay ni avances ni interés por arreglar sus inexistentes desperfectos, según los peritos consultados por los gestores. Un grupo notable de vecinos vinculados al teatro más exigente se han quedado sin trabajo en su ciudad, sin que a nadie le importe. En términos cuantitativos parece algo minúsculo, pero es crucial en términos cualitativos: una comunidad sin un teatro que la confronte es un páramo, aunque su público sea minoritario. 

El deporte, pese a las buenas intenciones del escaso personal que opera las instalaciones, está en estado catatónico. Una lista basta: la piscina techada del polideportivo Agustín Marañón lleva siete años cerrada, se usa de depósito de equipo y no hay ni plan ni interés por abrirse. Las piscinas de verano, por problemas de personal y presupuesto, abren en julio y cierran en agosto; el año pasado una de ellas no funcionó por desperfectos que a fecha de hoy no se han reparado, los prados y demás instalaciones sobreviven precariamente: grafitis, espacios vallados, desperfectos, descuidos. La cafetería está cerrada desde la pandemia sine die. Las Olivas, inaugurado como club privado y cuyo control tomó el Ayuntamiento, va por el mismo rumbo a pasos acelerados. 

He analizado las propuestas de las distintas agrupaciones y apenas veo ecos en los medios locales, no digamos a pie de calle. ¿Cómo se van a buscar soluciones, primero financieras, sin debate ni crítica? Una incógnita corroe a este nuevo vecino: ¿por qué estos asuntos no le importan a nadie?

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