THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

Dejar de seguir

«Algunos personajes vienen, se van, repiten y vuelven a irse, y se tornan enemigos que nunca me perdonarán que no recuerde por qué tenemos que ser amigos»

Opinión
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Dejar de seguir

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Me encanta la gente que te sigue en redes sociales y a los pocos días desaparece como quien debe una cuenta pequeña en un bar. Es un instante en el que se borran de ti, como si algo les hubiera molestado o hubiesen visto un texto u opinión que les espanta. Creo que se debe a una estrategia de seguir a pocos para que parezca que siempre les siguen más que a la inversa, no sé, pero me divierte el gesto de «dejar de seguir» a alguien

Suele pasar con los más recientes, con aquellos que acaban de entrar por la puerta. Echan un vistazo, algo no les gusta o no les convence, quién sabe, pero a los pocos días han desparecido sin dejar ni huella ni rastro. Algunos vuelven a venir a los pocos días, como reivindicando que están ahí otra vez, una especie de «¿Me recuerdas? Soy el que te siguió y dejó de hacerlo, pero aquí vengo a darte otra oportunidad y espero que esta vez, amigo, des tú también al botón que nos une de esta manera virtual». Otros, en cambio, no perdonan ese gesto de no ser recíproco en la extensión de la amistad digital y desaparecen para siempre. 

Tengo un amigo, especialista en esto de las redes, que basaba su táctica en seguir al día cientos de perfiles. En ese vergel de nuevos amigos, muchos de ellos correspondían el gesto y también le seguían a él. Su trabajo consistía, principalmente, en que al día siguiente dejaba de seguir a todos y repetía la hazaña con un nuevo lote de cientos de perfiles que se sorprendían al verle detrás de su espejo. Un día y otro, como aquella canción de Antonio Vega, y al final se quedaban los más solidarios, todos aquellos que correspondían el gesto y la curiosidad con ese estrechón de manos tan peculiar que tienen las plataformas de esta guisa.

Al poco tiempo de repetir este arduo trabajo, mi amigo conseguía tener un ejército de seguidores que, ciertamente, destacaban por ser buenas personas, supuestamente, claro. Así, no sólo aumentaba enormemente su potencial de followers, sino que además eran de una catadura moral más que aceptable. No sólo aumentaban sino que además lo hacían los buenos. Era brillante pero un trabajo de mina en sí mismo. Nunca podría tener ese ímpetu ni esa dedicación, pero el tío lo clavó con esa estrategia de parecer curioso cuando en realidad era un poco malévolo. 

«Cometes el terrible error de decirle que sí, si eras… , pero nada, no hay forma de acordarse y entonces ganas un enemigo que al principio parecía un aliado»

Son esas personas que se enfadan cuando no recuerdas su nombre. Una vez, quizá dos, nos presentaron, claro, en la segunda se instala un poco más su cara o nombre en tu memoria, pero pasan dos o tres años, la vida continúa y vuelves a tenerlos delante cuando apenas recuerdas su nombre y muy malamente su rostro. —Sí, ya nos conocíamos— te dice, pero por mucho que quieras es imposible situarle en el espacio tiempo de tu pasado.

Cometes el terrible error de decirle que sí, si eras… , pero nada, no hay forma de acordarse y entonces ganas un enemigo que al principio parecía un aliado. Luego es curioso, porque generalmente esa persona ya no se te olvida, a pesar que se vaya al bando de enfrente, al de las afrentas o la desidia porque te lo presentaron hasta dos veces y tú no tuviste la amabilidad o cortesía de acordarte de él. Confundes Juan con Jorge, Pablo con Pedro, Marta con María, pero al final estás declarando una especie de guerra que encima no has visto venir. 

En el mundo de las redes sociales, ese lodazal que ha sustituido bares por clics, el enfado es mucho más violento siempre. Se puede, incluso, bloquear. Y eso ya son palabras mayores. Normalmente se utiliza cuando alguien te pega un tortazo, te insulta o hiere de manera gratuita. También lo usan los que no quieren tener opiniones distintas a la suya, críticas constructivas o verdades que descubren el lado más bandido que hayas podido mostrar.

En el bloqueo descansa una tranquilidad de bandera blanca, no es necesario que me agredan, como tampoco sería lógico que si nos encontramos por la calle me insultaran directamente antes de ni siquiera saludar. Pero eso forma parte de la salud mental de las redes sociales. A nadie le gusta que le casquen y mucho menos sin razón alguna.

Pero esa moda de bloquear también tiene el riesgo de querer bailar siempre con la misma, aunque tenga distinta cara y nombre, pero que siempre cojea en el mismo paso y que tú, al saberlo, te adelantas y evitas que tropiece o que el compás te coja desprevenido. Es un sólo querer hablar con tu hinchada, no mezclarse con distintos, y quizá en ese error radique la pobreza de la polarización. Yo suelo aprender más del que piensa diferente que del que lo hace igual. Es un truco que me ha servido para poder evolucionar, especialmente cuando algo no lo entiendo o no encuentro explicación alguna para cambiar en el fondo.

Pero no dejo de sorprenderme y de divertirme con algunos personajes que vienen, se van, repiten, y vuelven a irse, como esperando un gesto, una aprobación, una forma de estrecharle una mano aunque las tenga en los bolsillos, y que se torna en un enemigo oficial que nunca podrá perdonarme porque no recuerdo la razón por la que tenemos que ser amigos. 

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