La economía cambia gobiernos
«La lógica del poder es sólo una: perpetuarse, aun a costa de los ciudadanos. Las elecciones llegan con la economía al alza. El PP tiene motivos para no confiarse»
Frente a los agoreros, la economía española mantiene un leve pulso ascendente. Ya nadie habla de la guerra de Ucrania, reducida momentáneamente a una preocupación regional. Lo mismo sucede con la pandemia, en la medida en que la covid mata ya poco, por más que deje secuelas todavía no bien diagnosticadas. La sentimentalidad pública funciona por sucesivas oleadas, como las mareas. Dicen que, cuando bajan las aguas, se descubre quién nada desnudo; sin embargo, la realidad es que los picos de estrés nos ahogan momentáneamente y después… nos olvidamos. Las sociedades sólo admiten una determinada cantidad de angustia durante un cierto tiempo. Luego la vida sigue –como la orquesta del Titanic– y el último que apague las luces.
Yo también me desvío y voy y vuelvo, mientras intento comprender. Rusia amenazaba el año pasado a Europa con un invierno gélido, sin la calefacción que provee el gas natural. «Rusia gana las guerras en invierno», escribí yo entonces. Y quizás haya sido verdad, aunque de un modo distinto a como creíamos: vendiendo su gas y ralentizando la partida según la táctica del catenaccio. China, el otro poder imperial, no quiere que ganen ni Europa ni los Estados Unidos; prefiere el desgaste lento. China ha abierto a Moscú los mercados asiáticos, y también los africanos y sudamericanos. Al final, como nos recordaba Ross Douthat hace unos días en The New York Times, nadie sabe quién ha aislado a quién.
«El PSOE sólo pierde el poder si las cifras económicas se desploman»
La economía mantiene su pulso ascendente en España –un 0,5 % trimestral frente al 0,2 % con que terminó el año– y en Génova empiezan a preocuparse. Las encuestas dan pero no dan, es decir, suman pero sin margen. Las estrecheces no son buenas consejeras y hay una maldición para los conservadores que parece no romperse nunca: que el PSOE sólo pierde el poder si las cifras económicas se desploman. El paro cambia gobiernos –el paro, la ruina y los bolsillos vacíos–. No es el caso, porque la inflación y Bruselas permiten un gasto sin freno no se sabe hasta cuándo: salarios y trabajos al alza, inversión industrial e infraestructuras, bonos y subvenciones, promesas electorales también sin fin. Incluso el PP de Feijóo, incapaz de responder a los movimientos de Sánchez, ha entrado en esta vorágine de promesas y más promesas. «Escolti, i tot això qui ho paga?», se preguntaba Josep Pla hace ya muchos años. El futuro y la inflación, se dirá. En el futuro ya habremos muerto todos. Y, al igual que sucedió tras la II Guerra Mundial, la inflación es el remedio al hiperendeudamiento. Lo pagarán nuestros hijos y los pequeños ahorradores. Por ahora, que siga la fiesta.
Bruselas asegura que el año próximo empezarán los ajustes. 10.000 millones de euros para empezar, hasta alcanzar el tope del 3 % de déficit permitido por Maastricht. La Moncloa aplaude encantada, porque ese punto del PIB se cubrirá con las ayudas extraordinarias activadas por la pandemia y la guerra de Ucrania. Y porque tampoco olvida que el IPC engorda las arcas públicas un año tras otro. La nueva normalidad inflacionaria se situará más cerca del 4% que del 8% o del 10 %. Ese es el objetivo, no regresar a la anemia de la deflación, ni siquiera del 2 %. Por supuesto que hay algo muy perverso en esta lógica del poder, casi antinatural, si no fuera porque, en efecto, la lógica del poder es sólo una: perpetuarse, aun a costa de los ciudadanos. Las municipales y autonómicas llegan en mayo con la economía al alza. Se espera una temporada turística excepcional y, a pesar de las tensiones generadas por la subida de tipos, nada indica que el próximo otoño vaya a ser peor que el precedente. El PP tiene motivos para no confiarse.