THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Sant Jordi todo el año

«Las palabras distorsionan, enmascaran, traicionan. A veces sobran, a veces faltan. Salvo en la literatura, en todos sus géneros, incluida la crónica»

Opinión
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Sant Jordi todo el año

La festividad de Sant Jordi acoge a miles de personas cada año, enamorados de la lectura. | Europa Press

Es muy difícil aprender de la experiencia de los otros. En muchos escenarios las palabras no bastan. No se aprende a andar en bicicleta siguiendo minuciosamente unas maxmordónicas indicaciones. Tampoco a tocar la guitarra ni a nadar. Nadie puede vivir vicariamente la experiencia de descubrir el mar por primera vez o de hacer el amor. Sólo conocemos en carne propia. Quien tiene hijos lo sabe. Nada los disuade de equivocarse a su manera. Igual que tus padres lo hicieron contigo. Sabes que no sabes sólo al levantarte otra vez del suelo. Existe, sin embargo, una excepción: la literatura. Su poder de persuasión nos permite experimentar como propias las acciones narradas por otros, no solamente ajenas sino muchas veces inexistentes. Un engaño, un espejismo, una farsa, una mentira. Es casi un milagro que colinda con la magia. 

La respuesta científica la encontró el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti a finales del siglo pasado al descubrir las neuronas espejo, pero es algo que sabe cualquier que enciende la lámpara de la lectura. El hechizo requiere la complicidad entre el autor y el lector. Para suspender su incredulidad, por un lado; para crear un marco verosímil, por el otro. En ese pacto, un día Gregorio amanece convertido en un insecto sin dejar de ser un miembro más de la familia Samsa.

Existe un claro divorcio entre el legajo judicial y los hechos de un crimen, entre las instrucciones de un electrodoméstico y su uso práctico, entre la perorata de un demagogo y las necesidades de la gente. Las palabras distorsionan, enmascaran, traicionan. A veces sobran, a veces faltan. Salvo en la literatura, en todos sus géneros, incluida la crónica. Por eso cualquier lector puede decir: yo también avisté al siempre elusivo leopardo de las nieves; sí, confieso que yo también, mientras reposaba en el sanatorio en la alta montaña para curarme de mi insospechada tuberculosis, me enamoré perdidamente de Clawdia Chauchat. Esta transmigración de nuestra mente nos puede llevar a los pies de la invicta Ilión, al húmedo lecho de Madame Bovary, a las espectrales calles de Comala o a la isla de Lilliput, donde sus habitantes son diminutos.  

El libro, vehículo privilegiado e insustituible de este milagro de la literatura, nos permite escapar de nuestra vida y nuestra circunstancia. Por más rico que sea nuestro día a día, sólo podemos estar en un lugar a la vez, y la jornada dura 24 horas. Para el príncipe en palacio y para el porquero en la pocilga. Todos tenemos límites: estamos atados a la época en que vivimos, a la familia que formamos o pertenecemos, al trabajo que elegimos o conseguimos y las relaciones que cultivamos o padecemos. También estamos determinados por la información que somos capaces de adquirir y procesar. Por nuestros genes egoístas y por nuestros estudios siempre truncos. El insólito abrazo entre natura y Salamanca. También por la suerte, latente caballo de Troya de la existencia

«El libro nos lleva a otros tiempos, otras realidades, otros espacios; nos permite vivir otras vidas. La lectura es un amuleto infalible y una semilla transgénica»

El libro nos lleva a otros tiempos, otras realidades, otros espacios; nos permite vivir otras vidas. La lectura es un amuleto infalible y una semilla transgénica. Quien no lee no sabe de estas propiedades demiúrgicas. Más extraño es el caso del que renuncia a la lectura, amputación voluntaria de este agente multiplicador de la experiencia. ¿De verdad no tienes tiempo de ver la batalla de Borodinó cómodamente protegido en las colinas junto al arribista Pierre Bezújov? 

Una ventaja adicional: este viaje por los confines del tiempo y el espacio, esa reencarnación en la vida de los otros, no es un escape ni una evasión de la realidad concreta en la que transcurren nuestros días, atados a la prisa, la furia y el letargo de las redes sociales. Es, al contrario, algo que nos blinda con una armadura invisible. Un viaje mental que nos vuelve más exigentes con nuestro tiempo y circunstancia, más plenos de las carencias de nuestra vida real. Y nos impulsa a transformarla. Por eso, la literatura lleva implícita una carga de subversión, y por eso ha sido siempre combatida con la censura y la persecución en las dictaduras de un signo y otro. Stalin, que con la misma mano con que subrayan los libros firman las sentencias de muerte de sus autores, sabía que las verdades del comunismo, inmutables y científicas, no podían resistir las mentiras de los novelistas y poetas, «la verdad de las mentiras», en la acertada síntesis de Vargas Llosa.  

Tampoco seamos ingenuos. El libro y la lectura pueden ser un vehículo del dolor, el miedo, la manipulación y la opresión. Hay libros malditos y autores criminales. Savonarola y Calvino eran lectores brillantes, pero fanáticos: pensaban que el mundo podía ser reducido a un solo libro, capaz de explicarlo todo. Las consecuencias de esta idea son devastadoras. Castellio y Orwell encontraron la salida: tolerancia, resistencia, crítica. Sólo la lectura plural crea ciudadanos insatisfechos y conscientes. Sólo la lectura crítica traspasa las altas murallas del castillo de Barba Azul.

Tiene razón Gertrude Stein: una rosa es una rosa es una rosa. Pero, no olvidemos que sólo un libro es un libro y una rosa al mismo tiempo.

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